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tuvo que pensar en el futuro, en la universidad...

      Sí, y fueron las mejores vacaciones que jamás he vivido. Decidí estudiar Filosofía.

       ¿Porque se hacía muchas preguntas existenciales?

      Hablábamos mucho del existencialismo francés, estaba de moda. Hoy en día, los jóvenes miran hacia Estados Unidos. Para nosotros, el país ideal era Francia. Todos los jóvenes interesados en la cultura se sentían fascinados por Francia, Sartre, Camus, la Nouvelle Vague...

       Durante la adolescencia, se sintió muy atraído por la religión...

      Fue antes de que la pubertad se hiciera sentir mucho. Durante un tiempo jugué con la idea de convertirme en pastor. No era una vocación seria. Pero sí puedo decir que las preguntas que me planteaba entonces ya eran existencialistas.

       Hay una diferencia entre querer ser pastor y ser existencialista.

      Nunca fui existencialista, y mi evolución espiritual fue como la de cualquier adolescente. Al principio se busca una respuesta a los miedos, a los deseos. Luego se conoce al otro sexo y todo se canaliza en otra dirección. Primero fue Dios, y luego las chicas. Dicho así puede parecer frívolo, pero todos los jóvenes pasan más o menos por estas etapas.

       ¿Su familia era muy religiosa?

      Para nada. En casa nadie iba a la iglesia, pero tampoco se hablaba mal de la religión. La iglesia no era el centro de nuestros intereses.

       ¿No le enseñaron a rezar?

      Sí, en el colegio. A los protestantes se nos administra la confirmación a los catorce años. Se nos prepara, debemos aprender bastantes cosas, no solo a rezar. Me interesó mucho. Recuerdo que sentí un auténtico temblor interno la primera vez que comulgué en una iglesia donde no cabía un alfiler. Estaba de rodillas y me recorrían escalofríos por la emoción. Fue extraordinario. Pocas veces se viven momentos tan intensos, pero duró un tiempo y luego se acabó.

       ¿Su breve vocación de pastor surgió de esa intensa emoción?

      No, más bien creo que se trataba de una simple coquetería ligada a la idea de ser el elegido. A esa edad se hacen las cosas en serio, pero de forma bastante simplista.

       A pesar de dejar atrás la posibilidad de ser pastor, no abandonó su reflexión existencialista.

      Cuando uno empieza a plantearse preguntas existencialistas, no se olvidan de un día para otro. De hecho, no abandoné la idea de convertirme en pastor la tarde que conocí a una chica guapa, todo ocurrió poco a poco.

       Con semejantes preocupaciones, debió de ser un buen estudiante de Filosofía.

      ¡Ni siquiera! Para ser buen estudiante de Filosofía, como de cualquier otra disciplina universitaria, hace falta una memoria prodigiosa. Y no era mi caso. Además, no fui a la universidad para hacerme profesor ni tener una profesión, no me preocupaba el futuro ni cómo me ganaría la vida. Buscaba respuestas a las preguntas existencialistas que me asediaban. Pero la única respuesta que conseguí entonces, ¡es que no hay respuesta! Lo que ya es un paso adelante. Cuando ingresé en la univerisdad, imaginaba que unas personas muy sabias me explicarían el mundo.

Illustration

      Michael Haneke a los 18 años.

       ¿Qué filósofos estudió en la universidad?

      Debía estudiar a Schopenhauer, Kant y Hegel; este último me causó grandes problemas, porque usa un idioma que apenas puede descifrarse. Pero me gustaron mucho, aunque no estaban incluidos en el programa, Pascal y Montaigne. El pensamiento de Pascal es de una claridad refrescante. A pesar de no ser creyente, siempre es un placer leerle. Contestó mejor a mis preguntas que Hegel, cuyo pensamiento es demasiado abstracto y obliga a trabajar mucho para intentar entender lo que dice. Luego pasé a Wittgenstein... De hecho, ninguno de los filósofos que me interesaban estaba incluido en el programa oficial.

       ¿Qué le aportó Wittgenstein?

      Me hizo entender que no podría ser filósofo. Recuerdo un seminario organizado por un profesor en el que un alumno realizó una exposición para poner en duda matemáticamente las tesis que expone Wittgenstein a partir de fórmulas en su Tractatus. El alumno era tan brillante que me dije a mí mismo que jamás alcanzaría su nivel, y eso me deprimió.

       El otro filósofo que le gustó en aquella época era Theodor Adorno.

      Otro filósofo al que no estudié en la universidad. Empezó a ser muy conocido hacia 1968, pero antes ni se hablaba de él en la Universidad de Viena. Le descubrí cuando mi profesor neohegeliano se centró durante todo un semestre en Nietzsche y en Doctor Fausto, de Thomas Mann. Adorno jugó un papel muy relevante en la escritura del libro y me entraron ganas de leer algunos textos suyos. No todos, pues son muy numerosos. No tardó en convertirse en mi guía intelectual en lo que respecta al arte y a la sociedad. En cuanto a Doctor Fausto, incluso hoy en día sigue siendo mi libro preferido.

       ¿Por qué le marcó tanto?

      Porque en este libro, Thomas Mann se interesa por lo que queda de los recursos ofrecidos por la cultura después del horror y la barbarie del fascismo. Adrian Leverkühn, el protagonista, es un gran compositor que llega tan lejos en su arte que lo convierte en la negación de la cultura tradicional, que ha perdido la credibilidad por los acontecimientos a los que estaba ligada. Y así, en su ultimísima creación, la música se reduce a un grito, a un aullido. Una de las claves del libro es el paralelismo que Mann establece entre la descomposición de Alemania y la del protagonista, que por desesperación llega a hacer un pacto con el diablo. A la vez, el destino de Leverkühn remite al de Nietzsche, cuyos escritos, gracias a unos tremendos malentendidos, acabaron por preparar el advenimiento del fascismo. Por lo tanto, puede leerse Doctor Fausto como una biografía indirecta de Nietzsche trasladada al mundo musical. Pero el discurso de Thomas Mann es tan complejo, mezcla tantas referencias y conceptos, que es imposible resumirlo en unas pocas frases.

       ¿Hasta dónde llegó en la universidad?

      Hasta cuarto curso, aunque el último año ya había empezado a trabajar. Debía cumplir con mis obligaciones, me había casado y esperábamos un hijo. Empecé como obrero en una fábrica, luego arreglé calefacciones y más tarde fui cajero en Correos. A la vez también trabajaba para la radio y la prensa.

       ¿Cómo pudo acceder a la radio y a la prensa si carecía de experiencia en ese sector?

      Me había puesto en contacto con varios periódicos para ofrecerles algunos relatos que había escrito. En cuanto a la radio, tenía una carta de recomendación de alguien que conocí en Wiener Neustadt y que era profesor en una universidad estadounidense. Mientras estaba en el instituto le enseñé lo que escribía, y me apoyó y alentó. Gracias a él, me puse en contacto con el encargado del servicio cultural de la radio austríaca, que me encargó críticas de libros, y para los domingos, adaptaciones radiofónicas de novelas literarias divididas en capítulos de media hora de duración. Al mismo tiempo, también publicaba críticas cinematográficas en la prensa escrita. Así empecé a ganarme la vida. Eran unos ingresos muy modestos, pero el trabajo me gustaba mucho. Luego, a través de mi padre, que ya no era actor, sino director de casting de los telefilms de la cadena de televisión ZDF, pude hacer unas prácticas de tres meses en la cadena Südwestfunk de Baden-Baden. Fue en 1967 y pasé de un mundo absolutamente apolítico a otro en ebullición. Me interesó mucho descubrír puntos de vista totalmente nuevos. Tuve la suerte de sustituir, durante las prácticas, a alguien que se había jubilado. Era Dramaturg, un puesto que no existe en la televisión francesa, me parece. Consiste en leer los guiones que llegan a la cadena, seleccionar los mejores y seguir la producción de estos telefilms hasta su finalización. Hacía un año que buscaban a alguien para reemplazarle, pero ninguna persona de las que se habían presentado valía y se quedaron conmigo. Así

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