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gracias al profesor Barbosa y a la acogida que me brindaron los colegas del Instituto José María Luis Mora, de la UAM-Iztapalapa y del Cinvestav. Destaco especialmente la hospitalidad de Verónica Zárate Toscano y Eugenia Roldán Vera. También agradezco el encuentro con la profesora Flora Elena Sánchez Arreola del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

      Aunque visité varios archivos, destaco la acogedora sala de lectura de la biblioteca del Instituto Mora. Además, conté con muy diversos apoyos documentales, algunos excepcionales, como los de Juan David Murillo y Ana María Stuven, en Chile; Fabio Wasserman, en Argentina; Cecilia Noriega Elío, en México; y aprecio la asistencia de investigación de Jeimy Paola Prieto, en archivos y bibliotecas de Bogotá.

      Fue un hecho muy afortunado haber conocido a Guadalupe Noriega Elío y su familia esparcida por la delegación de Coyoacán.

      Algunas modificaciones importantes de esta versión provienen de diálogos fructíferos con los estudiantes del “Seminario permanente en historia intelectual”, que imparto en la Universidad del Valle.

      Introducción

      La formación del lenguaje político de la república

      ¿De qué se trata la muy relativa novedad que nos interesa acoger? Una de las vertientes de esa nueva historia intelectual propone el estudio de los textos, de los discursos y sus condiciones de enunciación, lo que va más allá de la mirada embelesada sobre ciertos autores y ciertas obras. Entre los historiadores de la llamada Escuela de Cambridge y determinados aportes de Michel Foucault, ha ido desbrozándose una perspectiva de análisis que permite pensar en conjuntos de textos (Foucault hablará de enunciados) en los que buscamos regularidades discursivas significativas que nos permitan hablar de tendencias y permanencias en las formas y contenidos de un variado espectro de géneros discursivos.

      Pues bien, hemos partido de suponer que, en la América española, entre el fin del siglo XVIII y los primeros decenios del siguiente, fueron reuniéndose unas condiciones enunciativas que saltaron con prominencia en la vida pública luego de la crisis de la monarquía española y de las tentativas de instauración de regímenes políticos republicanos en las antiguas posesiones americanas. A pesar de las disimetrías del proceso de las independencias o, quizás mejor, gracias a la pluralidad de trayectos que fueron perfilando una tendencia de solución casi definitiva en el decenio de 1820, considero que hubo unas condiciones de enunciación atemperadas por tres factores:

      1) El uso cada vez más sistemático del taller de imprenta como lugar de producción y circulación de la opinión de manera cotidiana. La expansión del taller de imprenta fue imponiendo un ritmo de comunicación y forjó, además, unos vínculos de sociabilidad entre aquellos individuos que con alguna pertinacia iban a dedicarse al moldeamiento de la opinión pública y a la consolidación de comunidades de gente letrada dispuesta a escribir y a leer con alguna regularidad.

      2) La expansión del periódico como medio de comunicación más o menos rápido y reiterativo. Hubo una mezcla de deslumbramiento y convicción acerca de las posibilidades expansivas tanto del periódico como de las demás hojas sueltas que podían provocar conversaciones, no siempre apacibles, a distancias insospechadas. La comunicación impresa periódica fue, sin duda, un aliciente para establecer deliberaciones que podían prolongarse en forma de coyunturas de enfrentamiento de opiniones entre un personal político letrado.

      3) La presencia de un personal letrado dotado de la elocuencia, de los atributos retóricos y, sobre todo, de la urgencia de cumplir una labor tutora y persuasora, sobre todo en la encrucijada del cambio revolucionario. Estos individuos heredaron un repertorio argumentativo vinculado a viejas costumbres lectoras y a la tradición periodística europea de donde provinieron muchos de sus modelos de comunicación en el formato de los periódicos. Todo esto fue haciendo amalgama y permitió la emergencia de unas formas de hablar y de tratar de ejercer influencia en el espacio público de opinión. Así se forjó un lenguaje político propio del ritmo de existencia del sistema republicano y, quizás principalmente, así fue anunciándose un modelo de deliberación cotidiana, mediante impresos, que contribuyó a darle firmeza a ese sistema político.

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