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Hachette, 1986), 13-26.

      58Teun Van Dijk, “Discurso, conocimiento, poder y política. Hacia un análisis crítico epistémico del discurso”, Revista de Investigación Lingüística, n.º 13 (2010): 175.

      59Van Dijk, Racismo y análisis crítico de los medios…, 253.

      60Ibíd., 271.

      61Ibíd., 274.

      62Mijail Bajtín, Estética de la creación verbal (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2005).

      63Ibíd., p. 279.

      64Franco Ferrarotti, “Las biografías como instrumento analítico e interpretativo”. En La historia oral: métodos y experiencias, compilado por Cristina Santamaría (Madrid: Editorial Debate, 1993).

      65Gilberto Loaiza Cano, “El recurso biográfico”, Revista Historia Crítica, n.° 27. www.lablaa.org/blaavirtual/revistas/rhcritica/27/elrecurso.htm. Para una aproximación más profunda de los fundamentos teóricos sobre la biografía, véase la introducción del libro de Loaiza Cano, Manuel Ancízar y su época.

      66Ibíd.

      César Augusto Ayala Diago

       Departamento de Historia

       Universidad Nacional de Colombia

      En tiempos de pandemia. A cien años de las conferencias sobre la degeneración de la raza colombiana.

      Bogotá, junio-julio de 2020

      Entre mayo y julio de 1920, los estudiantes bogotanos convocaron a los médicos colombianos, quienes hacían ciencia, a debatir sobre una tesis del médico Miguel Jiménez López acerca de la degeneración de la raza colombiana. Escogieron el Teatro Municipal y hacia allá se desplazó todo el mundo al goce de escuchar, los viernes en la noche, que estábamos muy mal y que, si no se higienizaba el país y si no se lo curaba, era muy posible que los colombianos se esfumaran. Apenas se salía de la pandemia de la gripa española y ya Colombia estaba anegada de fiebre tifoidea, sífilis, uncinariasis, tuberculosis, lepra, anemia tropical, bocio, alcoholismo, imbecilidad, raquitismo, cretinismo y paludismo. Bien dichas las cosas, los sobrevivientes de entonces lo eran más de las enfermedades que de las guerras civiles.

      Un excelente conjunto de sensibles médicos, entre ellos, Calixto Torres, Jorge Bejarano y Luis López de Mesa, se unieron a destacados hombres maduros en los afanes políticos, como el pedagogo Simón Araújo y el general Lucas Caballero, y juntos consiguieron impregnar de ansia médica la agenda política de entonces. Los diarios El Tiempo y El Espectador apoyaban e impulsaban esa agenda.

      Las conferencias —iniciativa estudiantil— pusieron la salubridad en la vanguardia de las reivindicaciones sociales de entonces, y de esa noble actividad emergió y partió el poco estado de bienestar que logró construirse y desarrollarse hasta finales del siglo XX.

      Cien años después, Colombia cayó en pandemia, y al sistema de salud que conservadores y liberales construyeron para que el desarrollo capitalista tuviera gente sana lo devoró el neoliberalismo. Ni hospitales, ni médicos, ni medicina sobrevivieron ilesos a la economía de mercado.

      Al despegue del capitalismo nacional en la década de 1920 correspondió una preocupación de los intelectuales por la salud de la gente. Al desarrollo material de la sociedad debería corresponder un avance en el mejoramiento de las condiciones de vida. El suelo en el que se desarrollaría la nueva materialidad económica debería pasar por un proceso de higienización, de tal manera que se produjo también una serie de transferencias de la medicina a la política, de la política a la medicina y de estas a la economía, a la cultura y a la sociedad1.

      No abordamos una temática nueva; al contrario, mucho se ha escrito al respecto y es destacable en Colombia el avance de la historia de la ciencia. Se retoma el debate de la degeneración de la raza2 ocurrido hace un siglo con el propósito de entender la preocupación que hubo en este país por la salud, motivado por la desatención hacia ella en el tránsito de la Colombia letrada a la Colombia neoliberal que impera en la actualidad. El dispositivo que se utilizó para el debate fue la conferencia pública, que se realizaba no en la universidad, sino en los grandes espacios públicos con los que contaba Bogotá, en particular el Teatro Municipal, el foyer del Teatro Colón y el Salón Samper. A poco andar, la conferencia se fue expandiendo hasta constituirse en la fórmula por excelencia que enriqueció la lucha política contra la hegemonía conservadora. Las conferencias, no solo las de la degeneración racial de 1920, coadyuvaron a su caída. Y se debe a los estudiantes, a su organización gremial y a su energía, la idea y desarrollo de aquellas. Iniciativa que compartieron los diarios El Tiempo y El Espectador, los cuales fueron utilizados por sus editores para posicionar sus concepciones republicanas con las que esperaban nutrir ideológicamente el movimiento contra los conservadores. El espíritu del republicanismo remanente del gobierno de Carlos E. Restrepo (1910-1914) contribuyó, sin duda, al éxito. La clase política que dirigiría en la década siguiente no se fogueó en la plaza pública como las que vendrían, sino en los periódicos, en las revistas y, sobre todo, en las conferencias, que lograron, además, salir de la capital de la república hacia la provincia cercana y remota.

      Lo nuevo de la retoma de las conferencias es la demostración de su funcionalidad más allá de los contenidos científicos y polémicos que tuvieron. Las pensamos esta vez como punto de encuentro entre la generación del centenario y la de Los Nuevos, como coincidencia de los intereses de los ideólogos del republicanismo y la emergente juventud y como la conciencia que tuvo una y otra generación sobre la necesidad de trabajar mancomunadamente.

      Dos colectivos juveniles animaban el mundo de las conferencias: el de la Federación de Estudiantes, máximos organizadores de las intervenciones de fondo sobre la degeneración racial, y el grupo Centro de Extensión Universitaria (CEU), dirigido por el joven Jorge Eliécer Gaitán, que siguiendo la temática central de la raza, se interesó por llegar a sectores populares de la población como los obreros, funcionarios y ciudadanos “de abajo”, a las gentes de pueblos cercanos y remotos. Le interesaba la vulgarización de la ciencia, ante todo. Culminado el ciclo de las grandes conferencias sobre la degeneración de la raza colombiana, la federación estudiantil se dedicó a sus actividades organizacionales y de compromiso; el CEU, en cambio, continuó animando las conferencias como dispositivo para llegar a los colombianos, como si sus ponentes configuraran una especie de farándula. Este grupo, además, se encargó de trasladar la fiesta universitaria a la provincia.

      Conforme avanzaba el primer año de la década de 1920, emergió y se posicionó la temática estudiantil, y con ella se popularizó la conferencia, mediante la cual adquirió visibilidad el tremendo problema de la higienización del país. Las juventudes de procedencia liberal echaron mano del republicanismo, aún existente, para expresarse. Este era, para ellas, más versátil que el liberalismo manejado entonces con la mano firme del general Benjamín Herrera.

      Para dirigentes estudiantiles como Germán Arciniegas, el republicanismo era lo mejor que había, el único que planteaba reformas definitivas, que encarnaba la aspiración renovadora en Colombia. En una carta a su amigo mejicano, el poeta Carlos Pellicer, escribía:

      Para mí tengo que del liberalismo no hay sino una sombra ya bien macabra que no se adapta a nuestra juventud. Ni tiene hombres que valgan,

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