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Sin embargo, la represión franquista había asestado, en medio de estos acontecimientos que rememoraba en 1952, un nuevo golpe a la familia que provocaría un giro inesperado en la relación de los dos hermanos, a la vez que evidenciaba los caminos tan distintos que habían tomado en la vida. José, tras la obligada estancia en el reformatorio y un dilatado servicio militar hasta octubre de 1945, trabajó algún tiempo de administrativo en el bufete del abogado Juan Bautista Monfort (el director de la Colonia de San Vicente Ferrer), y en 1946 empezó como contable en una fábrica de calzado (por mediación de su hermano). Pero tanto por ideas como por carácter estaba muy poco inclinado a conformarse sin más con aquel tipo de vida a la que tan bien parecía haberse adaptado su hermano pequeño. De modo que, a los tres meses de licenciarse ya se había integrado en una célula clandestina de la CNT del distrito del Patriarca de Valencia, y seis meses después era elegido secretario de organización del Comité Regional de Levante de las Juventudes Libertarias. Participa activamente tanto en la confección de la revista Acción Juvenil como en la distribución del periódico Fragua Social y otras hojas de propaganda subversiva, mientras participa activamente en el intento de constituir en Valencia, junto con las Juventudes Republicanas y las Juventudes Socialistas, una Alianza Juvenil de Fuerzas Democráticas que ya existía a nivel nacional.63 La osadía de José y sus compañeros culmina en dos «acciones revolucionarias»: el 22 de enero de 1947, en pleno Campo de Mestalla, en medio del encuentro entre el Valencia C.F. y el equipo argentino de San Lorenzo de Almagro, logran distribuir 10.000 octavillas; y, semanas después, hacen lo propio con 12.000 en el centro de la ciudad, en plenas Fallas. Pero el 30 de marzo, tras la detención de un miembro de la célula, se desarticula prácticamente toda la organización. José Martínez es detenido y conducido por la Brigada Político Social a la comisaría y el 7 de abril es llevado junto a sus compañeros a la Cárcel Modelo de Valencia, donde pasan ocho meses y medio mientras se instruye el consejo de guerra en que el fiscal militar pide doce años y un día para cada uno, hasta que son puestos en libertad condicional el 15 de diciembre de 1947, a la espera de juicio.64 Aquellas Navidades serían las últimas que pasará con su familia. Incapaz de soportar otra vez un encierro, hastiado por su incapacidad de adaptación en una España aherrojada por la falta de libertades y ajeno al empeño de superación de su hermano, decide romper la libertad condicional y marchar al exilio. Ante la desolación de los suyos emprende, junto a otros amigos, la huida a finales de julio de 1948 para llegar a París, tras un azaroso viaje, el día 25 de agosto. La elección no es extraña en el contexto de un régimen dictatorial que empujó a más de treinta mil españoles a entrar clandestinamente en Francia entre 1946 y 1949 para acogerse al estatuto de refugiados. La triste paradoja es que José Martínez Guerricabeitia escapó de una condena que nunca hubiera recibido, pues en 1949 el sumario pasó a la jurisdicción civil y cuando se celebró el juicio en 1952, el nuevo fiscal rebajó sensiblemente la petición de pena, de modo que sus compañeros no tuvieron que ingresar de nuevo en la cárcel, mientras que para él, la sentencia decretaba –como una suerte de maldición– su ingreso en prisión, ordenándose la correspondiente busca y captura.65

      La familia, consternada por la decisión de José, tendrá pronto noticias suyas. Aquel muchacho apuesto de poco más de veinticinco años, de pelo negro, ojos inteligentes y sensibles y temperamento tímido –como lo describiría Barbara Probst Solomon–66 había tenido que cruzar la frontera, tras esperar la ocasión propicia en San Sebastián, atravesando a nado el Bidasoa. El 3 de septiembre le contará a su hermano Jesús la odisea de su viaje, sus planes para intentar encontrar trabajo como peón o aprender algún oficio y obtener una beca para estudiar francés, un idioma que desconocía; le relata las costumbres parisinas tan distintas de la vida familiar llevada hasta ese momento; le pondera la admiración por los monumentos de la ciudad y el asombro que le causan los planos interactivos del metro para facilitar los desplazamientos; le propone «intercambiar publicaciones», y le aconseja que le escriba tomando precauciones (con remite falso o «usando tinta simpática para algo notable»).67 Poco después, el 27 de octubre, le comunica que se dedica a la carga y descarga en el mercado de les Halles.68 Ya en diciembre de 1948 José es admitido en una escuela profesional para hacer un curso de ajustador,69 y en enero la familia se sobresalta ante el anuncio de que desea casarse con Teresa Gondra, una joven madre soltera. Jesús –que parece asumir el papel de hermano mayor– intenta disuadirle, dadas las condiciones adversas en las que debe vivir y la propia situación de Teresa.70 El consejo pudo hacer mella en su hermano, que a finales de abril de 1949 ha aplazado su matrimonio, aunque mantiene su relación con la joven. José Martínez atraviesa entonces una crisis –tanto sentimental como de salud– que le hace abandonar incluso su trabajo en una fábrica metalúrgica. Jesús, con celo y comprensión fraternal, le anima entonces a que siga con ella si de eso depende su felicidad.71 Pero la vida se va haciendo más fácil para su hermano. Con menos angustias económicas y la obtención de una carta de trabajo desde el 29 de abril que le permitía residir legalmente en París durante seis meses, puede echar mano de la seguridad social para sobrellevar su enfermedad.72 Llegará a conseguir una beca de Noruega de 8.300 francos mensuales para cursar Letras (o Derecho, por el que se siente más atraído) en la Universidad de la Sorbona.73 Se materializa así el viejo sueño universitario de quien habría de crear la célebre editorial Ruedo Ibérico. Por esas fechas, impulsado quizá por los contactos realizados con otros jóvenes intelectuales refugiados en París, como Nicolás Sánchez Albornoz, parece inspirarse en el carácter emprendedor de Jesús al idear el negocio de una biblioteca de préstamo de libros españoles, para lo que, lógicamente, desea contar con su apoyo. Aunque la familia se muestra al principio remisa –en una carta se quejará amargamente a Jesús de que no haya invertido las 5.000 pesetas que pidió, en tanto él celebraba su boda a lo grande–,74 parece que finalmente se presta a ayudarle, puesto que en una carta del 11 de octubre de 1949, le detalla el tipo de lecturas que pueden interesarle, con referencia expresa a los clásicos españoles editados por Espasa Calpe (y su emblemática Colección Austral) o por Losada, de evidente interés para los estudiantes universitarios franceses.75 Jesús, de algún modo, realizaría así su primer ensayo de mecenazgo, pues, aunque el proyecto de su hermano resultaba incierto –de hecho José lo da por concluido en febrero de 1951–,76 sufragó la compra y el envío de docenas de libros. Y, al hacerle llegar el título de bachillerato, facilitaría sin duda su aventura universitaria. Jesús expresó de manera determinante su relación con José en esta época: «Aunque nuestras opciones políticas iban siendo diferentes, el afecto mutuo y nuestro deseo de ayudarle nunca faltó».77

      ¿Qué distintas opciones políticas se estaban fraguando por parte de ambos? Aunque en el intercambio epistolar de aquella época se suceden detallados comentarios sobre la situación internacional del momento, nunca sobre la situación política española. Desde luego, existía el fundado temor de que las cartas fueran interceptadas por la policía. Pero es evidente que ha fraguado ya una perspectiva vital completamente distinta. Desde una personalidad más fuerte y realista, curtido por la lucha diaria para salir adelante, Jesús –súbito mentor de su hermano mayor– le recomienda encarecidamente que no se comprometa sin necesidad: «No te ates socialmente a nadie [...]. Nada que te obligue a cosas distintas que no sean vivir enconchado después de lo de aquí. Ni políticas tampoco. Lo mismo amorosas». Estas palabras (y subrayo específicamente una frase decisiva) se las dirige Jesús en septiembre de 1948, apenas recién llegado a París su hermano. Y cabe leerlas no solo a la luz de la tremenda experiencia sufrida por los suyos en la década anterior, sino desde el espejo en el que Jesús adivina el influjo que en su propia aspiración de libertad han proyectado los egos de su padre y hermano:

      Si a mí me pasara lo mismo, ya ves: pasaría de un cúmulo de preocupaciones que ahora, ligado como estoy a muchas cosas, me sujetan a sentirme completamente libre, sin más preocupaciones que saber qué he de comer y cenar este día y el que viene Dios dirá. Esa es la verdadera libertad, y sobre todo como cambio de sistema.78

      En efecto, Jesús está ya ligado –pues se ha visto forzado a ello– «a muchas cosas». Su sentido de la libertad se ha tenido que construir bajo otra visión de la realidad. Una realidad que le ha obligado a interiorizar una ética de deberes más urgentes y de deseos más próximos a su propia realización

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