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ya la presión se había liberado, no volví a intervenir ni meterme en lo que mi esposa terminó de hacer para calmar a la niña; inclusive, apenas su castigo terminó, la llevó a nuestro cuarto y cerró la puerta, para que la niña se calmara y para que yo no la escuchara más y no existiera el riesgo de ir de nuevo a explotar como lo había hecho, pero esto ya no iba a suceder, ya me había descargado, sacado todo lo que tenía, así que no había riesgo que esto sucediera, ¿Parecido al evento anterior del trabajo no? Definitivamente, es más lo que pierdo que lo que gano.

      Ya de regreso a lo que estaba haciendo, sentí un cuerpo cansado, agotado mentalmente, solo pensaba en que había asustado a la niña, pero ¿cómo habría logrado calmar a Salo de otra manera? Lo extraño del asunto es que no llegó remordimiento a mí, como hubiera sido lo que había pasado, se calmó Salome, frenó todo lo que estaba sucediendo, pero ¿a qué costo?; en ese momento no me importaba mucho eso.

      Debo confesar que me duele mucho escribir esto, darme cuenta de todo lo que pasa en mí, en mi cuerpo, en mis pensamientos, recordar la cara de mi hija, de pánico, dolor, susto, ese afán de protegerse, de no ser lastimada, me duele profundamente, solo pienso en que fracaso como padre, no sé cómo llevar la situación, me regreso a la rabia primitiva y poco útil en esos momentos, además celebro que algo en mí me frene a ir al extremo más fuerte, descaradamente lo confieso, eso por lo menos no me hace sentir frustración, el no perder el control total por lo menos me mantiene un poco tranquilo, porque el remordimiento no es tan grande, es algo medio extraño, raya en lo desquiciado ahora que lo escribo, pero agradezco a Dios no repetir la historia que yo viví; en mi caso, mi papa no frenaba, llegaba el grito, con los golpes y con la irónica pregunta ¿va a seguir llorando o se va a calmar? ¿Cómo me iba a calmar y dejar de llorar si estaba sintiendo más dolor y lo único que tenía en mi cabeza era el pánico que me generaba la situación? Recordar lo que es estar al otro lado de la historia me muestra que lo que hago solo es repetir lo mismo, pero sin entrar en el golpe físico; ya sé cuáles son las consecuencias de esto.

      No quiero sonar como el que se justifica para volverlo a hacer, ni mucho menos, menospreciar el gran remordimiento que siento al actuar desde mi cerebro reptil, desde mis memorias, el dolor que se genera de haber instaurado un recuerdo poco agradable para mi hija, desde donde ella de pronto se moverá para relacionarse conmigo y con el mundo, no quiero que esto vuelva a suceder.

      Lo que me parece más fuerte de toda la historia es que, cuando pasó todo, ya había calma y una aparente tranquilidad; realmente no la había, no es así, el ambiente queda tenso, con toda esa energía liberada de la niña con miedo, yo desfogando todo ese fuego y mi esposa expectante de que no me vaya a equivocar, hacen que el espacio esté incómodo, la niña me buscaba, como tratando de compensar lo que había hecho; eso me duele profundamente, aún más en mi alma, mi corazón, ella llega con su carita de nobleza y amor a intentar contentar a su padre, y yo lo que hago es hacerme a un lado para terminar de calmarme por lo sucedido; qué gran lección de humildad y entrega al otro que me llega, ella muestra su amor propio para poder volver a su padre, tengo en casa a mi maestra.

      Es muy doloroso ver que el patrón se repite, con Salo y con más personas a mi alrededor, aunque no existe un golpe físico como yo lo sentí, sí hay uno psicológico, poner esto acá me muestra una forma equivocada y poco aterrizada de la realidad, de lo que debo hacer como padre, pero si puedo frenar y ver las cosas cuando estoy en furia extrema, siento que antes que eso pase podría también poner freno para que la emocionalidad no se exacerbe; sé que debo corregir a mi hija pero debo hacerlo desde los mejores recursos que tenga disponibles para ella, corregir también es amar, pero ese amar no tiene que ser malintencionado, acá aparece de nuevo el justo medio, el utilizar un poco de frío y un poco de calor – Lo dijo Edelmira, una prima que respeto y valoro mucho – el poder equilibrar las cargas para entregar la educación que quiero dar pero sin tener que recurrir a los recursos más instintivos y primitivos, yo ya puedo hoy ser consciente de mis actos, el camino de verme en una nueva versión creo puede empezar desde ahí, ver todo el abanico de posibilidades posibles sin tener que recurrir a lo que aparece siempre como el único recurso.

      Este es el primer peldaño de las experiencias que quiero relatar, cómo aparecen diferentes factores que van rodeando el ser visto en el mundo, cómo desde aprender a atacar o retraerme, ser la víctima o el victimario, y cómo desde el recurso de la rabia construyo un resentimiento que ha cobrado una factura costosa de vida, veamos que sigue cuando me aíslo de todo lo que sucede.

      El segundo peldaño, el lugar que ocupo cuando me salgo, me voy, me canso, y su consecuencia, la razón por la que estoy hoy certificándome como Coach Senior, esa resignación que me tomó por sorpresa, que me dejó sin recursos para moverme liviano en la vida, esa que me genera es el aislamiento y quedarme retraído en algún lugar, sin opción de poder moverme.

      Antes de darle forma a este capítulo, quisiera compartir algunos hallazgos clave en el desarrollo de este tema.

      En el inicio de este PIO (Proyecto de Investigación Ontológica), puse sobre la mesa, temas clave y muy notorios, reconocidos en mí como la rabia, la víctima y la resignación, y esta última como el detonante para declarar un espacio de indagación importante, ya que completaba los momentos que tengo en mente que más me han afectado en la vida, pero en este espacio que he abierto para conocer más mi grieta existencial, he venido identificando constantemente dos cosas bien importantes e interesantes, que harán parte de este escrito, y que ya lo he mencionado tímidamente; estos son la arrogancia o prepotencia en la búsqueda de la visibilidad como persona, para ser visto a través de acciones negativas disfrazadas de positivas.

      En cuanto a la arrogancia, he venido apreciando que en varias sesiones de Coaching, realizadas por mí o hacia mí, o en mi día a día laboral, surge una prepotencia o arrogancia ante ciertos comentarios en donde, o veo que un colaborador me está exigiendo, pasando por encima de mi autoridad, o cuando el conocimiento no es claro y para mí resulta algo básico, allí hago alarde de lo que soy como profesional, mi experiencia y poder como gerente, pero al final de la conversación o la situación aparece un intenso sentimiento de culpa, por haber actuado de la manera en que lo hice, pensando mucho en cómo se sintió en el otro y queriendo enmendar lo que hice, pero esto ya no es posible de realizar. Al inicio de la situación, siento una prepotencia enorme, vuelve la intención de aplastar al otro, mi cuerpo se ensancha, crece, se expande, la superioridad mostrada es arrogante, brusca, pero cuando el daño está hecho, vuelvo al caparazón, a la concha, a esconderme, victimizarme, quizás a justificar lo vivido, la culpa es partícipe de este momento.

       En cuanto a la consecuencia de la arrogancia, la añorada visibilidad, el llamar la atención, el voltear las miradas hacia mí, he notado mucho que, de una u otra manera, en mi vida diaria y en el coaching cuando no tengo la atención o no veo que esta es generada, hago o comentarios graciosos para que las miradas vengan acá, o soy grosero, fuerte y dominante para generar un poco de molestia, temor o malestar, para que la gente esté pendiente de lo que hago, o con un uso excesivo del lenguaje, la retórica, envuelvo de manera tal que confundo más y deben volver a mí. Y me pregunto: ¿Qué se esconde detrás de querer ser visto? ¿Qué emociones habitan allí? ¿Será que existe un miedo al no ser reconocido? ¿Cuál es la necesidad de figurar? ¿Cuándo no figure y hoy quiero que me vean? Bueno, desarrollémoslo.

      Desearía iniciar este espacio pudiendo mostrar un evento fuerte y doloroso que recuerdo, no de muy buena manera, y marcó pautas de funcionamiento en mi familia que fueron difíciles de romper.

      Estábamos ad portas de iniciar un nuevo milenio, era el año 1998 o 1999, a mis trece o catorce años de edad, la indico aproximada, ya que recuerdo que en esa época fue el lanzamiento en Colombia del juego que voy a mencionar; teníamos en casa un computador en donde hacíamos trabajos, mi hermana y yo, del colegio, y mi madre, de su trabajo, y los fines de semana nos daban la oportunidad de jugar en él. Busqué la manera de que me grabaran un juego que recuerdo con mucho agrado, no se me va a olvidar nunca, era Age of Empires, un juego de rol que proponía construir civilizaciones antiguas, podía pasar horas enteras jugando con él, ya que siempre me ha gustado mucho la mitología y la historia de las antiguas civilizaciones.

      En

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