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— Vos mismo os hicisteis justicia erigiéndoos en defensor de semejante causa.

      CASIO. — En tiempos como éste no se debe insistir tanto sobre una falta insignificante.

      BRUTO. — Permitidme que os diga, Casio, que vos, vos mismo, sois muy censurado por tener una mano codiciosa para vender y traficar por oro nuestros empleos a gente indigna.

      CASIO. — ¡Yo una mano codiciosa! ¡Bruto, sabéis que sois vos el que habla de eso, o, ¡por los dioses!, éstas fueron vuestras últimas palabras!

      BRUTO. — El nombre de Casio encubre tal corrupción, y por ello el castigo no se atreve a levantar cabeza.

      CASIO. — ¡El castigo!

      BRUTO. — ¡Acordaos de marzo, acordaos de los idus de marzo! ¿No fue por hacer justicia por lo que corrió sangre del gran Julio? ¿Qué miserable tocó su cuerpo y lo hirió que no fuera por justicia? ¡Qué! ¿Habrá alguno de nosotros, los que inmolamos al hombre más grande de todo el universo porque amparó bandidos, que manche ahora sus dedos con bajos sobornos y venda la elevada mansión de nuestros amplios honores , por la vil basura que así puede obtenerse? ¡Antes que semejante romano, preferiría ser un perro y ladrar a la Luna!

      CASIO. — ¡Bruto, no me provoquéis, que no lo soportaría .Os olvidáis de vos mismo al censurarme! Soy un soldado, un soldado más antiguo en la práctica, más competente que vos mismo para dictar condiciones.

      BRUTO. — ¡Marchaos! ¡Vos no sois Casio!

      CASIO. — ¡Lo soy!

      BRUTO. — ¡Os digo que no!

      CASIO. — ¡No me irritéis más, que me olvidaré de mí mismo! ¡Pensad en vuestra existencia! ¡No me tentéis demasiado!

      BRUTO. — ¡Fuera, majadero!

      CASIO. — ¿Es posible?

      BRUTO. — ¡Escuchadme, pues quiero que me oigáis! ¿Debo dar lugar y curso libre a vuestra cólera desenfrenada? ¿Temblaré porque me mire un loco?

      CASIO. — ¡Oh dioses! ¡Oh dioses! ¿He de sufrir todo esto?

      BRUTO. — ¡Todo esto! ¡Sí, y más! ¡Enfureceos hasta que estalle vuestro altivo corazón! ¡Id, patentizad a vuestros siervos lo colérico que sois, y que tiemblen vuestros esclavos! ¿Apartarme yo? ¡Por los dioses, que digeriréis el veneno de vuestro coraje aunque os haga reventar, pues desde hoy os tomaré como mi pasatiempo, sí, como mi hazmerreír, cuando os halléis irritado!

      CASIO. — ¿A esto hemos venido?

      BRUTO. — ¡Decís que sois mejor soldado! ¡Pues hacedlo ver! Justificad vuestra jactancia y yo lo celebraré. Por lo que a mí respecta, me alegraría recibir lecciones de hombres experimentados.

      CASIO — ¡Sois injusto conmigo, Bruto; injusto por todos conceptos! ¡Dije más antiguo, no mejor soldado! ¿Dije mejor? BRUTO. — ¡Si lo dijisteis, no me importa!

      CASIO. — ¡Cuando César vivía no se hubiera atrevido a provocarme así!

      BRUTO. — ¡Silencio! ¡Silencio! ¡No os hubierais atrevido a tentarlo de ese modo!

      CASIO. — ¡Que no me hubiera atrevido!

      BRUTO. — ¡No!

      CASIO. — ¡Cómo! ¿No me hubiera atrevido a provocarlo?

      BRUTO. — ¡Por vuestra vida que no!

      CASIO. — ¡No confiéis demasiado en mi afecto, que podría hacer algo que sintiera después!

      BRUTO. — ¡Ya habéis hecho lo que debierais sentir! ¡No hay terror, Casio, en vuestras amenazas, porque estoy tan fuertemente armado de honradez, que pasan sobre mí como el vano soplo del viento, al que no presto atención! ¡Os mandó pedir ciertas sumas de oro, que me habéis negado; porque yo no sé procurarme dinero por procedimientos viles! ¡Por el cielo! ¡Antes acuñaría mi corazón, trocando las gotas de mi sangre en dracmas, que arrancar de las endurecidas manos de los campesinos su mísero metal por medios ilícitos! ¡Os mandé pedir dinero para pagar mis legiones, y me lo negasteis! ¿Procedisteis como Casio? ¿Habría yo respondido así a Cayo Casio? ¡Cuando Marco Bruto se vuelva tan sórdido que cierre con llave a sus amigos esas miserables piezas, aprestad, dioses, todos vuestros rayos y hacedle pedazos!

      CASIO. — ¡No os negué nada!

      BRUTO. — ¡Lo, negasteis!

      CASIO. — ¡No lo negué! ¡Era un idiota el que trajo mi respuesta! ¡Bruto ha destrozado mi corazón! Un amigo debiera sobrellevar las flaquezas de sus amigos; pero Bruto agranda las mías.

      BRUTO. — ¡No lo hago más que cuando las aplicas contra mí!

      CASIO. — ¡No me estimáis!

      BRUTO. — ¡No estimo vuestras faltas!

      CASIO. — ¡Los ojos de un amigo no debieran ver nunca estas faltas!

      BRUTO. — ¡No las verían los de un adulador, aunque son tan enormes como el alto Olimpo!

      CASIO. — ¡Venid, Antonio, y venid, joven Octavio! ¡Saciad vuestra venganza en Casio únicamente, pues Casio está harto del mundo, aborrecido por aquel a quien ama, ultrajado por su hermano, reprendido como un siervo, con todas sus faltas observadas, apuntadas en un libro de notas, estudiadas y aprendidas de memoria para arrojárselas al rostro! ¡Oh! ¡Mí alma podría escaparse de mis ojos con mi llanto! ¡He aquí mi puñal, y he aquí mi pecho desnudo, y dentro un corazón más valioso que las minas de Pluto ( el dios de la riqueza), más rico que el oro! ¡Si eres un digno romano, tómalo! ¡Yo, que te negué el oro, te entrego mi corazón! ¡Hiere, como hiciste con César, pues yo sé que cuando más le odiaste le estimabas mucho más de lo que siempre quisiste a Casio!

      BRUTO. — Envainad vuestro puñal. Encolerizaos cuando os plazca, ya os desahogaréis, y haced vuestro deseo. ¡El deshonor será chanza! ¡Oh Casio! ¡Estáis uncido con un cordero, que tolera la cólera; como el fuego al pedernal, que, golpeado fuertemente, despide una chispa rápida y se enfría al instante.

      CASIO. — ¿Ha vivido Casio para servir de hazmerreír y pasatiempo a su Bruto cuando el pesar y la sangre destemplada le enardecían?

      BRUTO. — ¡Cuando habló así, me hallaba muy destemplado!

      CASIO. — ¿Lo reconocéis? Dadme vuestra diestra.

      BRUTO. — ¡Y mi corazón también!

      CASIO. — ¡Oh Bruto!

      BRUTO. — ¿Qué os sucede?

      CASIO. — ¿No tenéis afecto suficiente para sufrirme, cuando este genio violento que heredé de mi madre me hace olvidar todo?

      BRUTO. — Sí, Casio, y en lo sucesivo, cuando os exaltéis en demasía con vuestro Bruto, él pensará que regaña vuestra madre, y asunto arreglado.

      POETA. — (Dentro.) ¡Dejadme entrar a ver a los generales! ¡Hay algún resentimiento entre ellos! ¡No conviene dejarlos solos!

      LUCILIO. — (Dentro.) ¡Pues no llegaréis hasta su presencia! POETA. — (Dentro.) ¡Nada sino la muerte me detendrá!

      (Entra el POETA, seguido de Lucio, TITINIO y Lucio.)

      CASIO. — ¿Qué hay? ¿Qué pasa?

      POETA. — ¡Generales, qué oprobio! ¿Qué intentáis? Haya amor y amistad como es debido. Más años que vosotros he vivido.

      CASIO. — ¡Ah! ¡Ah! ¡Que detestablemente rima el cínico!

      BRUTO. — ¡Fuera de aquí, sinvergüenza! ¡Lárgate, impertinente!

      CASIO. — ¡Tened indulgencia con él, Bruto; es su estilo!

      BRUTO. — ¡Yo sabré soportar su genialidad cuando él sepa ser oportuno! ¿Qué tiene que ver la

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