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sobre las relaciones ciencia-filosofía no dista mucho de la de Hume, pero difiere en importantes matices: mientras Hume pretendía aplicar a la ciencia de la naturaleza humana el método que astrónomos como Newton habían aplicado al estudio de los planetas, Quine sostiene que entre ciencia y filosofía no hay diferencias metodológicas o epistemológicas relevantes, hay una línea de continuidad. Quine lo expresa en uno de los textos más importantes al respecto:

      En este texto conviene retener dos ideas básicas, relevantes para el tema que nos ocupa. La primera es que no hay exilio cósmico: la filosofía no es una contemplación externa del mundo y del conocimiento humano del mundo; la filosofía está dentro del mundo y necesita tanta revisión como el resto de esquemas conceptuales (científicos o de sentido común) con que interpretamos el mundo. La segunda es que la labor del filósofo y del científico difieren en los detalles, pero no en la metodología: ambos han de apelar a dos reglas de oro de la metodología científica, la coherencia y la simplicidad, y preservar la conexión con los datos sensoriales, por remotos que sean.

      Esta concepción de la filosofía, constituye el contexto en el que Quine plantea el proyecto de «naturalizar» la epistemología, es decir, de reducir los problemas epistemológicos a problemas psicológicos. Veamos su proyecto, que parte de un modelo epistemológico de las ciencias formales y pretende aplicarlo al conocimiento empírico, o natural como él lo llama.

      La epistemología de la matemática contiene dos cuestiones fundamentales: la cuestión conceptual y la cuestión doctrinal. La primera se ocupa del significado, la segunda de la verdad; la primera explica cómo definir unos términos en función de otros, la segunda trata de probar unas leyes en función de otras. Quine piensa que en la epistemología del conocimiento natural se puede establecer la misma división: una teoría de los conceptos (o del significado) y una teoría de la doctrina (o de la verdad). Eso conlleva explicar los conceptos en términos sensoriales (aspecto conceptual) y justificar las verdades sobre la naturaleza en términos sensoriales (aspecto doctrinal). Respecto del aspecto conceptual, recordemos que Hume reducía el significado de un concepto a su contenido sensorial, mediante el principio de copia; Quine piensa que esta explicación sería satisfactoria, pero sólo resolvería la mitad de la cuestión, ya que esta doctrina acerca del origen de los conceptos no permite avanzar en absoluto respecto a la verdad de enunciados generales o de enunciados particulares acerca del futuro. Hume fue capaz de explicar las bases de los enunciados sobre los objetos del mundo físico, pero no sobre su comportamiento y regularidades; por esa razón Quine piensa que Hume no avanzó en el aspecto doctrinal. No es un problema que tenga fácil solución; como dice Quine, «el sino humeano es el sino humano». Esta conocida frase puede ser parafraseada en los siguientes términos: la cuestión doctrinal, la justificación de nuestro conocimiento de verdades acerca de la naturaleza, es la angustiosa situación del ser humano. El método naturalista contemporáneo pretende solucionar ese problema, que Hume no llegó a resolver.

      Por lo que respecta al aspecto conceptual, la teoría de conjuntos ha facilitado la referencia a cuerpos físicos en términos de impresiones sensoriales, ya que permite hablar no sólo de impresiones, sino de conjuntos de impresiones; una prueba de este progreso es La construcción lógica del mundo, la obra de Rudolf Carnap (1891-1970) publicada en 1928. Carnap fracasó en el aspecto doctrinal, sin embargo: cualquier generalización requiere más casos de los que pueden ser observados, las generalizaciones no son reducibles a impresiones ni a conjuntos de impresiones. Quine dice al respecto:

      A la dificultad de traducir el lenguaje de objetos a lenguaje de evidencia sensorial, Quine añade una nueva dificultad, fruto de su concepción holista del significado: un enunciado sobre cuerpos físicos no tiene un conjunto de implicaciones experienciales que pueda ser calificado como propiamente suyo. Las conclusiones experienciales, lo son de una teoría en conjunto, no de cada enunciado aislado. Ahora bien, en ese caso, si las consecuencias observacionales nunca derivan de enunciados aislados, sino solamente de porciones sustanciales de teoría, difícilmente puede prosperar una propuesta de traducción término a término, enunciado a enunciado. La situación, tal y como Quine la ve, es poco halagüeña: habría que intentar traducir cuerpos teóricos, pero sería una traducción extraña, ya que tendría que traducir el todo sin traducir ninguna de sus partes. El proyecto empirista clásico llevó a la ruina a la epistemología, entendida como una filosofía que estudia el conocimiento científico mediante la traducción de términos y enunciados teóricos a términos y enunciados de observación.

      La salida que Quine propone a esta situación, consiste en considerar la epistemología como un capítulo de la psicología entendida como ciencia natural, es decir, consiste en estudiar los problemas epistemológicos desde dentro de la ciencia natural. Veamos la propuesta en sus propias palabras:

      La epistemología como un capítulo de la psicología, es el intento de explicar científicamente la relación entre evidencia (que hay poca) y teoría (que hay mucha). El input es la estimulación de los receptores sensoriales, plasmada en un tipo de oraciones que Quine denomina oraciones observacionales, y son aquellas cuyo veredicto depende de las estimulaciones sensoriales en buena medida, aunque no en toda: la dependencia de las estimulaciones sensoriales no es exclusiva, ya que hace falta información almacenada para poder entender la oración. Este tipo de sentencias, son aquellas a las que

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