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de reestabilización interior adquiere una calma de piedra” (Fanon, 1968, p. 42).

      Que la masa de la población rural nunca ha dejado de pensar en el problema de su liberación, excepto en términos de violencia, en términos de retomar la tierra ocupada por los extranjeros, en términos de lucha nacional y de insurrección armada… Estos hombres descubren personas coherentes que continúan viviendo, por así decirlo, estáticamente, pero que mantienen intactos sus valores morales y su devoción nacional. Descubren un pueblo generoso, listo para sacrificarse por completo, gente impaciente, con un orgullo de piedra (Fanon, 1968, p. 101).

      Desventuras neocoloniales

      Fanon comprende este análisis y reconoce absolutamente el potencial único de las naciones recién independizadas en África y a lo largo del Tercer Mundo. Es menos comprensivo, sin embargo, con la tesis de la necesidad o inevitabilidad histórica, tesis esencial en el marxismo ortodoxo. Como lo explica en un artículo originalmente escrito para El Moudjahid, órgano oficial del Frente de Liberación Nacional argelino, “es rigurosamente cierto que la descolonización está avanzando, pero es rigurosamente falso pretender y creer que esta es fruto de una dialéctica objetiva, la cual más o menos, rápidamente asume la apariencia de un mecanismo absolutamente inevitable” (Fanon, 1967b, 170; énfasis del autor). En otras palabras, no se puede asumir inocentemente o contar con una descolonización, que es algo más que una independencia formal. Más bien, la descolonizacion debe verse como un desarrollo histórico meramente potencial, contingente, no necesario, por el cual luchan seres humanos comprometidos, quienes o crean un nuevo mundo para ellos mismos o permiten que el viejo se extienda hacia el futuro a base de pura inercia.

      Por supuesto, esto, más que cualquier otra cosa, es de lo que trata Los condenados de la tierra. Fanon reconoce que el colonialismo es sumamente resistente y que sus intenciones e instituciones pueden superar el momento antitético y anticolonial; reconoce que pueden superar independencias y reaparecer en el supuesto mundo postcolonial. Él también reconoce que a la praxis revolucionaria, fundadora de la lucha anticolonial, se le puede también petrificar, y que sus agentes se pueden volver serios con respecto a las intenciones y las instituciones en las que hayan trabajado.

      En la apariencia práctica de la acción exitosa, el momento de la (objetivación) se presenta a sí mismo como un fin necesario de la práctica dialéctica individual, que se sumerge en ella como su objeto y como la aparición de un nuevo momento. Y este nuevo momento (el de lo práctico-inerte o de la socialidad fundamental) vuelve a la dialéctica total y traslúcida de la praxis individual y la constituye como el primer momento de una dialéctica más completa. Esto significa que en cada praxis objetivada el campo de lo práctico-inerte se convierte en negación a favor de la actividad pasiva como una estructura común de colectivos y materia trabajada (Sartre, 2004, p. 319).

      En este notablemente denso pasaje, Sartre explica que el progreso dialéctico, el resultado de “acción exitosa”, produce “nuevos momentos” en una “dialéctica más compleja”, y que estos “nuevos momentos” desarrollan su propia inercia, una inercia que fundamentalmente fomenta “actividad pasiva”. Inesperadamente, esta “actividad pasiva” se caracteriza por el espíritu de seriedad, por una irresponsable y quietista separación de los sentidos e instituciones que constituyen estos “nuevos momentos” en el mundo; se caracteriza por la petrificación en el sentido fanoniano.

      Los condenados de la tierra aborda este fenómeno, entre otras cosas, y en ello Fanon identifica dos durables inercias que le contribuyen, las cuales amenazan el proyecto radical de una descolonización auténtica. Primero está la inercia de las intenciones y las instituciones coloniales que pueden superar la independencia formal y reaparecer, trágica e irónicamente, con un dramatis personae indígena. Y segundo está la inercia de las intenciones y las instituciones anticoloniales, cuya petrificación en el mundo supuestamente postcolonial conlleva un “hiper nacionalismo, al chauvinismo y finalmente al racismo” (Fanon, 1968, p. 125) La primera de estas dos inercias se ilustra en el siguiente pasaje, en donde Fanon discute la petrificación de la desigualdad económica colonial:

      La clase media nacional exige de manera constante la nacionalización de la economía y de los sectores correspondientes. Esto se debe a que, desde su punto de vista, la nacionalización no significa poner toda la economía al servicio de la nación y decidir satisfacer todas sus necesidades. Para ellos, nacionalización no significa gobernar el Estado con respecto a las nuevas relaciones sociales que se han dado y decidido alentar. Para ellos, la nacionalización simplemente significa la transferencia a manos de los nativos de esas ventajas injustas que son un legado del periodo colonial (Fanon, 1968, p. 112).

      Dicha forma de descolonización es tan solo una revocación, una aproximación a la descolonizacion profundamente limitada, incluso absolutamente quebrada. Al fin y al cabo, su medida de éxito no está basada en si “esas ventajas injustas… del periodo colonial” han sido eliminadas a favor de algo mejor —más justo, más eficiente—, pero sí en que hayan sido efectivamente reproducidas en un contexto postcolonial independiente. Fanon

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