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sino que ninguna de las relaciones tiene siempre prioridad. Cada cual puede buscar su propio nivel y no se da por hecho que las nuevas relaciones tengan que subordinarse forzosamente. Hablaremos de esto en el capítulo 13.

      Cada grupo tiene diferentes expectativas respecto a los acuerdos y las normas. Algunas relaciones poliamorosas se basan en normas, con instrucciones detalladas sobre las conductas, incluida la sexual, entre los diferentes miembros de la relación. Otras no imponen normas a sus miembros. Algunas incluyen el «derecho a veto» que permite que una persona le pueda decir a otra que termine su relación con una tercera persona... aunque como comentamos en el capítulo 12, puede ser complicado implementar esos acuerdos y peligroso llevarlos a la práctica. Otras relaciones no tienen normas respecto al veto, prefiriendo la negociación y el diálogo en su lugar. Hablaremos de algunas estructuras poliamorosas comunes, con sus ventajas y errores comunes, en la Parte 3.

      Enfrentándose a las creencias habituales sobre el sexo

      El poliamor da por hechas pocas cosas respecto a las conexiones sexuales. En la monogamia, con quien tenemos una relación romántica y con quien tenemos relaciones sexuales es, casi por definición, la misma persona. La intimidad emocional y la física están tan entrelazadas que algunos libros de autoayuda hablan de «infidelidad emocional» y animan a las parejas casadas a prohibirse mutuamente tener demasiada cercanía con sus amistades. En consultorios en prensa y televisión nos hablan del peligro que las «aventuras emocionales» suponen para el matrimonio monógamo y preguntan: «¿Es peor la infidelidad emocional que la infidelidad sexual?». La monogamia puede dejar sorprendentemente poco espacio para las amistades cercanas, y mucho menos para los romances no sexuales. Tu amistad más cercana y tu pareja sexual se presupone que ha de ser la misma persona. Esto crea problemas cuando los miembros de la relación ya no sienten atracción sexual mutua o tienen necesidades sexuales muy diferentes. Esto también crea problemas para quienes se identifican como asexuales. Si se espera que nuestra pareja romántica sea también nuestra única pareja sexual, ¿qué sucede cuando no hay compatibilidad sexual? ¿Qué hacemos cuándo una persona no desea o no puede tener sexo con la otra persona? En casos como este, la monogamia tiene un problema. En esa situación parece absurdo decirle a la otra persona: «Te prohíbo que cubras tus necesidades sexuales con otra persona y yo no voy a cubrir tus necesidades sexuales», pero eso es exactamente lo que sucede. La persona cuyas necesidades sexuales no se cubren tiene que elegir: presionar, coaccionar, las infidelidades a escondidas o el celibato.

      Incluso cuando una buena relación monógama no es sexual por mutuo acuerdo, es tratada de manera despectiva, cuando no con burla. «¿Tu esposa y tú no habéis tenido sexo desde hace dos años? Oh, lo siento mucho. Debe ser terrible ¿Qué problema tenéis?».

      Una de las ventajas del poliamor es que no significa que tengas que poner todas tus expectativas sexuales en una sola persona. Eso permite cambios que serían una amenaza en muchas relaciones monógamas. Una relación afectiva abierta, emocionalmente satisfactoria y profundamente comprometida entre dos personas que son, o se han convertido, en sexualmente incompatibles, puede crecer sin necesidad de que esas dos personas estén sexualmente frustradas el resto de su vida.

      De todos modos, las necesidades no son necesariamente transitivas. Lo que necesitas en una relación no te lo va a dar necesariamente otra persona. No estamos diciendo que el poliamor sea una solución sencilla para las relaciones en las que hay un deseo desigual o no existe. Para alguna gente, la sexualidad es la expresión del romance y el amor; esas personas pueden necesitar tener sexo con todas sus relaciones románticas, y si esa expresión sexual no está presente, puede dañar la relación.

      Muchas personas poliamorosas, entre quienes nos incluimos, tienen relaciones románticas muy profundas en las que la sexualidad juega un papel muy limitado o ninguno en absoluto. También hemos hablado con personas que se autoidentifican como asexuales a quienes les atrae el poliamor porque les permite formar vínculos afectivos e íntimos sin el miedo a estar privando a las personas con quienes tienen una relación de la oportunidad de tener una feliz vida sexual.

      LA HISTORIA DE EVE

      Peter y yo habíamos sido pareja durante diez años cuando decidimos casarnos. El día de nuestra boda hacía un año y medio, aproximadamente, que no habíamos tenido sexo.

      Comenzamos nuestra relación como la mayoría de las parejas, calientes todo el tiempo, experimentando y teniendo sexo como conejos. Y como muchas parejas, nuestra vida sexual fue declinando con el tiempo, aunque en nuestro caso quizá declinó más rápido de lo habitual, debido al estrés, a mi pobre imagen corporal, la medicación que estaba tomando y varias separaciones largas debidas a mis estudios de posgrado. Fue, de hecho, la necesidad de más variedad sexual –y más sexo– lo que motivó que, inicialmente, eligiéramos explorar primero el swinging y más tarde el poliamor.

      Cuando comenzamos nuestra relación Ray y yo, mi vida sexual con Peter mejoró dramáticamente durante un tiempo, para hundirse de nuevo. Después de que él hubiese estado con Clio y Gwen durante un año, finalmente nos sentamos y tuvimos La Conversación. Me había dado cuenta de que ya no sentía interés sexual por Peter ni lo había tenido desde hacía tiempo. La culpa por no ser capaz de darle los momentos de intimidad que yo pensaba que él se merecía, y su frustración cuando yo rechazaba sus avances, fue demasiado para mí. Si queríamos seguir como pareja, yo necesitaba el reconocimiento formal y mutuo de que el componente sexual de nuestra relación se había terminado. Me había dado cuenta, le dije, de que él podría no querer seguir siendo mi pareja y que yo aceptaría su decisión.

      Esa conversación nos hirió, a él y a mí. Peter necesitó tomarse un tiempo para pensar sobre mi propuesta. Al final, volvió y me dijo que todavía quería seguir siendo mi pareja. La transición no fue fácil, pero fue mucho más fácil que intentar mantener o revivir una relación sexual que ya no funcionaba, o que yo intentara seguir cargando con la culpa de no estar dando lo que pensaba que Peter se merecía. En definitiva, la conversación no inició realmente ningún cambio: hizo que lo que ya estaba sucediendo se hiciese visible y consensuado. Fue despuésde ese acuerdo cuando decidimos casarnos.

      Para aceptar su nuevo acuerdo y fraguar una relación que era de cariño, de apoyo mutuo y feliz, Eve y Peter tuvieron que hacer frente a una serie de creencias tóxicas muy arraigadas sobre el sexo y las relaciones:

      • Que le debes sexo a la persona con quien tienes una relación.

      • El deseo sexual es algo que puede ser ofrecido o denegado.

      • La falta de deseo sexual es, como mínimo, señal de que algo malo está pasando en la relación. En el peor de los casos, algo hecho con mala intención.

      El deseo no tiene un botón de encendido. No importa lo mucho que te pueda importar alguien, no importa lo mucho que desees cubrir sus necesidades, si el deseo sexual no está presente, no está presente. Sí, alguna gente puede trabajar sobre ello, y muchas diadas pueden atravesar momentos de escaso deseo, pero muchas no pueden y no pasa nada. A veces no te apetece, y a veces no deseas a la persona a quien se supone que debes desear.

      Nunca debes tener la obligación de tener sexo cuando no es lo que deseas. No creemos que sea algo que debas hacer para salvar una relación, para demostrar cuánto te importa alguien o para cubrir cualquier otra necesidad que tengas, sea económica, emocional o social. No desear a alguien físicamente no significa que no la ames. O que quieras herirle. O que te pasa algo malo. No es siquiera señal de que no eres compatible con esa persona. Simplemente significa que, por la razón que sea, tu cuerpo no está respondiendo. Y si no te apetece, por favor, no lo hagas.

      Muchas relaciones profundamente amorosas a largo plazo terminan volviéndose platónicas. Cuando nos pusimos a buscar estadísticas, encontramos que entre el 20 y el 30 por ciento de las relaciones no tienen sexo o es muy escaso (sus miembros tienen sexo menos de diez veces al año). Cerca del 5% de los hombres casados menores de 40 años son completamente célibes; A los 50 años, se incrementa hasta un 20%, y ese porcentaje sigue creciendo con la edad.

      Encontramos estadísticas sobre los «matrimonios sin sexo» en prensa y libros

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