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      –Amigo –dijo Rhiannon–, respecto de este banquete y estas provisiones, se las he dado a los hombres de Dyfed, a la mesnada y a los seguidores que hay aquí. No dejaré que se las entreguen a nadie más. Pero en un año a partir de esta noche habrá en esta corte un festín preparado para que tú, amigo, duermas conmigo.

      Gwawl partió hacia su reino y Pwyll regresó a Dyfed. Cada uno de ellos pasó ese año hasta que llegó el momento del banquete en la corte de Hyfaidd Hen. Gwawl hijo de Clud llegó al festín que había sido preparado para él, entró a la corte y le dieron la bienvenida. Pero Pwyll Penn Annwfn fue al huerto con los noventa y nueve caballeros, como le había ordenado Rhiannon, y con la bolsa. Pwyll se vistió con unos harapos y se puso unos grandes zapatos rotos en los pies. Cuando se dio cuenta de que estaban por empezar a entretenerse después de la comida, se dirigió a la sala. Cuando llegó a la parte superior, saludó a Gwawl hijo de Clud y a su compañía de hombres y mujeres.

      –Dios te dé prosperidad –dijo Gwawl–. Bienvenido seas.

      –Señor –dijo el otro–, Dios te lo pague. Tengo un recado para ti.

      –También es bienvenido –dijo él–. Si tu pedido es moderado, consentiré de buen grado.

      –Lo es, señor –replicó él–. Solo quiero repeler el hambre. Por eso te ruego llenar con comida esta pequeña bolsa que ves.

      –Ese es un pedido razonable –dijo él– y lo tendrás de buen grado. Tráiganle comida.

      Un gran número de sirvientes se levantó y comenzó a cargar la bolsa. Pero a pesar de lo que se arrojaba adentro, no estaba más llena que antes.

      –Amigo –dijo Gwawl–, ¿alguna vez se colmará tu bolsa?

      –Nunca, por Dios –respondió él–, sin importar qué se coloque dentro de ella, a menos que un noble dotado de tierras, territorios y riquezas pise la comida en la bolsa con ambos pies y diga «bastante se ha colocado aquí».

      –¡Mi campeón! –le dijo Rhiannon a Gwawl hijo de Clud–, ¡levántate rápido!

      –Lo haré de buen grado –dijo él.

      Se levanta y pone los dos pies en la bolsa. Entonces Pwyll la da vuelta de modo que Gwawl queda de cabeza dentro de ella; rápidamente cierra la bolsa, ata un nudo con las correas y hace sonar el cuerno. De inmediato, hete aquí a la mesnada en la corte: capturan a los seguidores que habían ido con Gwawl y amarran a cada uno de forma separada. Enseguida Pwyll desecha los harapos, los zapatos rotos y las ropas desaliñadas. Y cada uno de los hombres de Pwyll que entraba le daba un golpe a la bolsa y preguntaba «¿qué hay aquí?»; «un tejón», respondían los otros. Así es como jugaban: cada uno propinaba un golpe a la bolsa con el pie o con un palo. Así se divirtieron con el saco, y todo aquel que ingresaba preguntaba «¿a qué están jugando ustedes?». Y esa fue la primera vez que se jugó «tejón en la bolsa»53.

      –Señor –dijo el hombre desde la bolsa–, ¡si tan solo me escucharas! No sería digno que me mataras aquí adentro.

      –Señor, es verdad –dijo Hyfaidd Hen–. Deberías hacerle caso: no es una muerte adecuada para él.

      –De acuerdo –dijo Pwyll–, seguiré tu consejo.

      –Esto es lo que te recomiendo –dijo entonces Rhiannon–: estás en tal posición que se espera que satisfagas a demandantes y músicos. Deja que Gwawl le dé a todos de parte tuya y tómale juramento de que nunca reclamará o buscará venganza; ese es suficiente castigo.

      –Él lo acepta de buen grado –dijo el hombre desde la bolsa.

      –Yo también, bajo consejo de Hyfaidd y Rhiannon –contestó Pwyll.

      –Estamos de acuerdo –dijeron ellos.

      –Muy bien –dijo Pwyll–. Búscate garantes54.

      –Nosotros responderemos por él –dijo Hyfaidd–, hasta que sus hombres estén libres para hacerlo.

      Enseguida liberaron a Gwawl y a sus mejores hombres.

      –Solicítale ahora los garantes a Gwawl –dijo Hyfaidd–. Sabemos a quiénes tenemos derecho a aceptar.

      Hyfaidd sopesó a los garantes.

      –Redacta tus condiciones –dijo Gwawl.

      –Lo que estableció Rhiannon es suficiente para mí –replicó Pwyll.

      Los garantes actuaron bajo esas condiciones.

      –Bueno, señor –dijo Gwawl–, estoy lastimado, recibí una gran herida y necesito un baño. Con tu permiso partiré. Dejaré nobles aquí para que le respondan a todo aquel que te solicite algo.

      –Hazlo de buen grado –dijo Pwyll– y Gwawl partió hacia su reino.

      Entonces la sala fue dispuesta para Pwyll, para sus seguidores y también para los hombres de la corte. Se fueron a sentar a las mesas y, así como se habían ubicado un año antes, del mismo modo lo hicieron esa noche. Comieron y se divirtieron, y llegó la hora de irse a dormir. Pwyll y Rhiannon se dirigieron al dormitorio y pasaron esa noche en paz y felicidad55.

      Al día siguiente, al despuntar el alba, Rhiannon le dijo a Pwyll:

      –Señor, levántate y comienza a calmar a los músicos, y no rechaces hoy a nadie que te solicite un presente.

      –Así lo haré, de buen grado –dijo Pwyll–, hoy y todos los días mientras dure este festín.

      Pwyll se levantó, pidió que hicieran silencio y requirió a todos los demandantes y músicos que se presentaran, diciéndoles que cada uno de ellos sería satisfecho de acuerdo con su deseo y antojo, y así se hizo. Se acabó el banquete y nadie fue rechazado mientras duró. Cuando se terminó el festín, Pwyll le dijo a Hyfaidd:

      –Señor, con tu permiso partiré mañana rumbo a Dyfed.

      –Bueno –dijo Hyfaidd–, que Dios te allane el camino. Arregla una fecha y hora para que Rhiannon te siga.

      –Por Dios –dijo Pwyll–, partiremos juntos de aquí.

      –¿Es ese tu deseo, señor? –preguntó Hyfaidd.

      –Lo es, por Dios –respondió Pwyll.

      Al día siguiente viajaron a Dyfed y se dirigieron a la corte en Arberth, donde se había preparado un banquete para ellos. Los mejores hombres y mujeres del país y del reino se congregaron frente a ellos. Nadie se alejaba de Rhiannon sin haber recibido un regalo extraordinario, ya sea un broche, un anillo o una piedra preciosa. Gobernaron el reino exitosamente ese año y el siguiente. Al tercer año, los nobles del país comenzaron a preocuparse porque veían a un hombre a quien amaban mucho, como señor y hermano de crianza, sin heredero, y lo convocaron56. El lugar donde se juntaron fue Preseli en Dyfed.

      –Señor –dijeron ellos–, sabemos que no eres tan viejo como algunos de los hombres de este reino, pero nuestro temor es que no tengas descendencia con tu mujer. Por esta razón, búscate otra con la que puedas tener un heredero. No vivirás para siempre –continuaron–, y aunque desees permanecer así, no te lo permitiremos.

      –Bueno –dijo Pwyll–, todavía no hemos estado juntos durante tanto tiempo y mucho puede ocurrir. Posterguen el asunto hasta fin de año; luego arreglaremos un encuentro y obraré de acuerdo con su consejo.

      Organizaron la reunión, mas antes de que transcurriera el plazo le nació un hijo en Arberth. La noche del nacimiento llamaron a mujeres del reino para cuidar al niño y a su madre, pero se quedaron dormidas, como el bebé y Rhiannon. Seis era el número de señoras que habían sido convocadas y que habían montado guardia durante gran parte de la velada. Sin embargo, antes de la medianoche todas se durmieron y se despertaron con la aurora. Cuando abrieron los ojos miraron hacia donde habían dejado al niño, pero no había señales de él.

      –¡Ay! –dijo una de las mujeres–. ¡El niño ha desaparecido!

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