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La invasión de América. Antonio Espino
Читать онлайн.Название La invasión de América
Год выпуска 0
isbn 9788418741395
Автор произведения Antonio Espino
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
En definitiva, el objeto de análisis de este libro es, citando a Garavaglia y Marchena, «el problema de la violencia desatada por el blanco. Este aspecto, que también desde la época de Bartolomé de las Casas era uno de los que más había llamado la atención, fue posteriormente casi abandonado por los estudiosos» (Garavaglia/Marchena, 2005, I: 210). O, como señaló Thierry Saignes, «lo que exigiría una verdadera etnosiquiatría histórica es el furor invertido por los conquistadores europeos para matar, torturar y destruir al morador amerindio […]» (Saignes, 2000: 275). Al mismo tiempo, se tratará de demostrar cómo la Corona, cuando se puso al frente de la expansión territorial, por ejemplo, en el norte de México-Tenochtitlan, nunca dudó a la hora de aplicar prácticas atemorizadoras para conseguir sus propósitos.
Por otro lado, mi punto de vista también implica descartar otra posibilidad. Según Carmen Bernand y Serge Gruzinski: «La tensión perpetua que mantenía la inmersión en un medio ajeno, hostil e imprevisible» podría explicar «las explosiones de barbarie y las matanzas “preventivas” que van marcando el avance de las tropas». El caso es que, si ello fuera cierto, la matanza de parte de la nobleza mexica ordenada por Pedro de Alvarado el 23 de mayo de 1520 en México-Tenochtitlan sería únicamente producto del miedo, puesto que se hallaba con escasas fuerzas dentro de la ciudad custodiando la persona del huey tlatoani Moctezuma II (Motecuhzoma Xoyocotzin). Creo que razonar el porqué de una actuación basándose como explicación en el miedo o, a causa de este, de la tensión del momento, es incompatible con la alusión a una, y típica, además, reacción preventiva. Creo que hubo cálculo, producto de la experiencia previa, en las acciones militares «preventivas» que se desplegaron en las Indias. Se desarrolló una cultura de la agresión y, como se ha dicho, las formas de actuar se aprendieron y se aplicaron. Estoy convencido, como han sugerido algunos historiadores, que la acción de Pedro de Alvarado, independientemente de la tensión con la que seguramente vivió aquellos días, responde a la puesta en práctica de una experiencia previa: la masacre de parte de la población de la ciudad de Cholula meses atrás, poco antes de la entrada de Hernán Cortés en México-Tenochtitlan (8 de noviembre de 1519) y esta última, a su vez, a toda una tradición de comportamiento bélico en las Indias, pero que tenía unos precedentes en las conquistas de Granada y, sobre todo, Canarias —y en la guerra, en definitiva, contra un enemigo no cristiano—, además de en la violencia propia de las sociedades medievales18.
C. Bernand y S. Gruzinski, por otro lado, nos dan la clave para entender determinados comportamientos militares en las Indias y su utilización sistemática en los diversos territorios que se iban atacando: «La posición del conquistador no deja de parecer asombrosamente frágil: una sola derrota y los españoles estarían acabados» (Bernand & Gruzinski, 1996: 259-260, 271). De ahí, precisamente, el uso de la crueldad, de la violencia extrema, del terror…
Trataré, pues, de ofrecer en la medida de lo posible datos demostrativos acerca de lo ocurrido en las Antillas, Veragua y Darién, Nueva España, Guatemala, Yucatán, Florida, Nueva Granada, Venezuela, Río de la Plata, Perú y Chile desde los inicios de la presencia hispana en las Indias y hasta 1598, año de la muerte de Felipe II, y también de una gran ofensiva nativa (reche) en Chile, el llamado Flandes indiano. En cambio, no nos va a interesar analizar en esta obra los muchos enfrentamientos habidos entre españoles, tanto los más importantes —las guerras civiles de Perú—, como otros menores —la expedición de Pedro de Ursúa y la tiranía de Lope de Aguirre sería el ejemplo paradigmático—, o bien la lucha por expulsar a incipientes colonias de súbditos de potencias enemigas de la Monarquía Hispánica —la actuación, por ejemplo, de Pedro Menéndez de Avilés en Florida—, temáticas muy interesantes pero que se apartan del objeto central de estudio y análisis del presente ensayo.
El principal vehículo de información elegido ha sido el análisis profundo —una relectura— de toda una nómina de crónicas de Indias —pero no solo de ellas—19, teniendo muy presente, como dice Esther Sánchez Merino, que «la violencia ha de ser […] narrada, y esa narración se hará siempre bajo los principios del discurso dominante de la cultura del narrador, según el cual será interpretado el acto violento en sí mismo. La violencia no existe si no hay una cultura que la interpreta como tal» (Sánchez Merino, 2007: 96). Por lo tanto, y añado, si no hay una cultura que la ejerce —y sabe que la está ejerciendo— y otra que la padece. Como sugiere Brian Bosworth en un interesante trabajo donde establece algunos paralelismos entre las obras militares —¿las podemos llamar carnicerías?— de Alejandro Magno y Hernán Cortés, en las crónicas hispanas, y asimismo en los testimonios de la Antigüedad, apenas si aparecen referencias a las matanzas perpetradas, a las terribles heridas infligidas al derrotado enemigo, porque de lo contrario, «las batallas perderían su aura heroica, y los conquistadores parecerían más bien matarifes». En el caso del macedonio, son muy escasos, o inexistentes, los testimonios generados por los vencidos. De esa forma, asegura Bosworth, solo leyendo los relatos de los autores proclives a Alejandro, «uno se vuelve inmune a las cifras de víctimas. Los hombres de Alejandro pueden haber matado a miles de personas, pero uno tiene la impresión de que nadie resultó realmente herido» (Bosworth, 2000: 38). El cronista de la conquista y de las guerras civiles de Perú, Pedro Cieza de León, confesaba en sus escritos la omisión deliberada de muchas de las horribles hazañas de los españoles en las Indias, dado que explicar la crueldad hispana sería un «nunca acabar si por orden las hubiese de contar, porque no se ha tenido en más matar indios que si fuesen bestias inútiles […] Mas pues los lectores conocen lo que yo puedo decir, no quiero sobre ello hablar» (Cieza de León, 1985, iii: 218). El problema es la reiteración por parte de otros autores de argumentos semejantes, entre ellos Jerónimo de Mendieta: «Y trataban á los indios con tanta aspereza y crueldad, que no bastaría papel ni tiempo para contar las vejaciones que en particular les hacían» (Mendieta, 1980, III: cap. L). En Gonzalo Fernández de Oviedo: «Y tampoco hobo castigo ni reprensión en esto, sino tan larga disimulación, que fué principio para tantos males, que nunca se acabarían de escribir» (Fernández de Oviedo, 1959, III: lib. X, cap., IX). O en Pedro Aguado: «Y con esto no tengo más, o no quiero decir más de la conquista de [la ciudad de] los Remedios, pues, como he dicho, sería renovar extrañas crueldades» (Aguado, 1956-1957, I: lib. XIV, cap. IX). Todos ellos cronistas con sensibilidades e intereses distintos. No puede ser una coincidencia que quieran olvidarse, de prácticamente lo mismo.
Por otro lado, la violencia hispana en las Indias —como Alejandro en sus campañas asiáticas— perseguiría unos fines muy claros, quedando justificada por la necesidad de conseguir tales fines. «El beneficio social que los resultados de la actuación violenta producen sobre la comunidad evita la reflexión ética sobre dicha actuación», asegura Esther Sánchez Merino, si bien en el caso hispano en las Indias sí se produjo dicha reflexión ética, pero solo por parte de algunos20. Como señalaba Raymond Aron, durante milenios:
El volumen de riquezas de que los conquistadores eran capaces de apoderarse por las armas era enorme, comparado con el volumen de las que creaban por medio de su trabajo. Esclavos, metales preciosos, tributos o impuestos exigidos a las poblaciones alógenas, los beneficios de la victoria eran evidentes y soberbios.
Y el caso de la conquista hispana de las Indias puede ser un ejemplo paradigmático de ello (Aron, 1985: 317).
Es más, nuestra principal intención al tratar esta temática no busca la exculpación de nadie atendiendo a la comparación con lo que hubieran hecho, o lo que hicieron a la hora de la verdad, otras potencias europeas del momento durante su expansión ultramarina21. Es el caso de Philip W. Powell en su obra Árbol de odio (Madrid, 1972),