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Los libros XXXVI-XL, los de la segunda parte de la cuarta década, abarcan desde la declaración de guerra contra Antíoco hasta la muerte de Filipo y la subida de Perseo al trono de Macedonia (191-179 a.C.). Se ocupan de asuntos de tanto alcance político como el proceso de los Escipiones y el escándalo de las orgías Bacanales, que fueron suprimidas. Entre los lances más destacados del volumen figuran la batalla de las Termópilas y el choque naval de Corico, la batalla de Magnesia, el suicidio de Anibal…

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Los catorce discursos que forman las Filípicas, dirigidos contra Marco Antonio (que a la muerte de César se perfilaba como nuevo tirano), son los últimos del republicano Cicerón, y constituyen la suma y compendio de su excelencia oratoria. Cicerón tituló el conjunto de catorce discursos que pronunció contra Marco Antonio Filípicas, denominación de cuatro discursos patrióticos que Demóstenes, el orador ático al que tanto admiraba, dirigió contra Filipo II, rey de Macedonia, porque advertía semejanzas y paralelismos en ambos contextos. Tras el asesinato de César en el 44 a.C. (que Cicerón celebró porque detestaba la tiranía cesarista, opuesta a sus valores republicanos), y después de unos meses de incertidumbres acerca de los posicionamientos de los principales actores en la política romana, Cicerón encabezó el partido senatorial (diezmado a causa de las luchas civiles), y se enfrentó a su enemigo Marco Antonio, el hombre que había intentado hacer rey a César y que se perfilaba ya como nuevo dictador, en la serie de las catorce Filípicas. En ellas Cicerón critica las actuaciones de Marco Antonio y logra que el Senado, tras intentar una salida negociada al conflicto entre éste y Décimo Bruto (negociación a la que Cicerón se opuso), termine poniéndose en contra de Antonio, quien es derrotado en Módena y declarado «enemigo de Roma». Pero con la formación del Segundo Triunvirato entre Octaviano, Lépido y Antonio y la rehabilitación política de este último, las Filípicas terminarán por costarle a Cicerón la vida: Marco Antonio ordena su ejecución, y que su cabeza y sus manos, que han escrito las Filípicas, sean expuestas en el Foro. La fama de las Filípicas se debe tanto a las circunstancias que las rodearon como al propio texto. Sin embargo, desde el punto de vista estilístico marcan el apogeo de la elocuencia ciceroniana y en ellas encontramos juntos rasgos de todos los discursos anteriores. Su lengua constituye, además, un auténtico paradigma de la norma clásica. Su influencia ha calado en el idioma, donde filípica se ha convertido en nombre común con el significado, según María Moliner, de «reprensión extensa y violenta dirigida a alguien».

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II d.C., incidió en la vertiente metafísica más que en la matemática del maestro. El filósofo neoplatónico griego Máximo de Tiro pronunció conferencias en Roma durante el reinado de Cómodo, en la segunda mitad del siglo II d.C. Era un destacado orador, aunque no se le incluía en la sofística. De él conservamos cuarenta y un discursos, de estilo agradable y sencillo, que aspira a la comunicación fluida y al tratamiento claro de cuestiones filosóficas. Más expositor y divulgador que pensador original, recoge temas de la tradición platónica y trata de iluminarlos desde nuevas perspectivas, con abundante uso de la poesía, de imágenes de la vida diaria y de ejemplos de la historia clásica. En la periodización de las corrientes filosóficas, se suele incluir a Máximo en el platonismo medio, como a Plutarco, Apuleyo, Ático y Celso. Subraya el dualismo al poner el énfasis en la trascendencia divina y limitar el mal a la materia, si bien incluye, para paliar el abismo entre los dos ámbitos, dioses inferiores o demonios.

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Estrabón creía en la unidad del mundo y la coherencia armoniosa y necesaria de sus diferentes partes, y en una providencia que gobernaba la naturaleza en interés general de los seres inteligentes. Estrabón poseía claras inclinaciones hacia la filosofía estoica, y creía en la unidad del mundo y la coherencia armoniosa y necesaria de sus diferentes partes, así como en una providencia que gobernaba la naturaleza en interés general de los seres inteligentes que la habitaban. A ello respondía su visión del Imperio Romano como primer paso hacia la sociedad universal de todo el género humano, y la defensa que hizo de su acción civilizadora. Sin duda Estrabón expuso con claridad sus concepciones en una obra que se ha perdido casi por completo, Esbozos históricos, en cuarenta y siete libros, un bosquejo de hechos acaecidos hasta el inicio del relato de Polibio y, después, desde el 146 a.C. (año en que finaliza Polibio) hasta como mínimo la muerte de Julio César. Los libros VIII, IX y X de la Geografía describen el Peloponeso, la Grecia septentrional y central y las islas del Egeo, es decir, lo que constituyó el centro de la Hélade.

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Los cuatro últimos libros de La guerra de los judíos relatan con dramatismo la caída de Jerusalén ante el asedio de Tito, y atestiguan el triunfo arrollador de los romanos. El libro IV (años 67-69) narra el avance triunfante de Vespasiano por el norte de Judea y el bloqueo de la capital, su proclamación como emperador y su viaje a Alejandría y posterior desplazamiento a Roma. El libro V (primavera-junio del 70), dedicado al asedio de Tito contra Jerusalén, refiere la caída de los muros segundo y tercero, las exhortaciones de Josefo a los defensores para que se rindan y la decisión de los romanos de construir un muro de circunvalación para ahogar la ciudad. El libro VI (julio-septiembre del 70) relata la caída de la Torre Antonia, el incendio de los pórticos del Templo, el incendio final del Santuario y la toma de la ciudad. Finalmente, en el libro VII (70-74), Jerusalén es demolida, Tito se retira de Judea, desfila triunfalmente con su padre Vespasiano en Roma y caen los últimos reductos de la resistencia judía.

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Plauto, el más hilarante comediógrafo latino, adaptó con originalidad las obras de la Comedia Nueva griega, y su influencia se extiende hasta El avaro de Molière y la faceta cómica de Shakespeare. Las veinte comedias que se nos han conservado de Plauto (h. 250-184 a.C.), todas ellas adaptaciones de la Comedia Nueva griega, bastan para asegurar al autor su puesto de máximo comediógrafo latino. Con un uso muy libre y animado de los originales, simplificando la trama para agradar a un público romano popular, Plauto cosechó un éxito inmediato. Sus comedias plantean situaciones típicas o descabelladas, personajes prototípicos, chistes groseros, equívocos, enredos y todo un arsenal de recursos escénicos destinados a suscitar risotadas inmediatas, algunos de los cuales las convierten en comedias musicales. Plauto es un maestro en el uso del lenguaje coloquial, y no se abstiene de incurrir en obscenidades y groserías. Es un fino psicólogo que revitaliza los personajes de las comedias griegas: jóvenes calaveras, prostitutas, alcahuetas, traficantes de esclavos, viejos verdes, parásitos, soldados fanfarrones, etc. El genio de Plauto consiste en el juego constante que mantiene con el público acerca de la realidad y la ilusión, en su capacidad de extraer todas las posibilidades de las situaciones y los personajes, en la variedad de registros lingüísticos que usa con absoluto desparpajo y maestría. Este primer volumen incluye Anfitrión (una de las comedias más famosas de Plauto y la única de tema mítico, Sobre el nacimiento de Hércules, llamada «tragicomedia» porque en ella intervienen personajes trágicos), La comedia de los asnos o Asinaria (con personajes típicamente plautinos: el servus currens, la tercera exigente y calculadora, el padre rival de su hijo en amores, la esposa detestada), La comedia de la olla (historia de un viejo avaro que, por miedo obsesivo a perder un tesoro, lo acaba echando a perder), Las dos Báquides (con dos seductoras cortesanas hermanas, dos jóvenes enamorados, dos padres vigilantes y un esclavo astuto que hace y deshace a su antojo), Los cautivos (una excepción en Plauto, pues hace llorar en vez de reír) y Cásina (hilarante pieza con dos viejos y sendas esposas, dos esclavos y la pareja invisible de Cásina y Eutinico, con los enredos, amoríos y celos de rigor).

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El amplio espectro temático característico de Plutarco incluye aquí escritos de índole ética y dietética, así como un elogio del matrimonio en que muestra un gran respeto por la capacidad intelectual de la mujer. Este segundo volumen de los Moralia abunda en el carácter misceláneo del conjunto de la obra, siempre al hilo de los variados intereses del autor y de las cuestiones que a su juicio son relevantes para la formación y el bienestar de sus contemporáneos. En «Sobre la fortuna», tratado muy breve, Plutarco relativiza la importancia de los dones que otorga la diosa en el nacimiento, y ensalza los de la inteligencia (previsión, sensatez, discreción…) para llevar una buena vida. El pequeño opúsculo «Sobre la virtud y el vicio» subraya que la primera propicia una existencia agradable mientras que el segundo la impide. «Consejos para conservar la salud» no es un tratado médico científico, sino un conjunto de recomendaciones empíricas, de medicina popular y para círculos amplios, sobre la dieta adecuada para una vida saludable, imprescindible para el desarrollo espiritual. «Deberes del matrimonio» es un discurso nupcial, dirigido a dos antiguos discípulos de Plutarco, acerca del modo de alcanzar la felicidad y la simbiosis, la amistad y la concordia, en el matrimonio (es reseñable que Plutarco subraye la necesidad de que la esposa se interese por la filosofía y la educación y cultive su espíritu). El «Banquete de los siete sabios», de autenticidad problemática, pertenece a la tradición del simposio dialogado, como El banquete platónico, y aborda multitud de cuestiones filosóficas y científicas. Por último, «Sobre la superstición» es una diatriba contra las falsas creencias y el ateísmo.

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El carácter misceláneo de los Moralia se halla bien reflejado en este volumen: contiene escritos de filosofía moral y de teodicea y un sentido escrito personal de consolación dirigido a su esposa. La serie de tratados acerca de cuestiones éticas que han ido apareciendo en los sucesivos volúmenes dedicados a los Moralia concluye con los de éste: «Sobre el amor a la riqueza», «Sobre la falsa vergüenza», «Sobre la envidia y el odio», «De cómo alabarse sin despertar envidia», en los que Plutarco sigue combinando su vastísima erudición y el conocimiento de las doctrinas más diversas con un lúcido sentido común y el deseo de prestar un servicio público con sus escritos. «De la tardanza de la divinidad en castigar» (que toca el viejo problema de la teodicea y muestra una piadosa creencia en la justicia divina que se sustrae a todas las humanas objeciones, con un mito final en la esfera metafísica inspirado en el final de la República de Platón) y «Sobre el hado» plantean cuestiones más religiosas, a las que tampoco era ajena la sensibilidad de Plutarco, como se advierte en el sexto volumen de los Moralia. «Sobre el demon de Sócrates» reflexiona acerca del impulso que animó la actividad intelectual del maestro de su maestro, Platón. El opúsculo «Sobre el destierro», cosmopolita y espiritualista, es una erudita reflexión acerca del exilio, que a partir de una rica tradición literaria (Musonio, Séneca…) proclama que el hombre es, ante todo, ciudadano del mundo y que la verdadera patria del sabio está en el universo, que el alma no tiene por residencia la Tierra, sino el cielo, por lo que ningún lugar puede quitarnos la felicidad, que se funda en la virtud y el saber. Por último, en «Escrito de consolación a su mujer» Plutarco tiene que recurrir a los grandes recursos anímicos de la filosofía para tratar de confortar a su esposa ante una pérdida terrible.

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Las Disputaciones tienen como tema central el modo de alcanzar la felicidad y la serenidad; como no se trata de una obra simplificadora, tratan los mayores obstáculos para obtenerla. Las Disputaciones tusculanas (del año 44 a.C. y dirigidas a Marco Bruto) consisten en un tratado filosófico en cinco libros, compuesto en forma de conversaciones entre dos personajes, M. y A. Su tema central es cómo alcanzar la felicidad y la serenidad, y puesto que no se trata de una obra fácil, afronta con valor los mayores obstáculos para la consecución de este fin. El propio Cicerón nos ofrece un esquema de la obra en el prólogo a Sobre la adivinación: «las Disputaciones tusculanas […] trataban de los fundamentos de la vida feliz, la primera sobre el desprecio de la muerte, la segunda sobre soportar el dolor, la tercera sobre mitigar el dolor, la cuarta sobre las perturbaciones psicológicas y la quinta sobre la corona de toda la filosofía, la afirmación (estoica) de que la virtud es en sí misma suficiente para la vida feliz.» La obra posee la fuerza de lo íntimamente sentido, y tiene un trasfondo biográfico: fue escrita al año de la muerte de su amada hija Tulia, que sumió a Cicerón en una profunda tristeza. En sus últimos tres años se apartó de la vida política y se recluyó en su villa de Túsculo, donde se consagró a la creación literaria; éste es el más personal de los escritos de esta época.

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Este ameno diálogo, repleto de anécdotas y referencias a su tiempo, constituye una preciosa fuente de información sobre la literatura y las costumbres de la Antigüedad griega. El banquete de los eruditos, por su carácter enciclopédico, que tan bien refleja el gusto de su época por la literatura miscelánea, es un texto muy útil para nuestro conocimiento de la historiografía. Ésta y las demás ramas del saber –filosofía, medicina, derecho…– sobre las que van discurriendo los participantes en el simposio son un buen indicio de los intereses eruditos de la época. Ateneo muestra que sofistas, filósofos, médicos y gramáticos pertenecían a un mismo mundo en que ni siquiera el uso de dos lenguas produjo dos culturas. No es ajena a esta cultura global la circunstancia de que Ateneo naciera en Náucratis de Egipto, la única ciudad egipcia conocida como cuna de sofistas.