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del estado escribió al gobernador Sam Houston: “Los mexicanos se están armando hasta los dientes, y anticipo grandes problemas aquí. Creo que es inevitable una guerra general… Nuevas armas han sido distribuidas a todos los rancheros, de modo que preveo problemas”.63 Houston acudió a la ayuda del gobierno federal, y escribió al secretario de la guerra en Washington, D.C.:

      Deploraré que la situación en Texas, un tesoro vacío, los problemas con los indios, inigualados en los últimos diez años, y los pillajes desde México en nuestra frontera meridional, están bien calculados para impresionar la mente del Ejecutivo del estado de Texas con las dificultades de la actitud que debe asumir en justicia para con sus conciudadanos y la humanidad, a no ser que el brazo Federal se alce prontamente y se extienda para proteger nuestra sufriente frontera.64

      Washington respondió en febrero de 1860 enviando a Robert E. Lee a Texas para encabezar la expedición contra Cortina. Las autoridades mexicanas cooperaron con Lee. “Durante el mes de marzo, igual que en toda su negra carrera, había muchas ideas discordantes acerca de las actividades y movimientos de Cortina. Incluso Lee, veterano condecorado de la guerra de México, ex-superintendente de la Academia Militar, y oficial de considerable experiencia en dar caza a saqueadores indios por todo Texas, estaba confundido por el astuto bandido; escribió a su esposa, Betsy, que estaba en Virginia, acerca del ‘mito Cortina’”.65 Corrían rumores de que Cortina amenazaba todos los puntos estratégicos, pero el 8 de mayo Lee se convenció de que Cortina había abandonado la frontera y se fue de Texas.

      Sin embargo, Cortina no concluyó su guerra contra el gringo: simplemente cambió de lugar su base de operaciones. Se interesó activamente en los asuntos de Tamaulipas, defendiendo el estado contra la intervención francesa que comenzó en 1861 y terminó en 1867. Después de la guerra se estableció en Tamaulipas, donde supuestamente hizo y deshizo gobernadores. Supuestamente dirigió operaciones de saqueo contra los angloamericanos y manejaba un floreciente comercio con Cuba, golpeando así en el corazón de los intereses angloamericanos: su economía. Rip Ford, el periodista, político y en algún tiempo ranger, informó: “Cortina odia a los norteamericanos, particularmente a los texanos… Tiene un viejo y arraigado rencor contra Brownsville”. 66 Mientras tanto, Cortina acababa con el bandidaje en Tamaulipas. Los angloamericanos proclamaban que él “decía a los ladrones de México que los colgaría si robaban ahí, pero que había mucho que tomar en Texas”.67

      La influencia angloamericana en México aumentó durante la década de 1870 y se hicieron presiones para librarse de Cortina. No obstante, él siguió activo, y tenía sus propias tropas llamadas Los fieles de Cortina y Los exploradores. En el valle contaba con una red de espías y partidarios llamada Las águilas negras. Se levantaron cargos contra él, y se hicieron investigaciones; pero siguió siendo intocable hasta 1875, cuando fue llevado a la ciudad de México y encarcelado acusado de robo de ganado. Cuando Porfirio Díaz tomó el poder, Cortina fue confinado en la ciudad de México. No regresó a la frontera hasta la primavera de 1890, en que visitó la zona durante algunos días, siendo recibido como un héroe. Con la creciente consciencia de una lucha chicana por la liberación, Cortina es reconocido hoy día como uno de los precursores del movimiento.

      LA REBELIÓN POPULAR

      La guerra de la sal de El Paso (1878) es un ejemplo de rebelión popular. Los mexicanos de la región se unieron siguiendo las líneas de raza y clase, iniciando la acción directa para realizar un cambio económico y político en respuesta a las argucias políticas de los extranjeros que habían destruido un derecho tradicional. La acción de las masas no tenía ninguna ideología aparente tras ella, sino una respuesta emocional a la opresión. Sin embargo, se trataba de una lucha de clase contra el rico y poderoso sistema dirigente gringo.68 De esta manera, se convirtió en una insurrección primitiva –una rebelión popular– contra la dominación de los ocupantes extranjeros.

      El territorio de El Paso fue colonizado por mexicanos a principios del siglo XIX, y hasta 1840 la mayor parte de la población vivía al sur del río Grande. Después de la guerra mexicano-norteamericana los poblados se extendieron hasta el norte del río, aprovechándose del comercio Chihuahua-Texas-Nuevo México. Aún entonces, la población del lado norte era abrumadoramente mexicana. Muy pronto un puñado de angloamericanos llegó a El Paso. Inmediatamente tomaron el control de la política local, manipulando los votos mexicanos mediante agentes que eran premiados con su protección. Les ayudaba la distribución de la población mexicana, dispersa en pequeñas rancherías en torno a la actual ciudad de El Paso. Además, los mexicanos no estaban familiarizados con la política angloamericana, y premeditadamente los políticos no los incluían ni educaban. Para 1877 la población de El Paso había aumentado a 12 000 personas “de las que solo ochenta no eran mexicanas”.69 A pesar de este hecho, los angloamericanos poseían la mayoría de los puestos por elección, así como toda la riqueza del lugar. Los mexicanos eran casi todos pobres y solo hablaban español. En 1862, la vida de esta gente de subsistencia marginal se iluminó con el descubrimiento de sal en una localidad a 100 millas de la zona donde se apiñaba la mayor parte de la población. Empezaron a hacer expediciones a las salinas en busca de sal para su propio uso, así como para venderla a los mexicanos de la parte sur del río, pero no se les ocurrió demandar individualmente su posesión. Sin embargo, Sam Maverick, de San Antonio, muy pronto se apropió de una porción importante de las mismas. No obstante, los mexicanos continuaron usando la porción restante, satisfechos de obtener lo que fuese posible.

      Los yacimientos salinos acabaron por llamar la atención de los políticos angloamericanos que conspiraron para apoderarse del control de las salinas que explotaban los mexicanos. Los conspiradores eran conocidos como El Círculo de la Sal. El plan hubiera tenido éxito de no producirse una división en sus filas. Las discrepancias cristalizaron durante la elección de 1870, cuando A. J. Fountain compitió contra W. W. Mills, líder del Círculo de la Sal, por un asiento en el senado estatal. Compitió con el apoyo de Antonio Borajo, un sacerdote italiano, y llevó adelante su campaña con la promesa de que las salinas se harían de propiedad pública. Fountain derrotó al círculo. Fountain trató de cumplir su promesa, pero tuvo dificultades con Borajo, que pretendía se apropiara de las salinas y compartiera los beneficios con él. La negativa del senado del estado marcó el fin de su carrera política en El Paso, pues Borajo se unió a Louis Cardis, otro italiano, para respaldar a Charles Howard en 1875 para el puesto de juez del condado. Cardis, según acordaron, se presentaría para senador del estado. Ambos hombres fueron elegidos. El poder de Borajo y Cardis se basaba en que sabían hablar español, lo que les permitía cultivar a la mayoría mexicana. Además, Borajo se aprovechaba de su poder como sacerdote. Parecía que los tres hombres iban a controlar la política del condado, pero Howard se separó del grupo, reclamando para sí los yacimientos salinos, en nombre de su suegro70. Esto terminó con su carrera política en 1877, cuando los dos italianos se le enfrentaron; sin embargo, siguió conservando el control de la sal.

      Luego Howard trató de beneficiarse de la adjudicación “legal” cobrando a los mexicanos por la sal que sacaban. Borajo trató de incitar al pueblo desde el púlpito, pero el obispo lo destituyó de su cargo por intervenir en política. Empero, la fricción continuó y dos mexicanos fueron arrestados cuando las autoridades locales supieron que habían tratado de extraer sal violando la ley. Cuando uno de ellos fue arrestado, varios cientos de sus paisanos de San Elizario e Ysleta lo liberaron por la fuerza, organizando mítines en demanda de sus derechos. Después capturaron a Howard y lo mantuvieron prisionero durante tres días. No fue liberado hasta que prometió irse del condado y depositar una fianza para asegurar que no regresaría. Aunque Howard dejó El Paso, estaba decidido a regresar. Sabía que las autoridades apoyarían sus pretensiones y que existían una doble moral con las normas legales. Su conducta desafía la comprensión, porque regresó a El Paso y a sangre fría mató de un tiro a Cardis. Las autoridades no persiguieron a Howard, ni confiscaron su fianza. De hecho, el mayor John B. Jones de los Texas Rangers cooperó activamente con él. Mientras tanto, Howard escribió a un amigo que “no deseaba ver un castigo general de los alborotadores, que eran ignorantes como muías y estaban mal aconsejados, pero que pensaba que los líderes debían ser castigados y obligados a respetar la ley”, concluyendo que “si el gobernador no nos ayuda, voy a darle una buena zarandeada”.71

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