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pronto, sonríe.

      —Creo que puedo ayudarte con eso. Quédate aquí, enseguida volvemos —me dice.

      Antes de que pueda responder, levanta a Matthew y lo carga como si fuera una bolsa de patatas. Mientras Jordan corre por el aparcamiento, el pequeño se ríe y grita: «¡Ah!». Cada vez que Jordan apoya un pie en el suelo, la voz de Matthew gana intensidad. «Ah. Aaah. Aaah. Aaah. Aaah. Aaah.»

      Los observo y no puedo evitar reírme con ganas. Se suben a un Honda azul y conducen por el aparcamiento hasta que llegan a mi coche.

      Cuando Jordan se baja, Matthew lo sigue como si fuera su sombra en miniatura.

      Jordan vacila, pero luego baja la vista hacia Matthew.

      —Puedes jugar alrededor de estos dos coches o dentro del mío. En ningún otro lado, ¿entendido?

      Matthew asiente y juega con el camión plateado sobre el parachoques de Jordan.

      Jordan viene hacia mí y extiende una mano para ayudarme a bajar del maletero.

      —Gracias —digo en voz baja.

      Me encantaría que nuestro encuentro hubiera terminado con Jordan recordándome como la chica tan simpática que acaba de conocer, y no como la indefensa que ni siquiera es capaz de reparar un pinchazo en una rueda.

      Me aprieta la mano cuando me incorporo, luego la suelta y abre su maletero. Coge el gato mientras yo comienzo a sacar el neumático de repuesto. Me ayuda a levantarlo.

      —Puedo encargarme yo si tenéis que iros.

      Intento darle una excusa para salir del apuro y extiendo una mano para coger el gato, pero lo cierto es que no tengo ni idea de cómo cambiar el neumático; a mi padre no le dio tiempo a enseñarme. Por otro lado, si Jordan me deja el suyo, no lo tendrá el día que lo necesite.

      Por suerte, ya está negando con la cabeza.

      —Déjame ayudarte. Preferiría no decepcionar a nuestros padres, ni su sueño de que un día Matthew y yo nos convirtamos en unos perfectos caballeros sureños.

      —Un objetivo muy noble.

      Se encoge de hombros mientras coloca el gato.

      —Es bueno tener sueños —dice.

      —Supongo que sí.

      Esta vez no se me ocurre nada ingenioso que responder. Así que me limito a sentarme al lado del coche y a observar a Jordan para saber qué hacer la próxima vez que pinche.

      Él frunce el ceño cuando ve lo mucho que se me han ensuciado los pantalones cortos.

      —Puedes esperar en tu coche o entrar en el centro comercial mientras hago esto.

      —Ni loca. Tal vez no sea la perfecta dama sureña, pero hasta yo sé que no debo dejar al chico que me está ayudando en una noche calurosa de verano para irme a esperar dentro del edificio con aire acondicionado.

      Busco en mi bolso.

      —Pero me encantaría tener té dulce o algo plano y grande para crear un abanico —añado.

      Jordan se ríe y termina de subir el gato lo suficiente como para levantar el coche y poder retirar el neumático pinchado.

      —Creía que las chicas solo hacían eso en películas antiguas como Lo que el viento se llevó.

      —Tal vez las chicas que conoces tú sean más capaces y no necesiten fingir.

      Jordan entorna los ojos y me mira.

      —O puede que sean menos creativas.

      —No lo creo.

      Me sorprende lo cómodo que me resulta charlar con él.

      —Entonces, si no puedo abanicarte, tendré que entretenerte con una conversación ingeniosa —añado.

      —No sé por qué me da que eres buena en eso.

      Levanta la vista hacia mí y una ola de placer me recorre antes de contestar.

      —A ver, ahora ya sé que eres experto en coches en miniatura y experimentos científicos, que, al parecer, sabes cambiar un neumático y que de momento te sientes orgulloso de ser un caballero.

      Jordan no vacila lo más mínimo mientras va quitando tuercas.

      —Suena correcto —afirma.

      Matthew se nos acerca, tiene el cabello apelmazado por el sudor.

      —¿Podemos irnos a casa ya? —pregunta.

      Jordan se detiene y lo mira.

      —¿Te acuerdas de esas cosas que hacen los caballeros?

      La mirada de Matthew va de mí a Jordan, y finalmente se detiene en el neumático. Suspira.

      —Esta es una de esas cosas, ¿no? —dice.

      —Sip.

      Matthew se va arrastrando los pies; no podría estar más aburrido.

      —Lo siento. Puedo intentar... —digo.

      —Perdona, pero no te escucho, esta llave chirría muy fuerte.

      Hace un gesto con una mano como diciendo que no puede hacer nada al respecto. La llave no hace prácticamente ningún ruido.

      Pongo los ojos en blanco.

      —Vale.

      —Buena respuesta. De todos modos, no tiene sentido que discutamos. Soy un genio de la ciencia, ¿recuerdas?

      —No recuerdo haber dicho genio en ningún momento —digo, y frunzo el ceño como si estuviera confundida.

      —Qué raro... —Jordan me mira con inocencia—. Estoy seguro de que te he oído decirlo.

      —Bueno, entonces, retomemos mi conversación ingeniosa. ¿Qué otra cosa debería saber de ti? —pregunto, y apoyo la cabeza en el coche—. ¿Hay algo más que tu madre quiere que seas? ¿El primer mecánico barra niñero barra investigador de coches de juguete, quizá?

      De pronto, Jordan se queda quieto. Cuando me inclino hacia él continúa con el neumático, pero no responde y tiene una clara expresión de sufrimiento en la cara. Cómo no, me las he arreglado para herir al único proyecto de amigo que he encontrado en todo el año.

      —Dis... discúlpame... —empiezo a decir.

      —No.

      Niega con la cabeza y sonríe con casi la misma intensidad de antes. Quita la última tuerca y se incorpora.

      —No tienes por qué pedirme disculpas, Riley.

      Me incorporo y lo ayudo a sacar el neumático en un silencio incómodo. No estoy segura de qué he dicho para herirlo, pero estoy decidida a no repetir ese error.

      Jordan y yo colocamos el neumático de repuesto antes de que él se vuelva hacia mí.

      —Te has quedado callada y eso no me gusta.

      Se aparta el pelo negro de la cara y mira por encima del hombro para asegurarse de que Matthew no puede oírlo.

      —Nuestra madre murió hace unos meses en un accidente de coche. Pensar en ella duele, eso es todo.

      Se me cae el alma a los pies y me siento horrible.

      —Ay, Jordan, lo siento tanto... —digo.

      —Gracias —asiente él—. A partir de ahora, para asegurarme de que no te he asustado, prométeme que hablarás todo el rato hasta que termine de colocar el neumático.

      —Menuda petición... En realidad no soy demasiado habladora.

      —Tendrás que intentarlo —dice Jordan sonriendo.

      Entonces se pone en cuclillas para ajustar las tuercas de nuevo.

      —De

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