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La sombra de nosotros. Susana Quirós Lagares
Читать онлайн.Название La sombra de nosotros
Год выпуска 0
isbn 9788416366552
Автор произведения Susana Quirós Lagares
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—Y yo le dije, papá, sé que parece que David es una víctima más del capitalismo, pero ambos sabemos que esos zapatos que llevas ahora mismo son de piel, así que, si no quieres que mamá te suelte su discurso sobre la importancia de la moda responsable, vamos a tener la fiesta en paz… ¿Leche? —interrumpió su monólogo ofreciéndole una sonrisa.
¿Pero a quién le apetecía sonreír a las cuatro de la mañana? En serio, ¿a quién? O incluso charlar. ¿Es que una no podía encontrar a un camarero sucio y desagradable que gruñese en vez de hablar y simplemente le cobrase un maldito café?
—No, hoy me apetece solo —recalcó para comprobar si funcionaba mejor que su entrecejo fruncido y la mueca arisca.
—Perfecto, guapa —respondió la camarera, ajena al cabreo de su clienta, y le mostró otra sonrisa de anuncio—. Pues eso, no me puedo creer que quisiese engañar a mamá porque…
—¿Sabes? No me había dado cuenta de que es tan tarde. ¿Me lo pones para llevar? —Juliette se obligó a esbozar una sonrisa y extenderle un billete de cinco dólares—. ¿Por favor?
Diez minutos después, y con la cabeza a punto de explotar, logró salir de la cafetería criticando por lo bajo a novios banqueros, padres hipócritas y zapatos de piel. Tenía que llegar hasta el otro extremo de la ciudad para reunirse con Eriol en la comisaría.
«Al menos está bueno», pensó para sí misma.
Sin embargo, ajena a lo que le rodeaba, y con la oscuridad de la noche aún presente en las calles, no se percató de que la observaban con curiosidad desde las escaleras de incendios del callejón de al lado.
El ambiente en la comisaría era el de siempre. Nada más entrar por la puerta se enfrentó al encantador aroma a cigarrillo barato que solía desprender Leo, fruto del par de cajetillas que devoraba cada noche para hacer frente a la guardia. Tras una inclinación de cabeza —y una mirada de reojo—, refunfuñó algo y la dejó pasar al control. Allí, el bonachón de Will, aún con esa ilusión propia de los novatos, le preguntó por su próximo artículo. Mientras hablaban, un malhumorado Héctor le dirigía miradas, furioso por no haber sido él quien la había recibido.
Dando gracias a su suerte, Juliette se abstuvo de sacarle la lengua como una niña pequeña y le dedicó una sincera sonrisa a Will. Le agradaba ese chico. Era charlatán y coqueto. Conservaba esa inocencia de los jóvenes ricos del otro lado del río. Esos que solo habían visto asesinatos y robos en televisión y descendían a Elveside para vivir emocionantes aventuras. Hasta que se les acababa el dinero, claro. Aun así era dulce. Y guapo. En cualquier otro momento de su vida, Julie hubiese entrado en ese juego de adulaciones, solo por el placer de alimentar su ego. Pero eso habría sido antes del incidente. Ahora solo podía observar al joven como una futura víctima de la urbe. ¿Qué sería? ¿El juego? ¿Una chica? ¿Una persecución que terminaría con él como víctima? Tarde o temprano su preciosa ciudad acababa con las personas, tanto mental como físicamente. No había lugar para la inocencia en Elveside. Ni para la bondad.
Al fin, tras un par de comentarios acerca del nuevo local de moda, Will le dejó ir hacia el despacho de Eriol.
Eriol Johnson era, sin duda, lo mejor que le podía haber pasado al Cuerpo de Policía de Elveside en mucho tiempo. Comenzó como cadete, pero sus escrúpulos y su perseverancia le hicieron destacar por encima del resto de los agentes en poco tiempo. Los ascensos se sucedieron sin demora. Cuando Gregory Murphy fue destituido a causa de un escándalo, no tardaron en darle el puesto de capitán. En gran medida por sus logros, aunque también como parte de una campaña para dar mejor imagen a los agentes de policía. Descendiente de varias generaciones de hombres dedicados a las fuerzas de seguridad, su legado era bastante conocido. Lo llevaba en la sangre. Y en lugar de convertirse en un nuevo títere de la alcaldía o dejarse enredar en turbios asuntos, como ocurrió con sus compañeros, sorprendió a todos expulsando a gran parte de sus agentes veteranos: todos aquellos implicados en acciones ilegales. Contrató a nuevos policías recién salidos de la academia, quienes crecieron y brillaron bajo su mando. Aunque polémico, era probablemente el capitán más querido y respetado por sus subordinados. Incluida Juliette.
Con una sonrisa, abrió la puerta sin llamar. Sabía que con Eriol no era necesario protocolo alguno. El hombre era un segundo padre para ella, y la reprendía cuando actuaba con él de forma cortés o distante.
—Hola, jefazo, ¿qué tal la semana?
En cuanto vio la cara agotada del jefe Johnson, su enfado se esfumó por completo. Conocía la seriedad con la que él se tomaba su puesto de trabajo. Debía de estar preocupado. Aquella llamada a deshora no era habitual en él.
—Hola, Julie. Ha pasado bastante tiempo. —Una chispa de alegría inundó unos instantes los ojos azules de Eriol—. ¿Continúas en ese aburrido trabajo?
—¡Eh! Que mi aburrido trabajo paga las facturas, y además me deja mejor aspecto.
Le guiñó un ojo mientras se dejaba caer en la silla de enfrente. Le debía mucho a Eriol. La había apoyado incluso cuando supo la verdad. Le ofreció una mano cuando ella misma no creía merecerla.
—Bueno, entonces no te interesará un nuevo caso…
Dejó el comentario en el aire, pero Juliette lo conocía bien. Eriol era incapaz de mantener las manos quietas cuando se sentía emocionado. Y aquello debía ser algo grande, pues tamborileaba con ambas en la mesa.
—Bueno, paga las facturas, aunque no los caprichos más caros. —Juliette descruzó las piernas para inclinarse hacia delante—. ¡Dispara!
Hacía más de un año que Eriol no le sonreía de un modo tan descarado y, durante un instante, pudo apreciarse la complicidad que los había caracterizado en sus primeros casos. El dolor del pasado, las mentiras, los engaños, la traición y el rencor se desvanecieron por un momento. Hasta que el teléfono sonó, y Juliette apartó la vista. Mientras el capitán atendía la llamada, los sentimientos que tanto le había costado encerrar en sus recuerdos volvieron a ella con una irrefrenable intensidad. Se le empañaron los ojos y tuvo que apretar el puño para sentir cómo las uñas se le clavaban en la palma de la mano. El dolor la hizo despertar. Solo así fue capaz de volver a cerrar esa puerta.
«Aún no. Aquí no», se repitió a sí misma.
Tras aquellos tediosos minutos de respiración entrecortada y emociones desbordadas, volvió a alzar la cabeza. Observó cómo Eriol, ajeno a la brecha en su coraza, colgaba y se disculpaba por la interrupción.
—No te preocupes, señor ocupado. Desembucha, que no tengo todo el día.
—Menos mal que soy yo el ocupado —protestó al sacar unos archivos del cajón—. A ver… Este caso es de los tuyos. La señora Eden, una jubilada de sesenta y ocho años, afirma que su exmarido entró recientemente a robar en su casa. Marido que fue encarcelado hace treinta años.
—Pues no parece un caso demasiado interesante. No sé en qué podría ayudarte.
—Si me dejaras terminar, te enterarías —dijo al extraer una hoja de la carpeta que sostenía en las manos—. Robert Eden cometió una serie de importantes robos junto a su banda. Fue atrapado en un golpe en solitario y le condenaron a cadena perpetua. Jamás se supo la identidad de sus compañeros, ni siquiera cuando años después se descubrieron pruebas que lo relacionaban con un par de asesinatos y fue sometido a un nuevo juicio.
Cuando Juliette miró las fotos vio a un hombre entrado en los cuarenta, que sonreía a la cámara en todos sus perfiles. No parecía el tipo de persona que se beneficiase de una reducción de la condena por buena conducta.
—Y quieres que te elabore un perfil de este