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a Juan Bautista Monfort el puerto de Barranquilla diciendo «que está hecho sobre el río, ya que tiene suficiente profundidad, y es una cosa admirable. Permite el atraque a la orilla de siete u ocho barcos. [...] Más importante es todavía la entrada del río desde el mar en Bocas de Ceniza donde hicieron unos tajamares en lucha constante con un fortísimo oleaje como en todas las desembocaduras de importancia».145 Ese punto de llegada a la «tierra prometida» desde el mar se convirtió también en un nexo sentimental con la placentera travesía y con la España lejana. Los Martínez, al menos en los primeros años de su estancia en Barranquilla, acudirían al puerto cada vez que arribaba el Monte Altube para saludar al capitán, divertirse en los bailes y revivir el lucimiento artístico de Carmen a través de la película que se proyectaba a los pasajeros durante el viaje. De paso –el sentido práctico nunca faltó–, compraban algunas mercancías que llegaban en el buque desde España para consumirlas o venderlas con un plus de ganancia.

      Así es como Jesús Martínez, ya con la responsabilidad de sacar adelante a su propia familia, pondrá a prueba su tenacidad en la perspectiva de un marco geográfico, económico y humano bien diferente del que hasta entones había conocido. Barranquilla, merced a la navegación a vapor por el río Magdalena desde la segunda mitad del siglo XIX, era aún entonces el centro comercial, industrial y cultural de la región caribeña de Colombia y, al menos hasta las primeras décadas del siglo XX, el principal punto de entrada de inmigración. No en vano se la conocía como el «Faro de América», la «Puerta de Oro de Colombia» o la «Ciudad de los Brazos Abiertos». Las impresiones de Jesús no pueden ser más ilusionantes. La observa como una ciudad bellísima («una Cañada mejor construida» –dice al referirse a su trama urbana constituida por chalés, al modo de la urbanización de Paterna, próxima a Valencia– «y con agua»), admirándose de la amplitud de sus viviendas y jardines y de las comodidades domésticas (desde lavadora o nevera a «cocinas aerodinámicas») difícilmente concebibles en la España de principios de los cincuenta. En sus cartas detalla la trama urbana de la ciudad (calles paralelas al río y carreras perpendiculares a aquellas, con zonas residenciales de tal extensión que hacen del automóvil una necesidad) y sus magníficos equipamientos (comercios, cines, instalaciones deportivas).146 Da cuenta del contraste entre la civilizada urbe y la selva contigua, «con alimañas de todo tipo» y los limpiones o aves que sobrevuelan la ciudad para exterminarlas. Constata el clima tropical seco de la ciudad, «igual que el verano de julio y agosto en Valencia, solo que aquí se prolonga todo el año», y que, sin embargo, considera soportable e, incluso, saludable.147 Como resume en la primera carta escrita a sus padres: «Aquí se vive mucho mejor y con una sensación de espacio abierto, ya me entendéis, que vale la pena».148 Tal vez cabe percibir en el «ya me entendéis» un sentido no solo literal, sino metafórico de «espacio abierto». Jesús Martínez parece sentirse por vez primera libre de constricciones y sospechas por sus ideas políticas; pero también libre del apremio que en España suponía aún la misma subsistencia cotidiana: «Otro rasgo típico de aquí, en España ya casi olvidado, es que la pura alimentación no tiene importancia [...] la comida no es problema».149 Por eso menudean en sus primeras cartas los comentarios sobre los precios –muy asequibles– de los productos básicos.

      También le merecen elogios el ímpetu del desarrollo demográfico de la joven ciudad y su factor humano. Jesús Martínez viene de una Valencia con un censo que rondaba en 1951 el medio millón de habitantes; pero Barranquilla, con apenas cien años de existencia en la misma fecha, ya tiene 300.000. La mayor parte de la población, volcada en la actividad económica proveniente del tráfico marítimo y fluvial caribeño, le parece de un «pacifismo natural» favorecido por el factor del mestizaje.150 Admira la gran urbanidad de los colombianos y su tolerante «comprensión por los credos e ideas de los demás aunque sean distintos del nuestro, pues en España siempre hemos sido en esto gente dura e inflexible. Todos con un poco de Torquemadas».151 Y, aunque no acaba de asimilar –herencia del legado de ética austera del anarquismo– la cierta relajación de sus costumbres (un hecho que subraya significativamente en alguna carta a su padre), testimonia un contexto favorable a la plena integración de quienes, como ellos, han emigrado en busca de mejor fortuna. Se jacta de vestir como los autóctonos «con su camisa bien limpia» y «mi sombrero de paja» y, como fervoroso filólogo, se deleita con el idioma de la gente, «una cosa preciosa por la suavidad y por tener expresiones típicas de gran fuerza expresiva, aparte de voces del castellano antiguo aquí conservadas».152 En efecto, Barranquilla era en ese momento la expresión de un espíritu cosmopolita provocado por las oleadas de inmigración que el comercio había posibilitado. Era también un puerto de paso hacia el interior del país que mostraba la movilidad social de grupos como los estadounidenses, asiáticos, sirio-libaneses, alemanes, italianos y españoles; si bien la colonia española era relativamente reducida, en torno a 400 personas.153 Con razón escribe a su hermano José que «esto es completamente aluviónico y hay gentes de todas las razas, de todos los colores y de todas las confesiones».154

      Bajo estas condiciones, Barranquilla, la próspera «Puerta de Oro» de Colombia que, con su movimiento portuario y trasiego incesante de gentes, iba a mantener su pujanza hasta la década de los setenta del siglo XX, parecía, en efecto, el lugar idóneo para que el todavía joven, tenaz y ambicioso trabajador Jesús Martínez lograra labrarse un sólido porvenir. Contaba con una experimentada capacitación, una gran facilidad de adaptación al mundo de los negocios y una voluntad férrea. A diferencia de las restricciones que ha vivido en España, capta de inmediato la facilidad de importación de mercancías y la amplitud de los márgenes comerciales, elementos en los que habría de basarse su futuro progreso en la ciudad. Y ello pese a que han llegado precisamente en el momento en el que el cenit del auge económico derivado de la Segunda Guerra Mundial comienza a declinar por la recuperación de los países europeos. Jesús Martínez percibe –y así lo comunica a algunos conocidos en sus cartas– que su llegada ha coincidido con cierta tensión política, con un alza de los precios y una bajada de las ventas. Pero viniendo de donde viene –la España deprimida del final de los años cuarenta– es un ambiente que, afirma, «me parece gloria». Y añade: «Todo el mundo espera que sople la brisa de nuevo, como dicen por aquí, y entonces parece que sopla para todos».155

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