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      Contenido

       Prólogo

       PARTE 1

       El camino a la prosperidad

        La lección del mal

        El mundo es un reflejo de los estados mentales

        Cómo salir de condiciones indeseables

        El silencioso poder del pensamiento: controlando y dirigiendo nuestras fuerzas

        El secreto de la salud, el éxito y el poder

        El secreto de la abundante felicidad

        La realización de la prosperidad PARTE 2 El camino de la paz

        El poder de la meditación

        Los dos amos: el ego y la verdad

        La adquisición del poder espiritual

        La adquisición del amor divino

        Entrando en el infinito

        Santos, sabios y salvadores: la Ley del Servicio

        La realización de la paz perfecta

      Prólogo

      Miré al mundo a mi alrededor y vi que estaba ensombrecido por el dolor y devastado por los fieros fuegos del sufrimiento. Y busqué la causa. Volví a mirar, pero no logré hallarla; la busqué en libros y tampoco la hallé; luego, busqué dentro de mí y encontré tanto la causa como su razón de ser. Miré de nuevo con mayor profundidad y hallé el remedio.

      Encontré una ley, la Ley del Amor; una vida, la vida de adaptación a esa ley; una verdad, la verdad de una mente conquistada y un corazón tranquilo y obediente. Y soñé con escribir un libro que ayudara a hombres y mujeres —ya fueran ricos o pobres, educados o faltos de conocimiento, materialistas o espirituales— a encontrar dentro de sí mismos la fuente de todo éxito, de toda felicidad, de todo logro, de toda verdad. Y este sueño permaneció conmigo y por fin tomó forma; ahora, lo envío hacia el mundo en su misión de sanar y bendecir, sabiendo que llegará a los hogares y corazones de aquellos que están listos para recibirlo.

      —James Allen

      PARTE 1

      El camino a la

      prosperidad

      Capítulo 1

      La lección del mal

      El malestar, el dolor y la pena son las sombras de la vida. No hay un solo corazón en todo el mundo que no haya sentido el aguijón del dolor; ninguna mente se ha librado de caer en las oscuras aguas de la preocupación; no han habido ojos que no hayan derramado ardientes y cegadoras lágrimas de indescriptible angustia.

      No hay un hogar donde los grandes destructores de la enfermedad y la muerte no hayan entrado separando los corazones y cubriendo todo con el oscuro lienzo de la pena. Todos están atrapados, en mayor o menor grado, en las fuertes y aparentemente indestructibles redes del mal; el dolor, la infelicidad y la desgracia asechan a la humanidad.

      Con el objetivo de escapar, o de mitigar de algún modo este sombrío decaimiento, hombres y mujeres se apresuran ciegamente por innumerables caminos que han de llevarlos hacia una supuesta felicidad duradera.

      Esa es la razón por la que hay quienes caen en los vicios del alcohol, el cigarrillo o cualquier otro tipo de droga legal que mitigan de manera falsa las penas de este mundo; otros se rodean de lujos superfluos y sedientos de riquezas o fama, dedican su vida entera a la adquisición exclusiva de lo material, sin importarles cómo obtenerlo; también hay quienes buscan consuelo en las prácticas de ritos esotéricos y ocultos.

      Y es así como a todos parece llegarles la felicidad buscada y, por un tiempo, sus almas se sienten arrulladas en medio de una dulce seguridad, sumergiéndose en un olvido embriagante de la existencia del mal hasta que les llega el día de alguna enfermedad o una gran pena, tentación o desgracia que penetra de repente en su interior débil logrando que la estructura de su imaginada felicidad se rompa en mil pedazos.

      De modo que, sobre la cabeza de cada alegría personal cuelga la espada de dolor de Damocles, lista en cualquier momento a caer y aplastar el alma de quien no está protegido por el conocimiento.

      El niño llora porque quiere ser adulto; los adultos suspiran por la felicidad perdida de la infancia; el pobre se impacienta bajo las cadenas de la pobreza que lo atan, mientras que, con frecuencia, el rico y poderoso vive temiendo la pobreza o recorre el mundo entero en busca de esa utopía tan difícil de alcanzar llamada felicidad.

      A veces, el alma siente que ha encontrado la seguridad de una paz y una felicidad constante al adherirse a alguna religión, al adoptar una filosofía o al perseguir determinado ideal intelectual o artístico; sin embargo, ciertas tentaciones abrumadoras se van encargando de demostrarle que la religión es inadecuada o insuficiente; que la filosofía teórica resulta siendo un apoyo inútil y que ese sueño idealista en el cual ha trabajado tantos años es susceptible de desmoronarse con facilidad ante sus pies.

      ¿No hay, pues, manera de escapar del dolor y la pena? ¿No hay medios para romper las ataduras del mal? ¿Son acaso un tonto sueño la felicidad permanente, la prosperidad segura y la paz duradera?

      No, en realidad sí existe un camino —y lo digo con alegría— mediante el cual el mal puede ser exterminado para siempre; hay un proceso mediante el cual ahuyentar de por vida la enfermedad, la pobreza o cualquier condición adversa; hay un método con el cual asegurar una prosperidad permanente, libre del miedo de que la adversidad regrese; existe una práctica mediante la cual es posible alcanzar y compartir una paz y una dicha continuas e infinitas.

      Y el principio del camino que lleva a esta comprensión gloriosa es la adquisición de un entendimiento correcto de la verdadera naturaleza del mal. No es suficiente con negarlo o ignorarlo, sino que también es necesario entender de qué se trata. No basta con orar para que Dios lo elimine; tú debes averiguar por qué está ahí y cuál es la lección que quiere darte.

      No tiene caso que te preocupes, ni te enfurezcas, ni te impacientes contra las cadenas que te atan; lo que necesitas es saber cómo y por qué estás atado. Por tanto, amigo lector, debes salir de ti mismo y comenzar a examinarte y

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