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¿Cómo vivió el inquieto periodo de los años 1967-1968?

       ¿Se implicó personalmente en los diversos movimientos contestatarios?

      No del todo. Estaba de acuerdo con algunas ideas, pero nunca he sido de los que bajan a luchar en la calle. Soy demasiado cobarde. Es más, contaré algo que me pasó mucho más tarde en Francia, en Avignon. Me había separado de mi primera mujer y vivía con una actriz. Nos encontramos en medio de una manifestación de campesinos que tiraban manzanas a la calle cuando, de golpe, aparecieron los antidisturbios con escudos transparentes para cargar contra la gente. Eché a correr a toda velocidad, y al cabo de un momento me pregunté dónde estaba mi chica. Luego ella me puso verde, con razón. Me sentí muy avergonzado.

       Pero en la radio, ¿no incitó a los oyentes a pasar a la acción?

      No. A pesar de compartir muchas de estas ideas, tampoco me interesaba tanto por la política. Lo mismo ocurre con mis obras como cineasta, hablo de la sociedad, pero no lo hago desde un punto de vista ideológico.

       Sin embargo, que sepamos, durante el Festival de Berlín del año 2000 firmó una petición contra Jörg Haider, líder de la extrema derecha austríaca.

      No lo recuerdo en absoluto. Pero estoy seguro de que Haider era una vergüenza para el país. Generalmente hablando, no suelo firmar peticiones. Muchos colegas míos lo firman todo, donde sea, lo que conlleva una auténtica inflación y no me gusta. Pero Haider me sacó de quicio y debí dejarlo claro de una forma u otra en algunas entrevistas. Todavía hoy, el escenario político en Austria es una auténtica catástrofe y prefiero no hablar de ello.

       Volvamos a los últimos años de la década de los sesenta. ¿El movimiento contestatario le ayudó a abrir la mente?

      Al igual que conocer a Ulrike Meinhof, una mujer realmente asombrosa a la que la cadena de radio le propuso escribir un guion. Todos los jefes de departamento vinieron a saludarla cuando llegó. Era brillantísima, expresaba cómodamente sus opiniones sin dejar de ser encantadora, con mucho humor y riéndose de sí misma. La veíamos a menudo durante el periodo en que preparaba un guion en torno a unas chicas en un reformatorio. Se implicó mucho para apoyarlas. Intentó ayudarlas e incluso acogió a varias en su casa, pero se radicalizaba cada vez más. Con cada nueva visita a nuestra oficina, se mostraba algo más amargada, convencida de que nunca se conseguiría una buena reforma porque el sistema no lo permitiría. Y llegó el momento en que participó en la primera acción violenta con el grupo Fracción del Ejército Rojo. No pensábamos que daría el paso, tenía hijos, era una mujer muy culta y una auténtica estrella del periodismo. Pero debíamos haberlo previsto: su rigor moral y su intransigencia solo podían empujarla hacia métodos radicales.

       ¿Cómo explica esta contradicción en el comportamiento de Ulrike Meinhof, que partiendo de ideas humanistas se convirtió en una terrorista de la banda de Baader?

      Es el eterno problema que plantea cualquier ideología. Cuando una idea se transforma en ideología, se crean antagonismos y las relaciones personales se hacen rápidamente inhumanas. Es el tema de La cinta blanca.

       Es una teoría que se ha demostrado regularmente: Jesús tenía buenas ideas...

      ¡Exacto!

      ...pero la Iglesia las convirtió en cristianismo.

      Es exactamente el problema que existe hoy en día con los musulmanes y el islamismo.

       En cierto modo, también ocurrió lo mismo con el nazismo. ¿En qué medida le impactó la herencia de culpabilidad nacional que sintió la generación de la cultura germana nacida durante o poco después de la guerra?

      Aunque fuera inconscientemente, debió marcarme. He pensado mucho en este problema, como es natural, pero nunca me he sentido culpable en cuanto al nazismo. Me siento culpable por otras mil cosas en la vida diaria. Creo que no se puede vivir sin ser culpable, pero es un tema que me toca profundamente y que se encuentra en todas mis películas. Y aunque no me sienta culpable, la mala conciencia germánica en cuanto a la II Guerra Mundial me parece totalmente justificada. Anoche vi un pequeño reportaje sobre un festival de cine alemán donde el conocido actor Moritz Bleibtreu decía: “Todos los protagonistas del cine alemán son unos antihéroes, unos perdedores”. Y es verdad. Un guionista alemán sigue sin poder describir a un protagonista vencedor, como hacen los estadounidenses, por ese sentimiento colectivo de culpabilidad. Y me parece muy bien.

       ¿Qué opinaba de la banda de Baader en la época?

      Por un lado, me sorprendió, y por otro, entendí por qué Ulrike Meinhof se pasó al terrorismo. No creía que su decisión fuera la correcta, pero sus opiniones se habían radicalizado enormemente, mucho más que las de cualquier otro conocido mío, y ya no podía llegar al más mínimo compromiso. Y es el problema de todos los radicales, pero sorprendía en alguien con semejante sentido del humor y de la ironía. Una vez me contó, sonriendo como una niña traviesa, que había recomendado a sus hijas, cuando la maestra las regañaba porque llegaban tarde –cosa que ocurría bastante a menudo–, que dijeran: “Es por culpa del capitalismo”. Todos nos reímos mucho.

       Durante los años que trabajó en televisión en Alemania, ¿siguió haciendo radio?

      Fui crítico del teatro regional del suroeste de Alemania en un programa. Parte de mi trabajo consistía en buscar actores en compañías de teatro regionales para pequeños papeles en los telefilms, por lo que debía estar al corriente de las producciones locales. Así nació la idea de un programa radiofónico que me permitió asistir a todos los estrenos de las obras teatrales de la región.

       ¿Tuvo relaciones privilegiadas con algunas personas del entorno teatral de la época?

      No muchas, excepto en Baden-Baden, cuando trabajé para la televisión. Desarrollé una estrecha colaboración con el teatro municipal y otra más personal con una actriz. Allí fue donde hice mis primeras puestas en escena teatrales.

       ¿Creía encontrar en el teatro una nueva forma de expresión que le llevaría a dejar la televisión?

      No. Trabajé durante veinte años tanto en televisión como en teatro. No rodé mi primer largometraje para la gran pantalla hasta los cuarenta y seis años. Cada año montaba una obra de teatro y escribía un guion para un telefilm. A veces la alternancia cambiaba, unos años había más obras de teatro, y otros, más guiones televisivos.

       Antes de hablar de su trabajo durante estas dos décadas, una pregunta acerca de su cinefilia de juventud. ¿Cómo descubrió el cine de autor?

      En la universidad me apunté a la clase de un profesor danés, especialista en teatro, pero que organizaba un seminario en torno al cine con el apoyo del Instituto Cultural Francés, que disponía de un gran número de películas. Fue muy agradable porque el seminario ofrecía la posibilidad de ver una película y, luego, debatir sobre ella. Bastaba con hablar bien, ser un bocazas como yo, para sacar unas notas estupendas. Asistí varios años al seminario, y fue así como descubrí a Bresson. También nos permitió ver películas de la Nouvelle Vague, como Jules y Jim, o La felicidad, de Agnès Varda, películas de culto a nuestro entender. Y claro, nos interesaba todo lo nuevo Godard.

      

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