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College Record, 90, pp. 392-403.

      2 En las obras Pedagogía adventista, del Departamento de Educación de la División Sudamericana, y Filosofía y educación, de George Knight, se pueden profundizar las líneas pedagógicas y filosóficas que fundamentan el modelo educativo adventista.

      Escuelas que sienten: el ambiente emocional

      “Estaba claro que yo no podría ser uno de esos profesores determinados, que dejan pasar toda pregunta, pedido, queja, para continuar su bien planificada clase. Eso me habría recordado aquella escuela de Limerick donde la lección era reina y nosotros no éramos nada”.

      Frank McCourt

      Arquímedes, un físico, matemático e inventor griego que vivió dos siglos antes de Cristo, estaba preocupado por resolver un problema acerca de la autenticidad de los materiales con que había sido hecha la corona del rey. Debía comprobar que fuera completamente de oro, es decir que necesitaba determinar el volumen de este objeto con forma irregular para encontrar su densidad, pero sin dañarla. Era un problema que realmente lo perturbaba; por lo tanto, le ocupaba el pensamiento todo el día. Al introducirse en una bañera llena para bañarse y observar cómo su propio cuerpo desplazaba su volumen de agua, entendió que tenía en manos el inicio de la solución de su problema. La historia cuenta que, tanto se emocionó, que olvidó envolverse en la toalla y salió corriendo mientras gritaba “¡Eureka, eureka!”, que significa: “Lo he encontrado”.Aunque es imposible determinar la veracidad total de esta historia, el “Principio de Arquímedes” nos sirve para solucionar infinidad de problemas físicos prácticos y, a los fines de este capítulo, para buscar que el aprendizaje emocione de tal manera que podamos gritar “¡Eureka!”.

      Es difícil entender que un componente tan humano y natural como es la emoción haya estado fuera de la ecuación educativa por siglos.

      Hemos sido dotados de terminaciones nerviosas en el cuerpo que captan al instante un objeto cortante, o algo caliente o frío, de la misma manera que tenemos un sistema nervioso que nos permite percibir el peligro, el amor, o una curiosidad. Sin embargo, el estudio de la educación formal a lo largo de la historia muestra que las emociones quedaban del lado externo de los muros escolares. O más bien, las emociones positivas no eran comunes, porque predominaban otras emociones: el miedo, la vergüenza, el enojo, la desconfianza y la culpa. Si existían emociones positivas, esas aparecían de cuando en cuando, en algún recreo. No estaban asociadas en forma primaria al salón de clases.

      El interés por las emociones en la educación forma parte de la conciencia social, que ha llegado por medio de las contribuciones de la Psicología humanista, con Carl Rogers, Abraham Maslow y Eric Fromm, entre otros. No es lo mismo hablar de influencia social que enfatizar el impacto de las emociones; sin embargo, cuando se trata de comprender los lazos sociales y su efecto, las emociones están implicadas. De allí que se considere como inicio de la educación emocional a los aportes mencionados.

      

      “Las cenizas de Ángela” es la película basada en la autobiografía de Frank McCourt, autor del párrafo que encabeza este capítulo. En ella, además de mostrar la dura vida de la infancia a comienzos del siglo XX, se dejan ver numerosas escenas escolares donde las emociones predominantes son el miedo y la vergüenza. Y también había tristeza, pero estaba prohibido expresarla en esos ámbitos.

      John Dewey también entendió que las emociones aportan al aprendizaje y esto se percibe en su filosofía educativa. Más adelante, al descubrir el legado de Lev Vygotsky, se amplió la mirada hacia un aprendizaje mediado por otros, y se reconoce la interrelación entre los procesos afectivos y los cognitivos. Otros educadores y filósofos, como Bruner, Freire, Habermas y Kemis, entienden que la forma de aprender es por medio de lazos sociales y, por lo tanto, el proceso de enseñanza y aprendizaje en las aulas debe ser cooperativo, antes que competitivo e individual (Bona, 2017b). Mucho más recientemente encontramos una explicación diversa de la inteligencia que elaboró Howard Gardner al proponer las Inteligencias Múltiples, que toma en cuenta la inteligencia intrapersonal y la interpersonal, que involucran aspectos emocionales. La teoría de la Inteligencia Emocional de Salovey y Sluyter, que fue dada a conocer por Daniel Goleman, produjo en un primer momento cierto escepticismo, pero hoy es ampliamente aceptada y requerida como una habilidad esencial de trabajo. Otros aportes como el de Seligman y Csikszentmihalyi con la Psicología Positiva, y la propuesta de Educación Emocional de Bisquerra, permiten construir una base sólida para estudiar la relación de las emociones y el aprendizaje. Por supuesto, las investigaciones que la neurociencia ha realizado y sigue llevando a cabo al respecto ofrecen el sustento biológico a esta relación que apenas lleva unos años de intentar comprenderse en la educación (Williams, 2014).

Actividad 1: En parejaBusca un compañero para dialogar y escribe tu respuesta:¿Con cuál de las tres emociones graficadas en la figura 1 te identificas mejor en tu trayecto estudiantil por la educación primaria, secundaria y superior? ¿Por qué?

      Figura 1- Alegría, fastidio, indiferencia

      Son estados internos, algo que ocurre en nuestra mente, que generalmente tiene manifestaciones externas. La Real Academia Española define una emoción como “una alteración del ánimo, intensa o pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática”. Es decir que, cuando ocurre alguna emoción, casi siempre hay señales externas que muestran lo que la persona está sintiendo. Si bien hay personas que tienen la habilidad de ocultar de alguna manera la emoción, alguien experimentado en la observación de señales emocionales logrará captar, aunque sea, algunas mínimas señales.

      Ekman (citado en Williams, 2014) describe a las emociones con tres componentes:

       La experiencia cognitiva o estado mental particular, que es la manera de percibir lo que nos está pasando (por ejemplo: me siento triste porque… o, estoy furioso porque…).

       La expresión somática, el cambio fisiológico (por ejemplo, dolor de estómago, piel de “gallina”, tener “un nudo en la garganta”).

       La conducta manifiesta o el impulso a la acción (por ejemplo, salir corriendo ante un ruido, o bloquearse/paralizarse ante una serpiente, gritar o llorar al experimentar un choque de autos).

      “Para mi próximo truco, necesito que me beses y haré aparecer mágicamente mariposas en tu estómago” Pablo Neruda.

      Si analizamos nuestras conductas cotidianas, podremos observar la diversidad de emociones que se manifiestan en las acciones y que son muy cambiantes. Leyendo la Biblia, una mañana, el texto puede traernos alegría y seguridad, y al siguiente momento, suena el teléfono que nos recuerda un impuesto no pago, lo cual genera fastidio. El gato ronronea mientras buscamos los documentos que hay que pagar y nos provoca ternura. El gato empuja un objeto que cae de la mesa y nos asusta. Y así vamos transitando por emociones a lo largo del día. Se disparan rápidamente; algunas duran unos segundos nada más, como cuando creemos que se nos va a caer de las manos un objeto de cristal y se dispara una reacción de escalofrío y una rápida respuesta para sostener con todo el cuerpo dicho objeto. Al instante siguiente, sentimos alivio porque solamente fue un susto.

      Muchas emociones serán el ancla por el cual retendremos

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