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que así continúe.

       Agradecimientos

      Después de estos años, son muchas las personas e instituciones a las que debo agradecer, en mi nombre y en el de Josep Lluís Blasco, su ayuda y sus aportaciones. Los estudiantes que con sus preguntas, sus peticiones de aclaración y sus objeciones han escrutado las entrañas de este libro, tendrán siempre mi agradecimiento, como tuvieron el de Blasco. Gracias al Servei de Publicacions de la Universitat de Valencia y en especial al director de la colección Materials, Guillermo Quintás, por el interés y el cuidado que dedicaron siempre a este texto; a Lino San Juan, que ha realizado una cuidadísima y exigente traducción que mejora en muchos aspectos formales el original catalán. Vicente Sanfélix leyó alguno de sus capítulos y nos hizo sugerencias que son de agradecer. Gracias también a Carlos Moya por sus comentarios –siempre muy útiles– a los capítulos más revisados; a Antoni Gomila y Daniel Quesada por las reseñas de este libro que publicaron en su día y que nos fueron de gran ayuda en el replanteamiento general del libro, aunque, como ya he dicho, no fuera posible llevar a cabo completamente algunas sugerencias que nos hacían y que nos parecieron muy pertinentes. Gracias a Manuel Pérez Otero por los comentarios tan provechosos y detallados que tuvo la gentileza de remitirnos; y, una vez más, a Josep Corbí, paciente y eficiente comentador de siempre. Para terminar, quiero manifestar mi eterna gratitud a Josep Lluís Blasco, mi maestro, que me introdujo en los vericuetos de esta fascinante disciplina filosófica, que me admitió como colaborador suyo en el proyecto de confección de este texto y, sobre todo, que me proporcionó el inmenso honor de contarme entre sus amigos.

      1. Un ejemplo de esta nueva situación lo constituye la aparición en el 2000 del Compendio de epistemología, editado por Jacobo Muñoz y Julián Velarde que reunió hasta sesenta colaboradores españoles.

      2. Para nosotros «teoría del conocimiento» y «epistemología» no son sino dos maneras alternativas de referirse a una misma disciplina filosófica, a un mismo conjunto de tópicos o problemas, y bajo ese supuesto hemos procedido a lo largo de todo el texto.

      TOBIES GRIMALTOS

      Quizá el lector convenga conmigo en que términos como «observacional» o «estimulativa» distan bastante de ser derivaciones naturales en castellano; no obstante, me ha parecido inevitable preservarlos en la presente traducción, en la medida en que forman parte ya del léxico filosófico castellano, provenientes de traducciones anteriores.

      En las citas a obras de otros autores, he procedido a localizar y reproducir literalmente aquellas que ya disponían de traducción castellana, y a traducir del idioma original correspondiente en caso contrario; en consecuencia, a pie de página figuran las páginas reproducidas o traducidas, según el caso, y el año de edición original de la obra, en todos los casos –la notación «a. e. c.», «antes de la era común», como sustituta de la tradicional «a. C.», «antes de Cristo», recoge la tendencia contemporánea a establecer una cronología lo más desprovista posible de preferencias religiosas particulares.

PRIMERA PARTE

      Los problemas epistemológicos ya nacen en campos de investigación muy dispersos de la filosofía occidental. En el denominado Corpus Aristotelicum, la obra de Aristóteles (384-322 a.e.c.) que cuando menos codifica el saber filosófico, los problemas relativos al conocimiento humano se tratan, tanto en los escritos que hoy llamaríamos lógicos (Organon), como en los psicológicos (De anima), o en los ontológicos (Metafísica). Esta dispersión no es una casualidad histórica: el problema del conocimiento humano participa conjuntamente de las tres disciplinas, y su propia complejidad hace que tanto los aspectos bio-psíquicos, como los lógicos y los ontológicos, sean relevantes en su análisis.

      Es esa complejidad la que exige analizar el problema epistemológico, ya que conjugar psicología, lógica y ontología (tres disciplinas bien diferenciadas en toda la historia del pensamiento occidental), implica un equilibrio de perspectiva y método muy difícil de conseguir: la lógica y la psicología no se avienen, ya que la lógica pretende estudiar y fundamentar estructuras formales y universal-mente válidas del pensamiento, mientras que la psicología estudia los fenómenos empíricos y particulares de los procesos cognitivos de los seres vivos, buscando las leyes más generales. La ontología, por otra parte, estudia la relación que se establece entre los contenidos del conocimiento (lo conocido) y la realidad, y en ese sentido, ha de medir armas con la lógica: ¿hasta dónde llega el imperio de la lógica, en la relación conocer-ser, y hasta dónde llega el imperio de la realidad, de la que sólo podemos hablar en tanto que realidad conocida?

      En la modernidad, los problemas de interrelación de estas tres perspectivas son vívidos y recurrentes: asimilar la lógica a la psicología responde a la pretensión de reducir la lógica a generalidades empíricas, y asimilar la ontología a la lógica responde a la pretensión de hacer de la ontología una ciencia formal. Estos problemas constituyen el trasfondo de la cuestión metodológica, cuando la teoría del conocimiento comienza a constituirse como disciplina, como campo unitario de problemas, en la modernidad, a partir de Descartes. En esta primera parte, elucidaremos estos problemas, y expondremos los diferentes métodos.

      Si bien es cierto que la razón humana siempre ha reflexionado sobre su propia capacidad cognitiva, que siempre podemos encontrar reflexiones epistemológicas en los inicios de la reflexión racional (se sitúen donde se sitúen), el problema del conocimiento se constituye como núcleo y fundamento de reflexión teorética en la filosofía moderna. Veamos: que la razón humana reflexione sobre su propia capacidad cognitiva, no es sino la manifestación más palpable del carácter reflejo de la razón. Que la razón es refleja quiere decir que siempre, no importa el nivel de consciencia que esta característica adquiera en cada caso, la razón se sabe (se conoce) a sí misma. Este hecho característico del conocimiento nos será muy útil para desentrañar el problema del método, nos permitirá ver por qué no debe sorprender que el conocimiento mismo sea objeto de reflexión en los albores del pensamiento filosófico, del pensamiento reflexivo sobre todo lo que el hombre conoce.

      La teoría del conocimiento, sin embargo, necesita que la reflexión dé un paso más. Sólo podemos hablar propiamente de teoría del conocimiento, si el problema del conocimiento, con todas sus interrelaciones, se constituye en objeto de reflexión teórica de la razón humana. Hablemos brevemente del desarrollo y causas de este proceso, que se origina en Descartes y se consolida en Kant.

      La tradición clásica vincula la reflexión filosófica al análisis de las estructuras más generales de la realidad y de Dios como fundamento de toda realidad: la ontología y la teología son los núcleos fundamentales de reflexión filosófica, la lógica un simple instrumento de control formal del razonamiento. Las reflexiones sobre el conocimiento todavía no constituyen un núcleo temático propio, son más bien consideraciones derivadas, de la ontología y la teología por una parte, de las estructuras lógico-formales por la otra.

      Es la constitución de la ciencia moderna, específicamente la física de Galileo, la que obliga a la reflexión filosófica a plantearse dos cuestiones íntimamente relacionadas: el fundamento del nuevo saber físico-matemático, por una parte, y la ubicación epistemológica de la ontología y la teología, por la otra. Es obvio que estas reflexiones conducen necesariamente a un replanteamiento radical de la función de la filosofía en el conjunto del saber; es evidente que la teoría del conocimiento, como reflexión unitaria y metodológica sobre los fundamentos y límites del conocimiento humano, nace de la mano de la ciencia moderna y de la crisis que ésta provoca en el seno de la filosofía. En este sentido, puede decirse que las reflexiones epistemológicas son producto de la modernidad, si bien tanto la filosofía griega como el pensamiento medieval ya habían reflexionado sobre problemas gnoseológicos, e incluso, especialmente en el caso de la filosofía griega, habían establecido paradigmas, desde los que la filosofía moderna retoma el problema del conocimiento: nos referimos a las doctrinas clásicas sobre la percepción, los conceptos y las ideas, la verdad, y la noción misma de conocimiento (episteme).

      Esta

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