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de toda la tierra entre océano y océano, y de polo a polo. Su misión era difundir los principios de la democracia y del cristianismo entre los desafortunados del hemisferio. En las décadas de 1830 y 1840, México fue víctima de esta temprana versión angloamericana de la doctrina del Lebensraum.

      Oscurece aún más el asunto de la agresión angloamericana planificada, lo que denuncia el profesor Price como la retórica de paz que Estados Unidos ha utilizado tradicionalmente para justificar sus agresiones. La guerra entre Estados Unidos y México constituye un estudio sobre el uso de esta retórica. Examínese, por ejemplo, el discurso pronunciado el 11 de mayo de 1846 por el presidente Polk, donde explica sus razones para ir a la guerra: “El deseo intenso de establecer la paz con México en condiciones liberales y honorables y la disposición de nuestro gobierno a ajustar nuestra frontera y otras causas de desavenencia con esa nación, siguiendo principios justos y equitativos que condujeran a relaciones permanentes de naturaleza amistosa, me indujeron en septiembre pasado a buscar el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países”.40 Polk prosiguió declarando que Estados Unidos había hecho todo lo posible por no irritar a los mexicanos, pero que el gobierno de México había rehusado recibir a un emisario norteamericano. Pasó entonces revista a los acontecimientos que condujeron a la guerra y concluyó: “Dado que existe una guerra y que a pesar de nuestros esfuerzos por evitarla existe por causa del propio México, todas las consideraciones del patriotismo y del deber, nos obligan a reivindicar decididamente el honor, los derechos y los intereses de nuestro país”.41

      Esta retórica, según la cual Estados Unidos tenía el deber de ir a la guerra para mantener la paz y reivindicar su honor, recuerda la mayoría de las injerencias bélicas de Estados Unidos. La necesidad de justificar las acciones estadounidenses resulta evidente en las historias que ofrecen diferentes teorías para explicar por qué Estados Unidos le robó a México parte de su territorio. En 1920, Justin F. Smith obtuvo un premio Pulitzer en historia angloamericana por una obra que culpaba a México de esta guerra. Lo asombroso es que Smith presuntamente examinó más de 100 000 manuscritos, 120 000 libros y folletos y 200 periódicos o más para llegar a esa conclusión. Es válido especular que se le premió por haber aliviado la consciencia de los angloamericanos. El “estudio”, publicado en dos volúmenes y titulado The War With México, utiliza análisis como el siguiente para sustentar sus hipótesis: “Al comienzo de su existencia independiente nuestro pueblo sentía el deseo ardiente y entusiasta de mantener relaciones cordiales con nuestra hermana República Mexicana; y muchos llegaban hasta el sentimentalismo absurdo por esta causa. Sin embargo, las fricciones fueron inevitables. Los norteamericanos eran directos, positivos, bruscos, ásperos y emprendedores; no podían comprender a sus vecinos del sur. Los mexicanos eran igualmente incapaces de captar nuestra buena voluntad, nuestra sinceridad, nuestro patriotismo, nuestra firmeza y nuestra valentía, y algunos aspectos de su carácter y de su condición nacional hacían muy difícil el trato con ellos”.42

      Esta concepción de su propia ecuanimidad y justicia de parte de los funcionarios gubernamentales y los historiadores en lo que refiere a sus agresiones alcanza también las relaciones entre la mayoría social y los grupos minoritarios. Los angloamericanos creen que la guerra redundó en beneficio del suroeste y de los mexicanos que se quedaron o que luego emigraron allí. Ahora gozaban los beneficios de la democracia y estaban libres de la tiranía. Dicho de otro modo, los mexicanos deberían estar agradecidos a los angloamericanos. Si hay choques entre estos y los mexicanos, se nos dice, se debe a que el mexicano no es capaz de entender ni apreciar los méritos de una sociedad libre, la cual tiene que defenderse contra los ingratos. Por lo tanto, la guerra interna, o sea, la represión, se justifica con la misma retórica con que se justifica la agresión internacional.

      Por fortuna, algunos historiadores han recusado a los propagandistas. Ramón Eduardo Ruiz, por ejemplo, ha disipado la cortina de humo levantada por muchos de sus predecesores. En The Mexican War: Was It Martifest Destiny escribe: “En ninguna otra guerra ha logrado Estados Unidos victorias tan asombrosas como las de la guerra con México de 1846-1848. Después de una cadena ininterrumpida de triunfos militares desde Buenavista hasta Chapultepec, y de su primera injerencia militar en una capital extranjera, los norteamericanos añadieron a su dominio los vastos territorios de Nuevo México y California. También había cumplido así Estados Unidos su destino manifiesto, ese credo de los expansionistas norteamericanos, según el cual la Providencia les había encomendado la misión moral de ocupar todas las tierras vecinas. Ningún norteamericano puede negar que la guerra resultó provechosa”.43 Ruiz puntualiza, además, que hay poco interés en Estados Unidos por lo que se ha llamado la guerra mexicana; desinterés que subraya la propensión angloamericana a olvidar las cosas desagradables. Ruiz contrasta la débil reacción de los angloamericanos a la guerra con la de los mexicanos: “Esa guerra es una de las tragedias de la historia mexicana. Al contrario de los norteamericanos, que han relegado el conflicto al pasado, los mexicanos no lo olvidan. México salió de la guerra despojado de la mitad de su territorio; su pueblo quedó derrotado, desalentado y dividido”.44 En su estudio, Ruiz examina las diversas teorías sobre la guerra y pone de manifiesto los intentos de los estudiosos para justificarla.

      Otras obras recientes acusan a Estados Unidos de haber “fabricado la guerra”.45 En su audaz monografía, mencionada antes, Price demuestra claramente cómo México fue víctima de una conspiración encaminada a obligarlo a hacer una guerra y a ceder su territorio. La obra examina principalmente las actividades del comodoro Robert F. Stockton, quien se trasladó a Texas antes de que el territorio se anexara a Estados Unidos y estimuló a los líderes republicanos de ese estado, para que atacaran a México y lo arrastraran a la guerra. Stockton les aseguró que Estados Unidos respaldaría a Texas cuando fuese invadida; por otra parte, California y el suroeste serían anexados a Estados Unidos. Para poner en práctica este plan, Stockton, hombre muy rico, aportó su propio dinero, y recibió el estímulo activo del presidente James Polk, hombre que, retóricamente, hablaba de paz.

      EL MITO DE UNA NACIÓN PACIFISTA

      Gran número de obras sobre la guerra entre México y Estados Unidos se han ocupado de las causas y resultados de la guerra, estudiando en ocasiones la estrategia de esta. No obstante, es necesario volver sobre el tema, puesto que la guerra dejó cicatrices muy reales, y puesto que las acciones angloamericanas en México son recordadas tan vívidamente como algunos sureños recuerdan la marcha de Sherman hacia el mar. Sin duda, la actitud de los mexicanos hacia los angloamericanos fue influida por la guerra de igual forma que la fácil victoria condicionó la actitud angloamericana con respecto a los mexicanos. Afortunadamente, muchos angloamericanos condenaron esta agresión y acusaron abiertamente a sus compatriotas de ser insolentes, ávidos de tierras y de haber provocado la guerra. Abiel Abbott Livermore, en The War With México Reviewed acusó a su país, escribiendo:

      Una vez más, el orgullo de raza ha superado aún con mayor insolencia al orgullo nacional, siempre demasiado activo para la debida observancia de las exigencias de la fraternidad universal. Aparentemente los anglosajones han sido persuadidos de que son el pueblo elegido, la raza ungida por el Señor, los encargados de arrojar a los gentiles, e implantar su religión y sus instituciones en toda la tierra de Canaán que puedan sojuzgar.46

      La obra de Livermore publicada en 1850, recibió el premio de la American Peace Society por “el mejor análisis de la guerra mexicana y los principios del cristianismo, y un lúcido estudio político”. A propósito de las causas de la guerra, escribió: “El trato que hemos dado, tanto al hombre rojo, como al hombre negro, nos ha acostumbrado a sentir nuestro poder y a olvidar la justicia”.47 Y más adelante observa: “La pasión por la tierra, también, es una característica dominante del pueblo americano… El dios Terminus es una deidad desconocida en América. Como el del hambriento muchacho de la fábula, el grito ha sido ‘más, más, dadnos más’”.48 A través de Livermore se despliega una perspectiva desconocida en la mayoría de los libros sobre la guerra. Otis A. Singletary en The Mexican War, como se hace en otros estudios similares, narra simplemente las batallas y sus resultados. Livermore monta un excelente proceso en el que declara culpable a Estados Unidos de crímenes de guerra si los patrones establecidos por los juicios de Nuremberg hubieran sido respetados: describe una política

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