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con el bueno de Rorimer (es sabido que aproximar el queso al ratón para retirarlo en el último minuto, una y otra vez, puede provocar la huida del hambriento ratón), compró una botella de champán y le propuso que se la bebieran entre los dos.

      Jaujard era también un buen pájaro (en el mejor sentido de la palabra). Conchabado con el conde Wolff-Metternich, que ha pasado a la historia con el sobrenombre de “el nazi bueno”, había conseguido durante la guerra que muchas obras robadas fueran a parar al Museo del Jeu de Paume, donde estarían a salvo. Lo hizo, eso sí, con una condición: que fueran los franceses los encargados de inventariar las obras. ¿Y quién iba a llevar a cabo esa tarea? En efecto: Rose Valland. Por allí habían pasado cuatrocientos cajones con obras de arte, propiedad de personas como Rothschild, Wildenstein o David-Weill. Y los artistas no tenían desperdicio: Vermeer, Teniers, Renoir, Bouchet, Rembrandt…

      Rose Valland era una solitaria. Vivía sola y con austeridad en un pequeño piso sin apenas muebles. No era proclive a estrechar lazos de amistad profundos con nadie. Se había entregado al arte en cuerpo y alma, y de manera voluntaria, es decir: sin salario. Nunca desfallecía.

      Si algo se le daba bien era hacerse invisible. Los nazis compartían información entre ellos, ignorantes de que Rose sabía alemán. Ella memorizaba sus conversaciones y por la noche buscaba los negativos de las fotografías que hacían. Sacaba copias de esos negativos y tomaba nota de los escritos importantes. Se pasó cuatro años en vela, trabajando a la sombra, al filo de la sospecha.

      Era tanto lo que tenía que contarle a Rorimer... Y sin embargo… siempre se echaba atrás en el último minuto: “Lo siento, no puedo”.

      Pero tampoco era cuestión de dejar a aquel hombre completamente a oscuras. Como si de una gran novelista se tratara, Rose iba dosificando la información, alimentando el suspense con pequeñas e interesantes –aunque a la larga insuficientes– dosis informativas que enervaban y entusiasmaban a Rorimer. Finalmente, Rose lo invitó un día a su apartamento. Para Rorimer no iba a ser un día, iba a ser el día. Le enseñó fotografías. De Göring, de Wlater Andreas Hoffe, de Bruno Lohse. Y luego le enseñó al asombrado Rorimer recibos, copias de documentos ferroviarios, más fotografías… Le indicó incluso dónde estaba escondido El astrónomo de Vermeer: en la colección privada de Hitler; no en vano, era uno de sus cuadros preferidos. Le contó que fueron quemadas obras de Klee, Miró, Max Ernst, Picasso… Y algo de vital importancia: señaló dónde estaban los depósitos de arte que los nazis tenían en Heilbronn, Buxheim y Hohenschwangau.

      –Los nazis tienen miles de obras robadas en el castillo de Neuschwanstein –añadió Rose.

      ¡El emblemático castillo de Neuschwanstein, que había sido construido en el siglo XIX por Luis de Baviera, el rey loco –hoy fácilmente reconocible por la famosa réplica de Walt Disney–, se había convertido en la caverna de Alí Babá y los cuarenta ladrones!

      Recuperar las obras escondidas en aquel tenebroso castillo de hadas se convirtió en la obsesión de Rorimer. Un sueño que se hizo realidad a principios de mayo de 1945, coincidiendo con el final de la guerra. Le acompañaba una unidad estadounidense, en la que destacaba su nuevo ayudante, un joven llamado John Skilton, oficial que Asuntos Civiles. El interior del castillo estaba distribuido de manera laberíntica y contaba con 360 habitaciones. Poco a poco estos hombres fueron encontrando tapices, colecciones de joyas, objetos de plata. Rose Valland había sido clave, una vez más, a la hora de recuperar valiosas obras de arte.

      Bruno Loshe fue detenido el 4 de mayo por James Rorimer. Pero, gracias a que testificaría en contra de sus compañeros nazis, su pena sería reducida notablemente. Abandonó la prisión en 1950. Una vez libre, se instaló como merchante de arte (legal), y en sus ratos libres acosaba a Rose Valland, que se quejó de ello a sus compañeros de la sección Monumentos.

      Rorimer dejó París, pero Rose Valland prosiguió con su defensa del patrimonio cultural francés. Entre el 14 y el 16 de mayo de 1945 se personó en el castillo de Neuschwanstein. Se había jugado la vida para que las obras escondidas en este falso castillo de hadas fueran recuperadas. Sin embargo, Rose no nació para el estrellato ni para los oropeles, y tampoco para los castillos de hadas. Una vez llegó a la puerta, un centinela estadounidense –que nada sabía de ella– le prohibió la entrada. La suerte no estaba de su parte: Rorimer, que le hubiera hecho todos los honores y facilitado el ingreso con mucho gusto, se encontraba ausente ese día. Rose prefirió no intentar ganarse al centinela. Se dio media vuelta y se marchó tal como había vivido toda su vida: con discreción.

      Aunque desconocida para la inmensa mayoría, sus logros no pasaron desapercibidos para determinados sectores. Le concedieron la Legión de Honor y la Medalla de la Resistencia y fue nombrada comandante de la Orden de las Artes y las Letras. Recibió la Medalla de la Libertad de Estados Unidos en 1948 y la Cruz Oficial de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania. Y en 1953 fue ascendida al cargo de conservadora.

      Se han recuperado algunas fotografías suyas, donde se la ve rodeada de oficiales, vestida de capitana, sonriente –sí, Rose Valland sabía sonreír– y con un cigarrillo en la mano.

      En 1961 publicó un libro, Le front d l´art, que fue llevado al cine en 1964 con el título El tren, con Burt Lancaster como protagonista estelar. En la película se narra el famoso rescate del tren del arte. Pero el Museo Jeu de Paume, donde pasó los mejores años de su vida, apenas sale en la película. Y ella, nuestra querida Rose, aparece también muy poco.

      Murió el 18 de septiembre de 1980. Fue enterrada en una modesta tumba de su población natal, Saint-Étienne-de-Saint-Geoirs.

      Una amiga suya, Magdeleine Hours, compañera del Louvre, se quejó tras la muerte de Rose de que, pese a que esta había puesto en riesgo su vida en tantas ocasiones y había salvado las obras de arte de muchos coleccionistas, “recibió un trato indiferente, cuando no hostil”.

      Quiero pensar que la Historia, que a veces se permite el lujo de aparcar su indiferencia y su hostilidad, hoy le rinde un sentido y humilde homenaje a Rose Valland desde estas páginas, donde se ha ganado a pulso un hueco como rara de honor.

      Nombre: Rose Valland (1898-1980)

      Nacionalidad: Francesa

      Categoría: Rara por doble vida

      Palabras clave: The Monuments Men, obras de arte, nazis, expolio, Jacques Jaujard, James Rorimer, Bruno Lohse, Museo del Jeu de Paume, Hermann Wilhelm Göring, Adolf Hitler

      Referencias de interés:

      Robert M. Edsel (con Bret Witter), The Monuments Men, Destino, 2012. Traducción de David Paradela López

      Monuments Men: www.monumentsmen.com Programa Educativo Mayor Robo de la Historia: www.greatesttheft.com Francisco Rodríguez Criado, The Monuments Men contra el expolio nazi, Anatomía de la Historia L’Association “La Mémoire de Rose Valland”. http://www.rosevalland.com/ El tren (John Frankenheimer, 1964). Guión: Franklin Coen y Frank Davis. Productora: Coprod. USA/Francia /Italia; United Artists. Reparto: Burt Lancaster, Paul Socofield, Jeanne Moreau, Michel Simon, Howard Vemon, Suzanne Flon, Charles Millot, Wolfgang Preiss, Albert Rémy

      Pastora ha dormido esta noche en casa. Sus visitas se van haciendo cada vez más habituales. Me sorprende caer en la cuenta de que poco a poco va ocupando un hueco en mi vida, y me sorprende aún más que esa circunstancia no me moleste. ¿He dicho “va ocupando”? ¿Acaso es una intrusa?, ¿acaso no soy yo quien le está haciendo ese hueco?, ¿no estoy encantado de que ella haya decidido poner un poco de orden en mi caótica existencia?

      A primera hora de la mañana se viste mientras yo observo el contraluz de su estilizada silueta desde la cama. Tiene diez años menos que yo y tiene un trabajo, tiene un objetivo en la vida, y tal vez incluso quiera tenerme también a mí. Pastora está en el mundo, forma parte

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