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Y así fue como el bachiller frustrado, el Xiquet –como le llamaban–, encontró en la 3.ª galería de aquella cárcel la continuidad del instituto que tuvo que abandonar a la fuerza o de la universidad a la que nunca podría acceder. Supo convertir su traumática experiencia en la oportunidad de ampliar su formación, junto a intelectuales que compartían con él cautiverio. Hasta el punto de recordar años después:

      Yo en la cárcel me sentí muy, muy libre, y en un ambiente muy culto. Había empezado a estudiar inglés en el bachiller de Requena, y allí continué estudiando inglés. El ambiente era muy culto, y había gente muy buena. Esteba Vicente Valls, que era secretario de la Unión Naval de Levante. Y Balsera era una maravilla. Estaban Peset Aleixandre, el exrector de la Universidad de Valencia (al que fusilaron en 1941), estaba Lara, estaba Carceller, el director de La Traca. Hicimos campeonatos de ajedrez, y a mí me dieron un diploma.54

      Cierto que el paso del tiempo puede hacer ver las cosas de modo distinto a como las vivió en realidad un joven de 17 años, privado de libertad al mismo tiempo que su padre y hermano, mal alimentado y bajo la perspectiva de un oscuro porvenir. ¿Tiene lógica rememorar de ese modo un tiempo que sin duda debió de dejar amargas huellas a edad tan temprana? Sin embargo, estas palabras revelan de forma meridiana un aspecto determinante de la personalidad de Jesús Martínez Guerricabeitia: su positivo sentido pragmático para sobreponerse a la adversidad. Y, más en concreto, la determinación por fijar en aquella desgracia una especie de punto y aparte en su vida, para centrarse desde entonces en labrar un futuro para él y su familia. Con ese arrojo juvenil afrontará la vida el 29 de septiembre de 1941, cuando sea puesto en libertad tras conseguir la prisión atenuada y vuelva a la casa de Benicalap de la que había salido más de dos años antes en brazos de un guardia civil.

      Allí se reencuentra con su madre, que después del fusilamiento del tío Felipe Guerricabeitia Orero el 25 de noviembre de 1939 en Villar del Arzobispo (era maestro de primera enseñanza y tenía 28 años)55 y las sucesivas tragedias familiares, había abandonado definitivamente Requena para estar cerca de los suyos. Falta de recursos, se entregó a los menesteres más humildes para mantenerse y ayudar a los suyos. Atrás quedará para siempre aquella casa de la antigua calle del Carmen (ahora Calvo Sotelo) donde la familia creyó haber asentado un prometedor futuro. Los falangistas de Requena, al amparo de las nuevas leyes de los vencedores, se ocuparon de saquearla impunemente, confiscando y repartiéndose sus pertenencias, entre las que se encontraba aquella preciada biblioteca reunida por José Martínez García para sí y la educación de sus hijos. No obstante, el consejo de guerra por «rebelión militar» en el que se hallaba implicado Jesús continuó su curso. El 24 de noviembre de 1941 se le leen los cargos y queda enterado de la solicitud de condena por parte del fiscal: 12 años de prisión mayor. Su abogado militar le persuade de que la acepte para evitar que se agrave aún más la condena de su padre. La sentencia se ratificó en abril de 1943, pero Jesús, en situación de prisión atenuada, ya no debe volver a la cárcel. Aunque no será hasta octubre de 1945 cuando la Junta de Disciplina de la prisión emita el certificado de libertad condicional. Este capítulo desdichado de su vida quedará definitivamente clausurado el 8 de noviembre de 1948, cuando se le conceda el indulto que había solicitado un mes antes.56

      Abriéndose camino en la Valencia de la posguerra

      Poco después de abandonar la cárcel a finales de 1941, Jesús se instala junto a su madre en una casa alquilada en la calle de San Roque, n.º 27, en Benicalap (pues la condena no conllevaba pena de destierro, aunque sí la obligación de presentarse cada quince días en el puesto de la Guardia Civil de Benimámet), decidido a asumir por un tiempo la responsabilidad de cabeza de una familia marcada con el estigma de «desafección a la Causa Nacional».57 Pero, como recordaría más tarde, había que enfrentarse a la vida. No se sentía triste ni derrotado, pese a las calamidades que le agobiaban tanto a él como a su madre; pese al desasosiego por su hermano –en el reformatorio– y por su padre –para el que buscaban avales que aliviaran su condena–; pese a la esperada intervención de los aliados en la Segunda Guerra Mundial que nunca llegaba. Lo había perdido todo, se sentía casi «más desamparado en la calle que en la cárcel», pero «era optimista y tenía muchas ganas de vivir». Tal vez por eso, lo primero que hace cuando recupera la libertad es, muy significativamente, comprarse un par de zapatos con los que estrena la nueva etapa de su vida.58 Había que hacer frente a las circunstancias afirmado en la confianza en sí mismo. El 3 de enero de 1946 escribe a su padre (todavía preso en Sevilla):

      Estamos preparándole ya la bienvenida y la madre anda atareada limpiando dorados, cristales, etc. Para que Vd. vea cómo nos hemos ido acomodando después de lo desarbolados que quedamos. Tenga la seguridad de que Vd. al menos podrá gozar de la tranquilidad inmediata de un hogar constituido y acogedor. El amigo Suárez, que le decía que había salido –y como él la mayor parte de los libertos– se encuentra sin casa, viviendo con familiares, con todos los inconvenientes que esto trae consigo. Ya le digo que Vd. podrá reposar tranquilamente en libertad. Y además todos los días que quiera, pues no va a necesitar de ponerse al pie del cañón enseguida. Le digo todo esto tal vez con un poquito de orgullo por nuestra parte.59

      Bien podría estar, en efecto, orgulloso. Ya en la nueva casa de San Roque volverían a reunirse, aunque efímeramente, todos los miembros de la familia. Hacia finales de 1942 o comienzos de 1943 había iniciado el servicio militar justo en el mismo regimiento que su hermano José, en Paterna, pero le resultó lo suficientemente liviano como para, tras el imprescindible periodo de instrucción, poder compaginar cómodamente una mínima presencia en el cuartel con su trabajo. Jesús achacó estas circunstancias a la laxa disciplina que reinaba en el cuartel y a no tener las responsabilidades de su hermano, que llegó a sargento, por lo que recuerda el periodo con la misma flema que el de la cárcel: «Me dedicaba a mi empleo y a ganar el sueldo. [...] A mí me dio la impresión de no hacer la mili».60 En junio de 1945 entabla noviazgo con Carmen García Merchante y, con miras a su futuro matrimonio o a causa del «camino ascendente» de su incipiente prosperidad económica, adquiere un piso en el número 21 de la calle Jesús y María de Valencia (el domicilio que figura en su petición de indulto definitivo en 1948), donde viviría como soltero, ya que su padre, una vez excarcelado, volverá a su antiguo empleo en las minas de Villar del Arzobispo, instalándose allí con su mujer en la calle Valencia, 17. Todavía hubo de afrontar algunos problemas de salud, con la recaída en la afección de osteomielitis de la que había sido intervenido en 1940, y que detalla puntualmente en una carta a su hermano en febrero de 1949:

      A primeros de enero se me inflamó el talón que tuve operado de pequeño, y después de unos días de incertidumbre y de dolor intenso, consulté con el médico del seguro que me envió a los especialistas y estos diagnosticaron osteomielitis, con la recomendación de que me operara. Como ellos no son un prodigio de atención, y yo con el dolor y la moral que tiene el enfermo de asegurarse lo mejor posible, consultamos con López Trigo (hijo), el cual me operaba a los dos días. Pasé como puedes imaginar muy malos ratos, y sobre todo moralmente estaba hecho polvo pues si esto me ha de salir de vez en cuando, y ahora era en una edad y en un estado físico que no dejaba lugar a dudas, pues nunca he estado mejor, me consideraba muy infeliz como puedes suponer, y en momentos con muy pocas ganas de salir adelante. La operación no fue muy difícil, pese a que hicieron un buen tajo y rascaron de lo lindo en el talón, o calcáneo. Gracias a la penicilina (esto es asombroso, sabes) cuando me operé no tenía inflamación alguna, y después de operado no dejan abierta la herida, como tú sabes hacían antes, sino que la cosen. A los ocho días me quitaron los puntos y gracias a mi encarnadura, la herida estaba completamente cerrada. Apenas se me notará una línea en lo que fue el corte.61

      Jesús pudo caminar a las dos semanas y, si bien la intervención acentuó la leve cojera que tendría el resto de su vida, la carta explicita una situación económica lo suficientemente desahogada como para hacerse operar por especialistas privados y tomarse con calma la vuelta al trabajo. Jesús Martínez recordaría después el evidente progreso de la familia tras los padecimientos de la guerra y ordenaría una secuencia de «buenos recuerdos, que son los que al fin y al cabo llenan la vida»: «la aventura del piso, la marcha en Villar, mi trabajo ascendente, el noviazgo

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