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deja de hacer lo que está haciendo y me clava la mirada, así que digo lo primero que me pasa por la cabeza.

      —Tener un solo padre es una mierda.

      Parpadeo y, por su expresión, me doy cuenta de que está tan sorprendido como yo por lo que acabo de decir. ¿En serio? ¿Eso es lo único que se me ha ocurrido decir? ¿Qué ha pasado con la táctica evasiva?

      Jordan vuelve la mirada hacia el neumático.

      —Sí... lo sé. ¿Tus padres están divorciados? —pregunta.

      —Sí.

      Es una mentira demasiado fácil y obvia como para no aprovecharla, pero mentir a Jordan después de lo que me acaba de contar hace que me sienta mal. Por eso intento revelarle parte de la verdad.

      —Mi padre hace años que no vive con nosotras... Desde que yo tenía seis.

      —Eso es mucho tiempo —recupera su tono de voz medido, pero su mirada está llena de una tristeza muy profunda.

      —¿Sigues echándolo de menos? —pregunta.

      Y me deja sin aliento.

      —Sí —respondo con suavidad—. Todos los días.

      Jordan termina de ajustar el neumático de repuesto y baja el coche con el gato. Pasan algunos segundos hasta que por fin habla de nuevo.

      —¿Se vuelve más fácil? —pregunta con interés.

      Pienso en ello un momento. Sinceramente, no recuerdo mucho de la época en la que mi padre vivía con nosotras, así que me resulta difícil decidirlo. Sin embargo, sí me acuerdo de las primeras visitas a Polunsky, cuando yo todavía tenía la esperanza de que quizá una semana, un mes, un año más tarde, o en algún momento, dejaría de sentirme tan triste cuando me despidiera de él.

      Ese día no ha llegado. Aún siento que un trozo de mí se queda en Polunsky cada vez que salgo de allí. Es como si una parte de mí estuviera en prisión con él.

      —No, aún no —respondo, por fin, de la única manera que me parece sincera.

      Jordan se pone en pie y recoge el gato.

      —Listo. Prueba superada, pero creo que me debes ese té dulce que has mencionado —habla medio en broma, pero me estudia con atención.

      La idea de que quiera volverme a ver hace que me tiemblen las piernas.

      —Me parece justo —confirmo con una sonrisa tímida mientras cierro el maletero.

      Jordan se saca un papel del bolsillo, escribe algo y luego se pone a mi lado.

      —Conduce con cuidado. El neumático de repuesto es como los otros tres, así que no tendrás problemas, pero deberías arreglar o cambiar el pinchado.

      Me pone el papel en la palma de la mano.

      —Por si lo de los pinchazos se convierte en un hábito.

      Siento que me invade un calor tibio cuando veo un número de teléfono escrito con trazos grandes en tinta negra.

      —Gracias, Jordan.

      —¿Por qué esta foto es tan vieja?

      Escucho la voz de Matthew detrás de mí, y cuando me vuelvo me lo encuentro en mi coche sentado en el sitio del pasajero. La puerta se abre y ahogo un grito cuando veo que lleva en la mano la foto de mi padre.

      Corro hacia él, le arranco la foto y la guardo en la guantera antes de que Jordan pueda verla. Cuando me incorporo, ambos me están mirando sorprendidos.

      —Perdón, yo...

      —No —me interrumpe Jordan antes de que pueda añadir nada más—. Te pido disculpas porque Matthew estaba fisgoneando en tu coche.

      —¡Yo no estaba fisgoneando! —grita Matthew.

      Cuando bajo la vista para mirarlo, veo que se restriega los ojos, parece muy cansado.

      —Lo sé. —Me pongo en cuclillas frente a él—. No te preocupes. Gracias a los dos por vuestra ayuda.

      Levanto la mirada hacia Jordan y espero que no piense que soy una friki total después de semejante numerito.

      —Me lo he pasado muy bien hoy —añado.

      Matthew asiente, serio, y se vuelve hacia Jordan.

      —¿Ya hemos terminado de ser caballeros? —pregunta a punto de ponerse a llorar.

      —Me parece que sí. —Jordan señala su coche—. Súbete y ponte el cinturón.

      Jordan y yo nos quedamos de pie, solos. Me siento incómoda y avergonzada, pero él parece haberse recuperado.

      —Perdón, es que...

      —En serio, Riley, no tienes que explicarme nada.

      Se acerca a mí y me apoya una mano en el hombro solo un instante, pero el tiempo suficiente para que ese gesto me haga sentir mariposas por todo el cuerpo. Luego saca la cartera y me enseña la foto de una mujer latina muy hermosa que tiene los hoyuelos de Matthew y el pelo de Jordan.

      —De todas las personas del mundo que pueden entender por qué llevas una foto de tu padre escondida en el coche, ¿no crees que yo puedo ser una de ellas?

      No puedo contarle que mis motivos son distintos a los suyos, pero tampoco quiero mentirle. No después de que haya compartido conmigo algo tan especial para él. O puede que sí se trate de lo mismo. De que ambos amamos y extrañamos a unos padres con los que no podemos estar. ¿Por qué no podría ser así de simple?

      Me limito a suspirar.

      —Gracias —contesto por fin.

      —Que tenga una buena semana, señorita.

      Jordan baja el ala de un sombrero imaginario mientras se dirige a su coche, y mi sonrisa, tímida al principio, se transforma en una radiante.

      Matthew me saluda desde el asiento trasero a medida que se alejan. Yo lo saludo de vuelta, sorprendida porque pasar una tarde con un chico al que apenas conozco haya podido dejarme tan impresionada.

      5

      LA SALA DE AUDIENCIAS HUELE A SUDOR Y A MIEDO. Los asistentes se mueven, incómodos, en los asientos. No se miran mucho unos a otros, sino que nos miran más que nada a nosotras: nos observan sin ningún disimulo. Me aferro a la mano de mi madre y evito las miradas, pero no puedo dejar de pensar que ojalá pudiéramos lidiar con el día de hoy nosotras solas, sin la compañía de cien desconocidos hostiles.

      Por más que odie su actitud, la entiendo perfectamente. Se sienten fascinados y asustados a la vez por mi padre y su familia. En esta pantomima, somos el monstruo del circo. Quizá debería haberme preparado mejor para entretenerlos, pero no es así. En todas las audiencias trato de aparentar máxima normalidad con la esperanza de aburrirlos tanto que acaben olvidándome. Me pongo unas gafas de sol grandes incluso para estar dentro, no llevo pendientes ni accesorios, y el pelo, oscuro y lacio, me lo ato en una coleta baja. Si tuviera ropa que me mimetizara con el banco de madera en el que estoy sentada, probablemente la usaría.

      No puedo ni siquiera mirar a las personas al otro lado del pasillo. Los desconocidos nos miran de un modo muy desagradable; los familiares de las víctimas, con un odio total. Me dan pena. De verdad que me encantaría que pudieran encontrar la justicia que creen haber conseguido, pero no aquí. Aquí nunca he visto justicia.

      De algún modo, somos parecidos. Nos une un desconocido que cometió unos actos de violencia sin sentido. Pensé que las familias de las víctimas desaparecerían cuando mi padre fue declarado culpable, pero menuda ingenuidad por mi parte... Vienen a todas las audiencias y apelaciones, como nosotras. Nadie, en ninguno de los dos bandos, ha podido seguir adelante.

      Nos han dicho que tenemos que permanecer sentadas en silencio, pase lo que pase. Y hemos cumplido con nuestro deber en cada ocasión. Es casi como si nos tuvieran

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