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En el centenario de la publicación del «Ulises», la vida de Joyce narrada por su hermano Stanislaus. Recuerdos del entorno creativo y su trágica vida familiar. Ser hermano de un autor famoso confiere grandes obligaciones y muy pequeñas distinciones. El profesor Stanislaus Joyce sobrellevó su carga con nobleza y disconformidad. A pesar de sus reservas, vivió una vida en gran parte moldeada por su hermano, combatió el derecho de los demás a criticar a James y, en el momento de su muerte, llevaba escrita una parte sustancial de las memorias de su vida en común, donde presenta un cuadro de la carrera de James Joyce y de la vida familiar hasta sus veintidós años, con vistazos ocasionales a lo que vendría después. «He leído este libro dos veces y me he sentido fascinado y sorprendido por la personalidad de este hombre (…) víctima de emociones encontradas de cariño, admiración y rivalidad, una lucha en cuyo desarrollo, en ciertos momentos, veía a su famoso hermano con asombrosa lucidez.» T. S. Eliot

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«Hay una regla muy sencilla en el periodismo que, sin embargo, no es fácil cumplir y, todavía menos, durante la guerra fría: estar, ver y contar. Estarriol lo consiguió cuando había muy pocas personas que supieran de verdad lo que sucedía en Polonia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Checoslovaquia, Yugoslavia y la Unión Soviética, el mundo que él pisaba sin cesar» (Xavier Mas de Xaxás, La Vanguardia).
En estas Memorias, publicadas en el año de su fallecimiento, Estarriol descorre de nuevo el telón de la historia reciente al hilo de sus recuerdos como miembro del Opus Dei, trasladando al lector a numerosos acontecimientos que han configurado la Europa que conocemos. Su compromiso con la verdad, como cristiano y como periodista, otorga al relato un atractivo que tampoco pasó desapercibido a los ojos de los servicios secretos tras el telón de acero.

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Con la misma amenidad y erudición de sus Cartas norteamericana, Cartas del Mediterráneo Orientaly sus Cartas berlinesas, José Emilio Burucúa narra su larga estadía académica en Nantes, con gran rigor y mucho sentido del humor, ofreciéndole al lector un recorrido cultural, artístico, histórico, musical, cinematográfico, turístico y gastronómico. Apenas llegado a la ciudad francesa, Burucúa abre así su fascinante `Diario de Nantes´: «Esta ciudad es una mezcla interesante de gótico, barroco neoclásico a la francesa y arquitectura muy contemporánea (erigida sobre todo en los barrios destruidos por los bombardeos aliados en 1943-44; aquí cerca, en Saint-Nazaire, los nazis tenían una de las bases más temibles de submarinos en todo el Atlántico). […]A partir del siglo XVII y hasta bien entrado el XIX, no hubo en Nantes institución, ni vínculo social, ni empresa, ni plan o proyecto personal o comunitario, que no estuviese condicionado por la trata de esclavos. El comercio infame, en principio a cargo de los armadores de los astilleros ubicados en las bocas del Loira, volcó sus ganancias inconmensurables en la comodidad y belleza de la arquitectura, en las costumbres galantes de una burguesía que se aprovisionaba de los objetos, las telas, los alimentos más refinados y caros de las Indias Orientales y Occidentales. Mi contacto con la barbarie se está convirtiendo en un hábito, que mantiene los ojos de mi mente abiertos, sin piedad, frente a las lacras del mundo…»

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