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      –¿Cuál? –preguntaron.

      –Hay una perra de caza que acaba de tener cría –respondió ella–. Matemos a algunos de los cachorros, untemos el rostro y las manos de Rhiannon con la sangre, coloquemos los huesos a su lado y juremos que ella asesinó a su propio hijo. La vehemencia de nosotras seis contrarrestará la de ella.

      Se pusieron de acuerdo en esto. Cerca del amanecer se despertó Rhiannon y dijo:

      –Mujeres mías, ¿dónde está el niño?

      –Señora –dijeron ellas–, no nos preguntes a nosotras por él. No tenemos más que moretones y golpes de tanto luchar contra ti; jamás habíamos visto a una mujer pelear tanto, pero fue inútil hacerlo. Tú misma has destruido a tu hijo; no nos pidas a nosotras por él57.

      –Pobrecitas –dijo Rhiannon–. Por Dios, nuestro señor que sabe todo, no digan mentiras sobre mí. Dios, que todo lo conoce, sabe que eso no es verdad. Si tienen miedo, a fe mía, las protegeré.

      –Dios sabe –dijeron ellas– que no dejaremos que nos ocurra algo malo por absolutamente nadie.

      –Pobrecitas –respondió ella–, nada malo les sucederá si dicen la verdad.

      No obstante, dijera lo que dijese, por bondad o compasión, recibía siempre la misma respuesta de parte de las mujeres. Entonces se levantaron Pwyll Penn Annwfn, su banda de guerreros y sus seguidores, y no se pudo esconder este incidente. La noticia se extendió por todo el reino y todos los nobles la escucharon. Se juntaron para elegir representantes ante Pwyll y solicitarle que se divorcie de su mujer por haber cometido ella un crimen tan terrible. Pero Pwyll les contestó:

      –No tienen ningún fundamento para pedirme que me divorcie de mi mujer, salvo que no tenga hijos. Pero yo sé que tiene uno y por lo tanto no me separaré de ella. Si me ha insultado, que sea castigada.

      Rhiannon convocó a maestros y sabios. Cuando le pareció mejor aceptar su castigo que discutir con las mujeres, se sometió a la pena. Ésta consistía en permanecer en la corte de Arberth durante siete años sentada sobre un apeadero que había afuera, en la entrada, desde donde debía contarle la historia completa a todo aquel que no la conociera y, si se lo permitían, ofrecerse a llevar a huéspedes y extraños sobre la espalda hasta la corte, pero estos rara vez accedían. Y así transcurrió gran parte del año.

      En ese tiempo, Teyrnon Twrf Liant era señor de Gwent Is Coed y el mejor hombre del mundo58. En su casa había una yegua, y no había en el reino ni semental ni yegua más linda que esa. Daba a luz todas las calendas de mayo cuando ya estaba oscuro, mas nadie sabía qué sucedía con su potrillo59. Una noche, Teyrnon conversaba con su mujer del siguiente modo:

      –Esposa mía –dijo–, qué descuidados somos, perdiendo las crías de nuestra yegua cada año, sin conservar ni una de ellas.

      –¿Qué se puede hacer respecto de eso? –preguntó ella.

      –Que caiga la venganza de Dios sobre mí –dijo él– si no descubro el destino de esas crías; hoy es primero de mayo.

      Hizo que llevaran a la yegua adentro, se armó y comenzó a montar guardia. Cuando empezó a oscurecer, la yegua dio a luz a un potrillo hermoso y grande que se levantó enseguida. Teyrnon se irguió y admiró la firmeza de la cría. Mientras hacía esto escuchó un estrépito y luego del ruido apareció una enorme garra a través de la ventana que asió al potrillo por la crin. Teyrnon desenvaina la espada y le corta el brazo a la altura del codo, de modo que esa parte del brazo, y el potrillo con ella, quedan del lado de adentro. Entonces escuchó al mismo tiempo un estruendo y un alarido. Abrió la puerta y se precipitó detrás del ruido. Debido a la oscuridad de la noche no podía ver cuál era la conmoción, pero corrió detrás y la siguió. Ahora bien, se acordó de que había dejado la puerta abierta y regresó. Al costado de la entrada encontró a un niño pequeño envuelto en un manto de seda brocada. Lo levantó y se dio cuenta de que era fuerte para su edad.

      Trabó la puerta y se encaminó al dormitorio donde estaba su mujer.

      –Señora –dijo–, ¿estás dormida?

      –No, señor –dijo ella–. Lo estaba, pero cuando llegaste me desperté.

      –Tengo un niño para ti, si quieres algo que nunca tuviste –dijo él.

      –Señor –replicó ella–, ¿qué historia es esa?

      –Esto es lo que pasó –dijo Teyrnon y se lo contó todo.

      –Bueno, señor –dijo ella–, ¿qué clase de vestimenta tiene el niño?

      –Un manto de seda brocada –contestó él.

      –Entonces es hijo de nobles –dijo ella–. Señor, sería un placer y una alegría, si estás de acuerdo, convocar a mujeres de mi conocimiento y decir que he estado embarazada.

      –Acuerdo contigo de buen grado –dijo él.

      Y así se hizo. Hicieron bautizar al niño de la forma en la que se hacía en ese tiempo. Le dieron el nombre de Gwri Wallt Euryn, ya que todo su cabello era tan dorado como el oro60.

      El niño fue criado en la corte hasta que tuvo un año, pero antes ya caminaba con firmeza y era más fuerte que un niño de tres años bien desarrollado. Al segundo año ya era tan fuerte como un niño de seis. Y antes del final del cuarto año negociaba con los mozos del establo para que lo dejaran darles agua a los caballos61.

      –Señor –dijo su esposa a Teyrnon–, ¿dónde está el potrillo que salvaste la misma noche que encontraste al niño?

      –Ordené que se lo dieran a los mozos del establo –dijo él– y les pedí que lo cuidaran.

      –¿No sería bueno, señor, que lo domaras y se lo dieras al niño? –preguntó ella–. Dado que la noche en que lo encontraste nació el potrillo y tú lo salvaste.

      –No me opondré a eso –dijo Teyrnon–. Dejaré que se lo des.

      –Señor, Dios te lo pague –dijo ella–. Así lo haré.

      Entonces le regalaron al niño el caballo y ella se dirigió a los sirvientes y a los mozos del establo para ordenarles que cuidaran del animal y lo domaran hasta que el niño pudiera montarlo, y le contaran las novedades.

      Entretanto llegaron a sus oídos noticias de Rhiannon y de su castigo. A causa de lo que había encontrado, Teyrnon Twrf Liant prestó atención y preguntaba constantemente sobre el tema hasta que escuchó, de boca de mucha gente que había ido a la corte, quejas respecto de la desgracia del infortunio de Rhiannon y de su pena. Teyrnon meditó sobre esto y miró detenidamente al niño. Se dio cuenta de que nunca había visto un hijo y un padre que se parecieran tanto como ese pequeño y Pwyll Penn Annwfn (la apariencia de Pwyll era conocida por Teyrnon porque había sido vasallo suyo). Entonces lo asaltó la tristeza por lo mal que hacía en conservar al niño sabiendo que era el hijo de otro hombre. Cuando tuvo la chance de conversar en privado con su esposa, le dijo que no estaba bien que ellos retuvieran al pequeño y dejaran que una mujer tan noble como Rhiannon sufriera tal castigo a causa de eso, siendo que el chico era hijo de Pwyll Penn Annwfn.

      La esposa de Teyrnon estuvo de acuerdo en enviar al niño a Pwyll.

      –Y tres cosas, señor, obtendremos como resultado –dijo ella–: el agradecimiento y la gratitud por haber liberado a Rhiannon de su castigo, y las gracias de Pwyll por haber criado a su hijo y por haberlo restituido. Y en tercer lugar, si el pequeño se convierte en un hombre gentil, será nuestro hijo de crianza y hará siempre lo mejor para nosotros.

      Y se pusieron de acuerdo. Al día siguiente Teyrnon se preparó con dos jinetes más; el niño era el cuarto e iba montado sobre el caballo que Teyrnon le había dado. Emprendieron la marcha hacia Arberth y no tardaron mucho en llegar. Cuando se aproximaron a la corte vieron a Rhiannon sentada al lado del apeadero, y al acercarse ella les dijo:

      –Señores, no sigan adelante. Yo cargaré a cada

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