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reglas que el biógrafo ya marca en la portada, contraportada, títulos, inserciones gráficas, prólogos y demás elementos peritextuales. El paradigma en esta convicción retórica y consiguiente praxis es la colección pionera de Espasa-Calpe, especialmente en sus once primeros números, cuyo diseño y composición responden a la exigencia pragmática de participar en la interacción entre producción y recepción. Con carácter general, y aun asumiendo algunas omisiones, los elementos paratextuales comunes a los volúmenes de Espasa-Calpe comprenden: portada externa (cubierta) con ornamentación; título de la colección; autor; título y subtítulo de la biografía; emblemas; paginilla con título de la biografía; apartado de «Obras del autor» u «Obras de la colección», más «Obras en prensa»; lámina 1; portada interna, con lámina 2 y reproducción de la cubierta; índice; notas preliminares; epílogos; apéndices.

      Al dar a la imprenta las «nuevas» biografías españolas, editores y autores tendrán en mente al potencial receptor del mensaje y a él se dirigen estos elementos paratextuales. Por ello, en función de la acogida dispensada y de las maledicencias y parabienes críticos, aparecerán y desaparecerán algunos de los ardides paratextuales. Los festones de la portada en los primeros números se sustituirán por esquilmadas cenefas en los siguientes; la tipografía irá reduciendo su protagonismo; se insertará el título de la colección: «Vidas españolas del siglo XIX», que, en el número 11, pasará a llamarse «Vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX», que restaría hasta el final; el número de ilustraciones aumentará progresivamente, e incluso se alterarán de una edición a otra, etc. A fin de demostrar cómo funcionan en la práctica tales presupuestos de birlibirloque, me centraré en una de las principales biografías del momento: Sor Patrocinio. La Monja de las Llagas, segundo número de la colección y obra del voraz y muy aclamado Benjamín Jarnés (1929b).1

      Por lo pronto, en la portada, bajo el nombre del autor, se sitúa la primera toma de contacto del lector con la obra: «Sor Patrocinio», en rojo sangre (¿de los estigmas?). El título del producto literario es, sin duda, paratexto ineludible e inequívoco. Sin embargo, en la colección biográfica de Espasa-Calpe, es en el paratexto subsiguiente, en el subtítulo, en el que se concreta la negociación entre productor y consumidor. Se trata de un atributo formal común a casi todos los volúmenes: con el nombre del personaje biografiado, se incorpora una rúbrica nominativa, bien a vueltas con la ironía y los hipotextos, bien proporcionando estricta información histórica. En cualquier caso, los sobrenombres individualizaban las producciones «vitales» de Espasa-Calpe. Jarnés (1935: 194) explicará cómo, ante la impersonal identidad de las vidas decimonónicas españolas, lo conveniente era señalar al sujeto con un algo de excepcionalidad. Esa era la función del subtítulo:

      Por eso las biografías del siglo XIX deben llevar subtítulo; sus nombres deben llevar apodo, un guiño anecdótico que substituya al ausente acento categórico. Cuando hay poco individuo, el hombre –que a nadie interesa desnudo– se salva por una rúbrica desaforada…

      «Monja de las Llagas» será el desmedido rótulo de la concepcionista sor Patrocinio: toda una promesa narrativa que no disimula los coqueteos folletinescos. Pero también es el subtítulo anclaje para la memoria del desorientado español de 1929: índice anticipador que habrá de activar en él los conocimientos previos sobre el tema (Calabrese, Martínez, 2001: 48). Como activará en él más de una suspicacia –provocada por «monja», provocada por «llagas»–, pues, aunque la formulación fuese en estos términos escrupulosamente legada por la historia, las palabras, dada la fecha de publicación de la biografía, reverberan en nuevas semánticas, capaces de encarnarse en inéditas –parciales, particulares, peligrosas– connotaciones. A disipar estos prejuicios preliminares dedicará Jarnés la mayor parte de su «Nota preliminar», un metatexto esencial en la escritura y exégesis de la biografía. El subtítulo –al igual que sucede con el emblema– es entonces decisión del biógrafo, lo que ofrece espacio a la libertad escrituraria: al juego paródico y a la intertextualidad, o a la sobriedad y apuesta por la verosimilitud histórica. Determinar qué carta juega el biógrafo desde la misma portada es esencial para una hermenéutica apropiada del producto de aquellos años.

      Continuando en la portada, y como significativa sustancia paratextual presente en todos los volúmenes, se reproducen unos emblemas que vendrían a sintetizar, a ojos del biógrafo, la existencia del sujeto. Es otro evidente índice semántico que opera como estrategia de lectura, refrendando el punto de vista elegido para posicionarse ante el personaje. En Sor Patrocinio, Jarnés elige como resumen de la vida conventual unos elementos al tiempo evocadores y activamente asociativos: un báculo pastoral, un cetro y unas sogas. Los dos primeros, el báculo y el cetro, sugieren la unión de los poderes celestes y terrenales, de los divinos y los humanos; un argumento este –el del exceso de dominio– utilizado para cargar las tintas contra la monja, en el siglo XIX y aún en el XX. En un momento de la historia, el biógrafo ejecutará un manifiesto subrayado textual devolviendo al lector a la portada:

      …¡oh, sorpresa!– sale elegida prelada Sor Patrocinio. Por unanimidad. Pasa sor Patrocinio de prelada a abadesa […] Hace falta para la ceremonia un báculo. Como no hay ninguno preparado en el convento, el mismo cardenal cede el suyo, lo regala a la abadesa. Sor Patrocinio, humildemente, empuña el báculo del Primado de las Españas. El cetro de las Españas está también allí. Y el espíritu de las Españas. Y el Espíritu Santo (pp. 147-148).

      Por su parte, las sogas, según confirma la diégesis, habrán de leerse como habituales aperos de mortificación en la práctica ascética de sor Patrocinio: torturas y martirios que buscan desmesuradamente el desprecio de la materia corporal. Título, subtítulo y emblemas, insertos en la misma cubierta de la biografía, son dispositivos formales que funcionan como índices semióticos explícitamente persuasivos, anticipando todos ellos una interpretación determinada del sujeto.

      El siguiente elemento paratextual en el que quiero detenerme es la portada interna de las biografías. Se compone esta de dos páginas: en la de la izquierda, siempre hay un retrato frontal del sujeto, acompañado de su autógrafo (otra de las marcas visibles de la colección). En la página de la derecha, vuelve a reproducirse la portada externa pero sin sutilezas cromáticas ni caprichos de forma. No obstante, aquí pueden introducirse modificaciones por parte del autor, siempre relevantes. Sucede así en la biografía de Antonio Marichalar Riesgo y ventura del duque de Osuna (1930), en cuya portada interior encontramos dos novedades significativas. La primera es la categorización genérica bajo la que Marichalar desea que se lea y entienda su obra: «(Ensayo biográfico)». El segundo aditamento es una cita en francés que quiere el autor que ejerza como preludio al personaje y a aquel que le da forma. Por otro lado, mientras que los tres primeros números de la colección cuentan con una sola reproducción gráfica, a partir del cuarto volumen aumentan las imágenes del sujeto y de su entorno (casa en la que vivió, instrumentos que lo adscriben a un determinado rango u oficio, etc.). El propósito es evidente: rubricar el pacto de verdad que firmaba el biógrafo con el lector. Piénsese que muchos de estos nuevos escritores de vida eran noveladores, y que algunos de ellos perseveraban en sus estrategias autorreferenciales y digresiones metadiscursivas que conformaban sus novelas. Era necesario que el biógrafo instaurase explícitamente el «nuevo» discurso en el marco genérico que le correspondía: una biografía, que incluye un pacto de no mentir y de aproximarse a la verdad del sujeto, admitiendo, claro, todas las imprecisiones e incertidumbres que el término verdad procuraba entonces. Las reproducciones gráficas, los retratos y los autógrafos sirven a este propósito.

      Hay, además, en la panoplia metatextual de Sor Patrocinio, un interés adicional que es preciso considerar: la permuta de imágenes entre la primera y la segunda edición, publicada al año siguiente. El trueque de ilustraciones, ordenado seguramente por el autor, altera sustancialmente la impresión que pudiese formarse el lector de la biografía antes de comenzar a leer el texto. Así, en la edición de 1929, según se indica al pie de página, se ofrecen el «Retrato y autógrafo de Sor Patrocinio a los setenta y seis años» (s/n). El autógrafo contiene el nombre «Sor María Dolores Patrocinio Abadesa», y la rúbrica de la religiosa. La caligrafía es, sin duda, la de una anciana, con trazos deficientes y quebrados. También la fotografía es la de una persona de edad avanzada, pero tiene una fuerza inusual:

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