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Claudiano, griego alejandrino nacido a finales del siglo IV d.C., es considerado el último poeta clásico de Roma. Claudio Claudiano es el último gran poeta latino de la tradición clásica. Nacido en Alejandría a finales del siglo IV d.C., se trasladó a Italia y pasó a componer en latín. Pronto cosecharía gran éxito como poeta de corte: un poeta profesional y oficial laureado, que hacía panegíricos sobre acontecimientos públicos. Labró su posición con piezas en honor del emperador Honorio y de sus ministros, así como un célebre panegírico del general y regente Estilicón. Cabe mencionar también, en su producción, ataques contra los enemigos de Honorio. Aunque la corte del emperador era cristiana, la poesía de Claudiano está adherida a la antigua religión pagana. No era un pensador político original, ni sus mecenas esperaban que lo fuera, pero sabía elegir bien en el bagaje de la tradición literaria latina aquello que más convenía para realzar cada pasaje. Claudiano hace gala de una sentida admiración por el Imperio Romano, expresada con maestría retórica, gran manejo de la oratoria y un empleo excelente del lenguaje tradicional de la épica latina. En sus panegíricos e invectivas abundan las alegorías y las referencias mitológicas. Aportó nuevo vigor a la poesía latina con su propia brillantez y los nuevos planteamientos que llevó del mundo griego.

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Una de las grandes obras de Aristóteles, en cuyas páginas hallamos elementos que hoy asignaríamos no al estudio de la naturaleza, sino a la filosofía y a la metafísica, pero que en el pensamiento griego, mucho más sintético que el actual, eran inseparables de las grandes cuestiones fundacionales. La Física de Aristóteles contiene muchos elementos que hoy asignaríamos no al estudio de la naturaleza, sino a la filosofía y a la metafísica, pero que en el pensamiento griego, mucho más sintético que el actual, no podían separarse de las grandes cuestiones fundacionales. En la base del estudio aristotélico del mundo natural hay dos ideas esenciales: que el cosmos es eterno (carece de inicio y de final en el tiempo) y que es un todo finito que abarca todo el contenido del universo, no existiendo el vacío ni nada más allá del cosmos. Libro I critica las opiniones de pensadores anteriores acerca de los primeros principios de los objetos naturales, y sostiene que son tres: materia, forma y privación. Libro II: la doctrina de las «cuatro causas». Libro III:el movimiento, el cambio y el infinito. Libro IV: de lugar, vacío y tiempo. Libro V: movimiento Libro VI: continuidad Libro VII: movimiento, motor Libro VIII: Primer motor inmóvil y eterno.

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La Historia evangélica de Juvenco es el primer poema épico cristiano: relata en hexámetros la vida de Jesucristo, sacada de los evangelios. Cayo Vetio Aquilino Juvenco, poeta hispano y presbítero del siglo IV d.C., es autor del primer poema épico cristiano, Historia evangélica, una adaptación en verso de la vida de Jesucristo sacada de los evangelios, compuesta en latín, en hexámetros y en cuatro libros. En el primero relata los hechos de Juan el Bautista, el nacimiento de Jesús y sus primeros años; en el segundo y el tercero, los milagros y las parábolas; en la cuarto, la pasión y la resurrección. La obra de Juvenco está fundada sobre todo en Mateo, pero para la infancia de Cristo se fija más en el evangelio de san Lucas. Para el resto también cuenta con los de san Marcos y san Juan, lo que convierte la Historia evangélica en la primera armonía de los evangelios del Occidente latino. Al tener que interpretar a veces el sentido de algunos pasajes, hace también obra de exegeta. Y es consciente de la importancia de su empresa, pues en el prefacio escribe: «Si tan larga fama merecieron los poemas que envuelven en mentiras las hazañas de los antepasados, es cierto que a mí me será concedido el honor inmortal de una alabanza eterna por los siglos, ya que mi canto tendrá por objeto, sin posible engaño, las hazañas vivificantes de Cristo, don de Dios a los pueblos». Como muchos otros escritores cristianos de los primeros siglos, Juvenco poseía una sólida formación clásica (en muchos pasajes se percibe a Virgilio, en algunos a Ovidio, Lucano, Lucrecio, Horacio y Estacio), y se sirvió de ésta para transmitir los contenidos de la nueva fe. Pero adapta esta cultura literaria a una sencillez que caracteriza toda la obra, y que responde al espíritu de los Evangelios. Juvenco fue muy leído en la Edad Media, en la que se le dio el título de «Virgilio cristiano». Los manuscritos de su obra principal se multiplicaron, como también las ediciones impresas a fines del siglos XV y XVI. Toda su fama se debe a la Historia evangélica. San Jerónimo menciona otras obras suyas, alguna sobre el tema de los sacramentos, que no han llegado hasta nosotros.

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Los Fastos pertenecen a la poesía didáctica, al igual que Arte de amar; pero mientras que ésta es una excelente muestra de elegía erótica, los primeros poseen un enorme valor como fuente para la historia civil y religiosa del pueblo romano. La ruptura con la elegía amorosa que Ovidio anuncia al final de Amores le conduce a temas muy distintos. Fastos es un poema didáctico sobre el calendario romano, el origen de los nombres de los meses y de ceremonias, festivales y cultos y la incidencia de la astronomía en todos ellos. Para estas explicaciones, Ovidio recurre a una gran variedad de mitos y narraciones históricas:: Jano, Venus, Juno, Marte, Júpiter se dan la mano con Numa, Servio y Lucrecia. En su explicación del calendario juliano, Ovidio avanza por orden cronológico, mes a mes, día a día, y conforme progresa relata las circunstancias que rodean a las instituciones romanas. Para ello se sirve de una buena cantidad de materiales heterogéneos: para la historia de Roma, los Viejos Anales, Antiquitates divinae et humanae y Aitia, del polígrafo M. Terencio Varrón y la Historia romana de Livio; para la astronomía, los Fenómenos de Arato (también en Biblioteca Clasica Gredos). A pesar de que Ovidio trata hechos recientes como la victoria de Augusto en Accio (3) y pone de manifiesto su patriotismo y devoción a los cultos, hace propaganda de la política augústea y exalta al emperador, la composición de los Fastos quedó interrumpida abruptamente a raíz del destierro que le impuso Augusto en el 8 d.C., debido a los célebres carmen (Arte de amar) y error (una culpa nunca aclarada). En el exilio de Tomis, Ovidio abandonaría por completo los Fastos y se consagraría a las Tristes y las Pónticas.

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En los últimos confines del imperio aparecen rasgos de una especie de geografía fantástica, que fue muy incitante para descubridores y viajeros de la edad moderna (Marco Polo, Colón). Plinio el Viejo prosigue en los libros de este volumen el estudio de la Geografía que ha iniciado en el libro II, con un paseo por la inmensidad del Imperio. En los libros III y IV describe el Mediterráneo occidental y oriental: Hispania, la Galia, Italia, Grecia y Asia Menor. En el V, el África entonces conocida –muy especialmente el Nilo–, Oriente Medio y Turquía. En el VI, Asia y lo que quedaba del gran imperio de Alejandro. Para el lector español el libro III posee un interés especial. Plinio cita pocas ciudades de la Península y, en cambio, menciona muchos nombres de pueblos y de tribus, pues en Roma era muy útil conocer los pueblos tributarios y Plinio estaba al corriente de esos datos por su pertenencia a la administración. El estilo alcanza sus mejores momentos con la descripción de los ríos. En los últimos confines del imperio, a los que Plinio dedica buena parte de los libros V y VI, aparecen rasgos de una especie de geografía fantástica, que fue muy incitante para descubridores y viajeros de la edad moderna (Marco Polo, Colón), y así habla de sociedades utópicas, que no conocen el dinero, ni practican el sexo, pueblos cuya ubicación es tan poco clara para Plinio que pueden encontrarse desde el Norte de Europa a los límites del Caspio, como el caso de los sármatas. Es la geografía universal, o sea, una geografía del imperio romano.

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De Claudio Eliano, nacido en Preneste, cuenta Filostráto que, a pesar de su origen romano, escribía como un ateniense de pura cepa en griego. Pertenece a la llamada Segunda Sofística, y su prosa de estilo claro y suave refleja bien el aticismo del siglo II d.C.; aunque cultivó no tanto la oratoria como la historia, en el sentido más amplio del vocablo. Al estilo y bajo el mismo título que las de Alcifrón (cf.B.C.G.119) -y no sabemos quién imitó a quién- conservamos veinte cartas de una ficticia correspondencia ambientada en un decorado campestre y costumbrista muy convencional. Algunas de estas misivas rústicas evocan personajes de Menandro, y alguna toma su tema de otro autor antiguo, como Demóstenes. En todo caso, son muestras de un tipo de literatura mimética y de graciosos tópicos.

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El ecléctico, erudito y sensato Plutarco indaga en los tratados de este volumen cómo se puede alcanzar una vida serena y virtuosa. Este volumen incluye tratados de reflexión ética, en su vertiente más concreta, sobre temas que habían interesado a los grandes autores a partir de la época dorada de Atenas (desde Platón a Séneca): «Si la virtud puede enseñarse» insta a reflexionar sobre las acciones propias, y sostiene que se puede enseñar la virtud, lo más fundamental de la vida humana, en especial el cuidado de sí; «Sobre la virtud moral», «Sobre el refrenamiento de la ira» y «Sobre la paz de alma» abundan en estas ideas y muestran las claves para llevar una vida serena y virtuosa. Plutarco aparece, más que como pensador original o filósofo sistemático, como una buena guía moral para conducirse rectamente, y parte en sus aseveraciones de un sano sentido común afianzado sobre una rica y ecléctica erudición.

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Las Dionisíacas son un florecimiento tardío (siglo V d.C.) y curioso de la épica clásica, y uno de los últimos poemas ambiciosos del paganismo clásico. Nono (siglo V d.C.), natural de Panópolis, en Egipto, compuso en griego el poema épico Dyonisiaca, sobre las aventuras del dios Dionisio, desde su nacimiento en Tebas hasta su ingreso en el Olimpo. La obra, en cuarenta y ocho libros (la suma de los libros de la Ilíada y la Odisea, según la ordenación alejandrina) y unos 21.000 hexámetros, se centra en la expedición de Dionisio a la India y su regreso (libros 13-48). El tema no era inédito, puesto que a menudo se había identificado a Alejandro con esta divinidad, lo que incluía las campañas contra los hindúes. A partir del libro octavo, con el nacimiento de Dioniso, el poema se asemeja a un compendio mitológico, enriquecido con referencias a misterios dionisíacos, religiones orientales, magia y astrología. La obra se anima con aspectos menos habituales, como la claridad sensualista con que se describen las actividades amatorias de Dioniso. La importancia del poema, más que en el tema en sí, hay que buscarla en sus esquemas métricos y estilísticos, pues introdujo el llamado hexámetro noniano, que altera la tradicional métrica cuantitativa, ante el cambio fonológico que se produce en la lengua griega desde la época helenística, e introduce el ritmo acentual, en una aproximación a la métrica moderna.

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Hermógenes de Tarso fue la máxima autoridad en retórica de la segunda mitad del siglo II de nuestra era. El retórico griego Hermógenes de Tarso, de la segunda mitad del siglo II y principios del III d.C., fue la máxima autoridad de su tiempo en la materia. Su obra principal es Sobre las formas del estilo, que analiza con tino y precisión las cualidades de varios autores, hasta determinar en qué consiste exactamente su estilo. A los tres tipos de oratoria canónicos (deliberativo, judicial y panegírico) añade en este tratado el político, combinación de los anteriores. Los cuatro se distinguen entre sí por sus diferentes grados de una serie de cualidades: claridad, carácter, sinceridad, riqueza de pensamiento, vehemencia, solemnidad, brillantez, fuerza, belleza. Gran conocedor de los discursos de Demóstenes y de los varios análisis retóricos de éstos, creía que todo el estudio de la retórica debía basarse en el gran orador ático. Fue asimismo autor de unos Ejercicios preparatorios para la retórica (que ocupan otro volumen de esta colección, junto a los ejercicios de los rétores Teón y Aftonio).

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Livio compuso su monumental obra, de dimensiones casi inabarcables, movido por su intenso patriotismo. Esperaba iluminar un presente problemático con una exposición cabal del desarrollo de la ciudad y el imperio, y ofrecer un texto aleccionador a partir de su concepción moral de la historia. Igual que Salustio, Tito Livio concibe la historia de Roma como un proceso de decadencia; como fabio Píctor, atribuía su grandeza a las virtudes antiguas; comparte con los analistas la intención moralizadora. Como a Cicerón, le mueve el deseo de no dejar en el olvido los hechos dignos de recuerdo, y cree en el valor moral de los ejemplos. En la gran disyunción entre una historiografía pragmática, analítica, racional y objetiva y una historia moral, simbólica, subjetiva y retórica, Livio pertenece a la segunda. Los rasgos esenciales de este clásico de la historiografía –aparte de las dimensiones colosales y enciclopédicas de su obra– son su carácter moral y ejemplarizante, político y cívico, y el patriotismo que lo animó. La tercera década (libros XXI-XXX) es básicamente la historia de la Segunda Guerra Púnica (218 a.C.-201 a.C.). Hasta el libro XXV se narran los años de predominio cartaginés (218-212 a.C.): asedio y toma de Sagunto, marcha de Aníbal sobre Italia, con la travesía de los Alpes, y sus primeras victorias en Tesino y Trebia, lago Trasimeno y Cannas, intervención de Filipo V («primera» guerra macedónica), conquista cartaginesa de Tarento y desastre de los Escipiones en Hispania. Pero también hay victorias romanas: en Hispania, en Benevento y Nola, toma de Siracusa y sometimiento de Sicilia. En conjunto, pues, se perciben en paralelo a la admisión del poderío militar cartaginés los primeros indicios de la ascendencia romana.