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respondieron a sus inquietudes con la formación de grupos que de librepensadores se convertirían en radicales, divididos en diferentes células. Tan rico y disparatado cuadro ideológico incluía “trotskistas”, “prochinos”, “moscovitas”, demócratas”, y “revisionistas”, a los que se añadían otras exóticas denominaciones. Pero lo que ni la universidad ni el gobierno pudieron hacer para destruir el movimiento lo lograría la pastusita esa célebre noche, al organizar una marcha de protesta que pondría fin al colorido político de la universidad. Diferentes grupos reunidos en diferentes puntos de la casa se dedican a reconstruir diferentes historias. Esta sección concluye con el añadido de otra caja china narrativa en la cual Constanza recuerda su experiencia con una sirvienta que parió en medio de una fiesta amenizada por alegres costeños.

      “Tisífona”: en el cuarto de baño, conocido familiarmente como La Selva, Hilda de Narváez le muestra a Constanza el grafito que alguien ha escrito sobre el espejo: “Muchachas, ofrezcamos nuestro sexo a los hombres, y que sea lo que el Señor quiera” (222). La reacción por supuesto, es inmediata. A deliberar sobre el posible autor llegan otras damas y La Selva se convierte en improvisado confesionario donde compartirán algunos secretos, expiarán algunas culpas, e incluso se referirán a su fracaso en la Alianza Nacional, ANAL, movimiento político en el que algunas de ellas intentaron hacer carrera. De regreso en la sala, Stella Valdivieso — La Pinta— piensa en su propia historia de fracasados matrimonios y en el mediano consuelo encontrado con la fundación de la revista Compacta. En conversación aparte, Alfonso Cadavid habla con el Mancebo Villa sobre el actual marido de La Pinta, considerándolo poco menos que un pervertido sexual. Los invitados dan ya muestras de agotamiento, pero la fiesta sigue; también siguen las diferentes historias suspendidas y retomadas tantas veces a lo largo de la noche. No queda claro si es la borrachera, o un empujoncito de su marido, lo que da con el trasero de la Ninfa Eco en el suelo cuando el grupo inicia la partida.

      “Alecto”: mientras recoge colillas y vasos sucios abandonados por todas partes, Constanza parece hacer el inventario de la fiesta: “mi casa ahora no es más que la imagen lamentable de un teatro desmantelado donde se ha efectuado esa larga batalla que, entre otras cosas, todos, partícipes y testigos, tuvimos el honor de perder de comienzo a fin, válgame Dios.” (347); con ella quedan su marido y la enana. Supardjo y la Niña inician una discusión que lleva a ésta a recordar detalles de una vida íntima no muy feliz con su marido. Constanza revive finalmente su triste experiencia de aquella noche con Alejandro Sotelo, en un apartamento clandestino, la ardiente entrega y posterior accidente del que se siente culpable. La policía los detendría para ponerlos después en libertad; Sotelo habría de morir combatiendo en la guerrilla. Para su propia satisfacción, Alcira Olarte descubre que la Niña también es humana, que tiene su punto débil, que no es invencible. Parangonando la actitud de un contrincante frente al tablero de damas, la enana será la encargada de llevar a cabo el movimiento final. Termina así la tercera parte de la novela, precedida de un epígrafe sacado de Las alas de la paloma, de Henry James con un total de 289 páginas.

      1948 Julio 21. Bajo el Signo de Cáncer. A las tres de la madrugada nace la hegeliana en Palmira señorial. Su nacimiento es prematuro. Sietemesina: lo primero que vino al mundo no fue mi cabeza, sino el pie izquierdo. Parto difícil. Mamá no podrá tener más hijos. La hegeliana será, pues la última de su nombre, de su condición y de su estirpe. (13)

      En este caso (“Verbi Gratia” inicial, primer bloque de la columna de la izquierda) hemos indicado en cursiva la voz en primera persona de la hegeliana, cuya perspectiva corta bruscamente el discurso del narrador inicial, enmarcándose en éste. Si pensamos en la situación central del relato (una fiesta con muchas personas), y nos imaginamos a los participantes formando pequeños grupos (siempre hay alguien hablando, recordando, contando una historia), en la medida en que, en determinado momento, esos personajes asumen la responsabilidad de su propio discurso se convierten, a su vez, en voces responsables de la narración. El dinamismo del texto resulta así de un montaje verbal que fusiona mecánicamente las diferentes voces y perspectivas, con el añadido de pequeñas cajas chinas narrativas, en un estructurado ejercicio de amplificación que, al superar los posibles límites iniciales, entrega al lector una imagen mucho más completa del mundo narrado. Si en la sección “Megara” (tercera parte), por ejemplo, distinguimos segmentos mayores o secuencias (S), y en ellos diferentes puntos (a, b, c, etc.) bases del proceso de amplificación, sin necesidad de ser exhaustivos podremos ilustrar claramente el desplazamiento mecánico de ese montaje a lo largo del texto:

      S1 (115-127):

      Alcira Olarte cuenta la historia de María Leticia Velasco y La Noche de los Cabellos Largos.

      S2 (127-133):

      a. Alfredo Narváez habla con el Mancebo sobre L. Armstrong.

      b. La Niña habla con Aída sobre la aventura de ésta con el Gran Simpático, conversación que interrumpe la enana.

      c. Alcira sigue contando la historia de la pastusita.

      d. Supardjo se refiere con ironía al signo zodiacal de Constanza.

      S3 (133-150):

      a. Jorge Arango, Alfredo Narváez, y Rodrigo Camargo hablan del trágico fin de Sotelo y Castrillón, al tiempo que evalúan el propio fracaso ante la “causa”. Entre pp. 137-139 aparece

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