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en su conocido trabajo Los libros del Conquistador (México D. F., 1953), quien aseguraba que aquellos se comportaron igual, es decir, de modo cruel e inmisericorde, en sus campañas irlandesas o en sus colonias de América del Norte en el siglo XVII. Así, concretamente, cita el caso de Thomas Dale en Virginia, quien no dudó en mandar ahorcar, quemar, tostar, fusilar o dar tormento en la rueda, pero no a indios, sino a algunos de sus propios hombres, quienes habían pretendido fugarse a territorio aborigen para escapar del rigor del trabajo en la colonia (Leonard, 1953: 21 y ss.). La pregunta obvia es la siguiente: si así trataba a los suyos, ¿qué no haría a los indios?

      Tengo la sensación de que demostrar una opinión matizada a favor de la conquista y la colonización hispanas de América en su comparación con las actuaciones de otras nacionalidades —Inglaterra, Francia, las Provincias Unidas, Portugal, los alemanes en la conquista de Venezuela, un ejemplo muy recurrente (Friede, 1961)— fue, durante algún tiempo, el signo de poseer un pensamiento dotado de una cierta modernidad, cuando no de gozar de una posición historiográfica avanzada o, simplemente, era una actitud de justicia; un deseo, en definitiva, de dejar atrás los excesos de la burda leyenda negra. Reconocidos historiadores aportaron argumentos a favor de una mayor comprensión a la hora de valorar las acciones hispánicas en las Indias. Pero se me antoja que dicha actitud tampoco ayudaba a entender mejor los comportamientos militares en las Indias. Georg Friederici escribió:

      Hay que decir […] que estas brutales y anticristianas concepciones y este modo de proceder no eran, ni mucho menos, algo propio, específico y exclusivo de la conquista española de América durante los primeros siglos, un baldón de ignominia para esta nación, sino que, por el contrario, estaban dentro del modo de pensar y de conducirse, no sólo de España, sino también de toda Europa (Friederici, 1973: 300).

      Lewis Hanke por su parte no dudó en señalar lo siguiente: «No se puede negar que hubo saqueo y crueldad [durante la conquista]. Pero también es verdad que España, en el mismo proceso de modelar su imperio, fue agitada durante décadas por su esfuerzo de gobernar con justicia» (Hanke, 1968: 334). Y W. A. Reynolds utilizó un manido argumento:

      Además, muchas de las cosas que hoy se consideran como crueldades no lo eran en el siglo XVI, como la práctica de cortar las manos a los espías, fuesen espías europeos o mexicanos […] Verdaderamente, si hemos de juzgar a Cortés tocante a la crueldad, es justo que lo hagamos con los patrones morales del tiempo y la sociedad que lo engendró (Reynolds, 1978: 256).

      Desde luego, no comulgaré nunca con el trasfondo conservador de opiniones como las de Francisco Morales Padrón:

      América había de conquistarse tal como se hizo. Los hombres que allí fueron no eran una pandilla de asesinos desalmados; eran unos tipos humanos que actuaban al influjo del ambiente, determinados por su época, por las circunstancias, por el enemigo, por su propio horizonte histórico (Morales Padrón, 1974: 79).

      Ninguna objeción. Si todo ello es cierto, cabría añadir que utilizaron la crueldad, el terror y la violencia extrema, típicos de su época, para imponerse en una guerra que, por supuesto, no tenían ganada en absoluto de antemano (Oliva de Coll, 1974). Que los indios podían ser crueles (según los parámetros europeos) y torturaban a sus enemigos, sin duda22. Que utilizaban el terror para imponerse, también23. Pero, por un lado, no es el objetivo de este libro analizar semejante tema para la época precolombina, y, por otro, cabe reconocer que las huestes indianas actuaron como una tropa invasora de los diferentes territorios americanos y, por lo tanto, las reacciones de los aborígenes, del tipo que fuesen, cabe contemplarlas como legítimas. Sin olvidar que, a menudo, fue el contacto con los europeos la causa principal de la introducción de prácticas crueles y del uso de la tortura entre los indios (Friederici, 1973: 250-251. Jacobs, 1973: 97 y ss.).

      En definitiva, se trata, como ya reconociera un hoy en día olvidado, que no olvidable, autor, Luis Vega-Rey, a finales del siglo XIX:

      Por la ligera reseña histórica que dejamos trazada, vemos que del descubrimiento del Nuevo Mundo y de las conquistas que produjo, surgió en el espacio de menos de 30 años una serie no interrumpida de atropellos, desmanes, arbitrariedades, despojos, ruinas y crímenes. Y esto, por lo que respecta á las noticias que la Historia ha recogido, y á las que han consignado en sus relaciones, que en su mayor parte permanecen inéditas ó desconocidas, algunos curiosos observadores. Pero lo que no se ha recogido ni escrito, lo que permanecerá para siempre sepultado en el olvido, es, sin duda, infinitamente más de lo que se sabe. La historia de los pueblos no se ha escrito nunca tan verídica (Vega-Rey, 1896: 85).

      La tarea del historiador será, pues, recuperar en la medida de lo posible dicha veracidad.

      * * *

      Durante cerca ya de tres décadas, mis obligaciones docentes me han conducido a impartir enseñanza sobre la América colonial hispana en la Universidad Autónoma de Barcelona. Sin duda, la obra que el lector tiene en sus manos es un reflejo de mis intereses acerca de la Historia de la Guerra en la Época Moderna, temática a la que he dedicado casi todos mis esfuerzos en lo que se refiere a la investigación, entendiendo que la guerra en Indias es solo un aspecto más de las múltiples posibilidades que ofrecía la mencionada temática, y con ese espíritu y no otro he abordado el presente trabajo. Pero, sin duda, el ejercicio docente ha debido dejar su impronta, de modo que, fueran conscientes de ello o no, todos mis alumnos de estos casi tres decenios son, de una forma u otra, copartícipes de la decisión de interesarme por la historia de la violencia ejercida en la invasión y conquista de América. He procurado aprender todo lo posible por y para ellos. Numerosas crónicas y otras fuentes han podido ser consultadas merced al esfuerzo de muchas instituciones por digitalizar dichos materiales (entre otros, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Memoria Chilena, el portal PARES, etcétera), a quienes doy las gracias desde aquí. También quisiera mostrar mi agradecimiento al servicio de préstamo interbibliotecario de la Universidad Autónoma de Barcelona (Biblioteca d’Humanitats) por su diligencia a la hora de atender mis peticiones.

      Mercedes Medina Vidal es el estímulo sentimental perfecto que cualquiera necesita para desarrollarse como persona, y como historiador en mi caso, y para ver culminado su trabajo intelectual. Y no lo es menos la extraordinaria acogida y el acicate proporcionados por todos los integrantes de la editorial Arpa, quienes con su esfuerzo consiguen que siguiera creyendo que todo, o casi todo, es posible en un mundo tan difícil como el nuestro. A Merche y a los integrantes de la editorial Arpa, pues, quiero dedicarles este libro.

      Lamentablemente, mi madre, Trinidad López Luque (1939-2021), falleció poco antes de terminar esta nueva versión de mi libro. Por ello, y de manera muy especial, deseo dedicar esta obra a su memoria.

PARTE I

      1

      PRECEDENTES: LOS AÑOS FINALES DE LA CONQUISTA DE CANARIAS

      «Comenzaron la conquista de indios acabada la de moros, porque siempre guerrearon españoles contra infieles», aseguraba el afamado cronista Francisco López de Gómara. El almirante Colón lo tenía, como es lógico, muy claro: su viaje se realizó «después de Vuestras Altezas haber dado fin a la guerra de los moros que reinaban en Europa y haber acabado la guerra en la muy grande ciudad de Granada». Sin olvidar que también se había «echado fuera todos los judíos de todos vuestros reinos y señoríos» (Colón, 1995: 55-57). Para Georg Friederici, por su parte, en la conquista de las Canarias —a las que trata como el eslabón entre Granada y América— se pueden observar todos los excesos que, más tarde, reaparecerán en las Indias: «el colgar y empalar a la víctima, el descuartizarla, el cortarle las manos y los pies, haciendo luego correr al mutilado, el ahogar a los infelices prisioneros y esclavizar a las poblaciones indígenas». Para el autor alemán, «las guerras intestinas de los españoles, las cruzadas contra los moros, y las campañas de conquista de las islas Canarias fueron, manifiestamente, guerras de despojo y la escuela en que se formaron los conquistadores de América» (Friederici, 1973: 388-389, 462-463). Y si bien Mario Góngora puntualiza de manera oportuna las diferencias existentes entre las guerras fronterizas peninsulares y las de las Indias, en el sentido de señalar que el medio y el enemigo eran muy distintos,

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