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por qué Bruto se alzó contra César, ésta es mi contestación: «No porque amaba a César menos, sino porque amaba más a Roma.» ¿Preferiríais que César viviera y morir todos esclavos a que esté muerto César y todos vivir libres? Porque César me apreciaba, le lloro; porque fue afortunado, le celebro; como valiente, le honro; pero por ambicioso, le maté. Lágrimas hay para su afecto, gozo para su fortuna, honra para su valor y muerte para su ambición. ¿Quién hay aquí tan abyecto que quisiera ser esclavo? ¡Si hay alguno, que hable, pues a él he ofendido! ¿Quién hay aquí tan estúpido que no quisiera ser romano? ¡Si hay alguno, que hable, pues a él he ofendido! ¿Quién hay aquí tan vil que no ame a su patria? ¡Si hay alguno, que hable, pues a él he ofendido! Aguardo una respuesta. TODOS. — ¡Nadie, Bruto, nadie! BRUTO. — ¡Entonces, a nadie he ofendido! ¡No he hecho con César sino lo que haríais con Bruto! Los motivos de su muerte están escritos en el Capitolio. Su gloria no se amengua, en cuanto la merecía, ni se exageran sus ofensas, por las cuales ha sufrido la muerte.

      (Entran ANTONIO y otros con el cuerpo de CÉSAR.)

      Aquí llega su cuerpo, que doliente conduce Marco Antonio, que, aunque no tomó parte en su muerte, percibirá los beneficios de ella, o sea un puesto en la república. ¿Quién de vosotros no obtendrá otro tanto? Con esto me despido, que, igual que he muerto a mi mejor amigo por la salvación de Roma, tengo el mismo puñal para mí propio cuando plazca a mi patria necesitar mi muerte.

      TODOS. — ¡Viva Bruto! ¡Viva, viva!

      CIUDADANO PRIMERO. — ¡Conduzcámosle en triunfo hasta su casa!

      CIUDADANO SEGUNDO. — Erijámosle fina estatua, como a sus antepasados.

      CIUDADANO TERCERO. — ¡Nombrémosle César!

      CIUDADANO CUARTO. — ¡Lo mejor de César será coronado en Bruto!

      CIUDADANO PRIMERO. — ¡Llevémosle a su casa entre vítores y aclamaciones!

      BRUTO. — ¡Compatriotas!... CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Callad! ¡Silencio! Habla Bruto.

      CIUDADANO PRIMERO. — ¡Callad, eh!

      BRUTO. — Queridos compatriotas, dejadme marchar solo, y en obsequio mío, quedaos aquí con Antonio. Honrad el cadáver de César y oíd la. Apología de sus glorias, que, con nuestro beneplácito, pronunciará Antonio. ¡Os suplico que nadie, excepto yo, se aleje de aquí hasta que Antonio haya hablado!

      (Sale.)

      CIUDADANO PRIMERO. — ¡Quedémonos, eh! ¡Y oigamos a Marco Antonio!

      CIUDADANO TERCERO. — Que suba a la tribuna pública y le escucharemos. ¡Vamos, noble Antonio!

      ANTONIO. — ¡Por consideración a Bruto me veis ante vosotros!

      (Sube a la tribuna.)

      CIUDADANO CUARTO. — ¿Qué dice de Bruto?

      CIUDADANO TERCERO. — Dice que por consideración a Bruto le vemos en nuestra presencia.

      CIUDADANO CUARTO — ¡Lo mejor sería que no hablase aquí mal de Bruto!

      CIUDADANO PRIMERO. — ¡Este César era un tirano!

      CIUDADANO TERCERO. — Sin duda alguna, y es una bendición para nosotros que Roma se haya librado de él.

      CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Silencio! ¡Escuchemos lo que Antonio diga!

      ANTONIO. — ¡Amables romanos!...

      CIUDADANO. — ¡Eh, silencio! ¡Oigámosle!

      ANTONIO. — ¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención! ¡Vengo a inhumar a César, no a ensalzarle! ¡El mal que hacen los hombres les sobrevive! ¡El bien queda frecuentemente sepultado con sus huesos! ¡Sea así con César! El noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si lo fue, era la suya una falta, y gravemente lo ha pagado. Con la venía de Bruto y los demás —pues Bruto es un hombre honrado, como son todos ellos, hombres todos honrados— vengo a hablar en el funeral de César. Era mi amigo, para mí leal y sincero, pero Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Infinitos cautivos trajo a Roma, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Parecía esto ambición en César? Siempre que los pobres dejaran oír su voz lastimera, César lloraba. ¡La ambición debería ser de una sustancia más dura! No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Todos visteis que en las Lupercales le presenté tres veces una corona real, y la rechazó tres veces. ¿Era esto ambición? No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y, ciertamente, es un hombre honrado. ¡No hablo para desaprobar lo que Bruto habló! ¡Pero estoy aquí para decir lo que sé! Todos le amasteis alguna vez, y no sin causa. ¿Qué razón, entonces, os detiene ahora para no llevarle luto? ¡Oh raciocinio! ¡Has ido a buscar asilo en los irracionales, pues los hombres han perdido la razón! ¡Toleradme! ¡Mí corazón está ahí, en ese féretro, con César, y he de detenerme hasta que torne a mí...

      CIUDADANO PRIMERO. — Pienso que tiene mucha razón en lo que dice.

      CIUDADANO SEGUNDO. — Si lo consideras detenidamente, se ha cometido con César una gran injusticia.

      CIUDADANO CUARTO. — ¿Habéis notado sus palabras? No quiso aceptar la corona. Luego es cierto que no era ambicioso.

      CIUDADANO PRIMERO. — ¡Si resulta, les pesará a algunos!

      CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Pobre alma! ¡Tiene enrojecidos los ojos por el fuego de las lágrimas!

      CIUDADANO TERCERO. — ¡En Roma no existe un hombre más noble que Antonio!

      CIUDADANO CUARTO. — Observémosle ahora. Va a hablar de nuevo.

      ANTONIO. — ¡Ayer todavía, la palabra de César hubiera podido hacer frente al universo! ¡Ahora yace ahí, y nadie hay tan humilde que le reverencie! ¡Oh señores! Si estuviera dispuesto a excitar al motín y a la cólera a vuestras mentes y corazones, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres honrados. ¡No quiero ser injusto con ellos! ¡Prefiero serlo con el muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honrados! pero he aquí un pergamino con el sello de César. Lo hallé en su. gabinete y es su testamento. ¡Oiga el pueblo su voluntad —aunque, con vuestro permiso, no me propongo leerlo— e irá a besar las heridas de César muerto y a empapar sus pañuelos en su sagrada , sangre! ¡Sí! ¡Reclamará un cabello suyo como reliquia, y al morir lo transmitirá por testamento como un rico legado a su posteridad!

      CIUDADANO CUARTO. — ¡Queremos conocer el testamento! ¡Leedlo, Marco Antonio! ,

      TODOS. — ¡El testamento! ¡El testamento! ¡Queremos oír el testamento de César!

      ANTONIO. — ¡Sed pacientes, amables amigos! ¡No debo leerlo! ¡No es conveniente que sepáis hasta qué extremo os amó César! Pues siendo hombres y no leños ni piedras, ¡sino hombres!, al oír el testamento de César os enfureceríais llenos de desesperación. Así, no es bueno haceros saber que os instituye sus herederos, pues si lo supierais, ¡oh!, ¿qué no habría de acontecer?

      CIUDADANO CUABTO. — ¡Leed el testamento, queremos oírlo! ¡Es preciso que nos leáis el testamento! ¡El testamento!

      ANTONIO. — ¿Tendréis paciencia? ¿Permaneceréis un. momento en calma? He ido demasiado lejos al deciros esto. Temo agraviar a los honrados hombres cuyos puñales traspasaron a César. ¡Lo temo!

      CIUDADANO CUARTO. —»¡Son unos traidores! ¡Hombres honrados!

      TODOS. — ¡Su última voluntad! ¡El testamento!

      ANTONIO. — ¿Queréis obligarme entonces a leer el testamento? Pues bien: formad círculo en torno del cadáver de César y dejadme enseñaros al que hizo el testamento. ¿Descenderé? ¿Me dais vuestro permiso?

      TODOS. — ¡Bajad!

      CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Descended!

      (ANTONIO desciende de la tribuna.)

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