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      Consideraciones

      ¿Por qué escribo este libro?

      Una pregunta aparentemente sencilla de contestar, habida cuenta de los muchos méritos que tiene el personaje central del mismo, pero si se toman en cuenta otros aspectos de la personalidad artística de Guillermo Buitrago, la pregunta ya no sería tan fácil en su respuesta.

      Existirían muchísimas razones y de distintos tipos, pero me animó escribirla, el deseo de reivindicar socialmente el nombre de alguien que ha sido, en muchísimas ocasiones, tomado como vicioso, alcohólico, irresponsable: como un tipo que hizo del trago y la parranda una especie de religión.

      Guillermo Buitrago no fue un vicioso, ni hizo de la parranda una religión, si bien no estuvo exento, como muchísimos otros artistas, inmersos en la barahúnda de la farándula, de compartir atenciones y festejas sus éxitos musicales. Lo mal que hizo, a lo más que llegó, dentro de ese «pecado» que le atribuyen, fue a participar de algunas parrandas, de algunos festejos en los cuales había alcohol, pero nunca se supo de su afición tipo de drogas, algo tan común y excusables en los artistas de esta época.

      Buitrago jamás fue el elemento que se quedaba tendido en el sardinel de una cantina o dormido en la mesa de un bar, presa del alcoholismo vicioso; tampoco incumplió contratos. Ni lo hizo ni sus amigos, que sentían por él verdadera devoción, lo hubieran consentido. A Buitrago le sobraban lechos donde dormir una juma.

      Era una persona popular que atendía algunas invitaciones y se tomaba sus tragos, pues tampoco era un santo, pero jamás incumplió un compromiso, jamás fue un tipo que dio un espectáculo grotesco por efecto del alcohol ni por nada, jamás fue una persona que tuvo un desplante, ni tuvo una situación de mal gusto en el aspecto social o artístico.

      Guillermo Buitrago ha sido víctima de la conspiración del silencio, del olvido y la indiferencia. Conspiración del silencio porque nadie se quiso ocupar de Buitrago durante los primeros treinta años de su muerte. El primer gran trabajo que se hizo sobre él lo realizó Álvaro Ruiz Hernández, en el año de 1979, a raíz del 30° aniversario de la muerte de Guillermo Buitrago cuando publicó unas crónicas en el Diario del Caribe tituladas “¿Qué se hizo la guitarra de Buitrago?”, y “Buitrago, el Gardel del Vallenato”. Las suyas fueron inquietudes que alborotaron un poco el cotarro, además de contagiar a otros investigadores, como el historiógrafo Julio Oñate Martínez, quien buscó afanosamente, con una actividad casi febril, la guitarra, hasta hallarla y realizar después una serie de programas. Pero, con todo y eso, han sido pocos los que se han ocupado de él, para rescatar su memoria del olvido. Otros, en cambio, siguieron tergiversando la vida de Buitrago, como lo habían hecho antes.

      Es necesario sacarlo del olvido y de la indiferencia, porque en los certámenes de importancia y en los centros de producción de la música por los que Buitrago luchó, a los que les abrió mercados nacionales e internacionales, a los que vistió de frac, no se le nombra o recuerda.

      No solo no le han hecho, como deberían hacerlo, un busto, una estatua a Guillermo Buitrago, en esos escenarios, en esos festivales, sino que ni siquiera lo mencionan, y por el contrario, quieren, en un vano intento, quitarle la gloria, restarle méritos a su talento, cuando dicen que unas tales y tales canciones no eran de Buitrago y que aparecen como de él. Jamás se ha ocupado en decir, por supuesto, que Buitrago compuso, sin ningún tipo de cuestionamiento, sin ninguna clase de duda, más de ciento veinte canciones. A Buitrago no le pueden atribuir las decisiones de las casas disqueras que, en razón de la importancia de su nombre, de firmar como suyas canciones de compositores amigos de Buitrago, a quienes él, al grabarles, los dio a conocer en el mundo musical de la naciente industria discográfica.

      Este libro pretende restablecer la verdad, además de ratificar la contribución de Buitrago a la música popular del país, en la que logró imponer un estilo: una marca inconfundible, además de ayudar a difundir la música de estar parte del país, de abrirle camino... Eso hizo Buitrago con la “música vallenata” que si hoy goza de los más altos índices, los más elevados niveles de producción, de venta y de difusión, deben al menos reconocer el mérito de quien fue sin discusión uno de los pioneros e indudablemente el primero en hacerla internacional y en sacarla de los baúles olvidados en las viejas chozas de los pueblos de más allá de las Sabanas del Diluvio, de todo ese Magdalena Viejo. Ese es uno de los méritos de Buitrago al difundir temas que, más de sesenta años después, perviven en los gustos de otras generaciones. Sin ese impulso inicial de Buitrago, omitido reiteradamente, quién sabe cuánto tiempo habría pasado para que se conociera la suerte de muchos de sus compositores.

      Este libro se hace para recordar los méritos de Buitrago y para que su nombre no siga borrado de la memoria colectiva de su gente.

      Presentación

      Joaquín Viloria De la Hoz

      Al cumplirse 100 años del natalicio de Guillermo Buitrago, la Universidad del Magdalena, con el apoyo del Centro Cultural del Banco de la República de Santa Marta, decidieron reeditar esta obra de Edgar Caballero Elías, publicada por primera vez hace más de dos décadas. Para esta reedición, Chichi Caballero revisó ese primer trabajo rico en información, pero carente de una rigurosa corrección de estilo (Samper Pizano, 2000). Este nuevo libro ha sido enriquecido no solo con información adicional, sino además con una escritura más limpia, fotografías poco conocidas y bibliografía actualizada.

      Guillermo Buitrago nació en Ciénaga, cuando esta ciudad estaba en pleno furor bananero bajo el monopolio de la multinacional estadounidense United Fruit Company - UFCo. En los inicios de la bonanza, en la primera década del siglo XX, muchas de las antiguas casas de Ciénaga fueron demolidas y remplazadas por unas construcciones de estilo republicano, bajo la dirección de un arquitecto norteamericano recomendado por la UFCo. Esas nuevas construcciones donde pasaron a vivir los terratenientes cienagueros y los comerciantes llegados de todas partes, configuraron el centro histórico de Ciénaga que varias décadas después sería declarado Monumento Nacional y Pueblo Patrimonio.

      Ciénaga fue el municipio de mayor población y dinámica comercial del departamento del Magdalena durante el siglo XIX y gran parte del XX. Las bonanzas tabacalera y bananera generaron un flujo migratorio desde las diferentes regiones colombianas, y también del exterior, hacia Ciénaga y toda la zona agrícola que se extendía desde esta población hasta Fundación (Viloria, 2009). Durante el boom bananero llegaron de la Guajira y la Mojana los padres de Gabriel García Márquez (1927-2014), del Tolima la familia de Leo Matiz (1917-1998) y de Antioquia el padre de Guillermo Buitrago (1920-1949), para solo citar a estos tres personajes. Pero también llegaron los españoles Ramón Vinyes, el Sabio catalán de Cien años de Soledad, y el comerciante Agapito Clavería, en cuya tienda trabajó Roberto Buitrago, el padre de Guillermo.

      La madre de Guillermo Buitrago fue la cienaguera Teresa Henríquez de la Hoz. Su familia paterna fueron judíos sefardíes que llegaron a Ciénaga a mediados del siglo XIX. En ese período, la subregión agrícola se abrió al mercado internacional, cuando algunos empresarios europeos y otros locales aprovecharon el fin del estanco del tabaco para iniciar los cultivos de la hoja. Uno de esos fue Jacob Henríquez de Pool, judío sefardí de padres curazaleños, quien conformó junto con otros empresarios una sociedad para cultivar tabaco y exportarlo a Alemania. Por su parte, la familia De la Hoz tenía una larga tradición en la subregión del Bajo Magdalena, en poblaciones como Sabanalarga, Soledad, El Piñón o Ciénaga, donde se destacaron algunos de sus miembros como médicos, ganaderos, comerciantes o telegrafistas. Ese fue el entorno familiar que encontró Guillermo al nacer: un padre antioqueño, comerciante como casi todos, quien abandonó a su familia costeña y se remontó de nuevo en tierras andinas. Una madre cienaguera que se hizo carga de toda la prole de sus siete pequeños hijos.

      Guillermo creció en una ciudad que era tanto el epicentro de la economía bananera, así como portadora de una tradición musical que se enriqueció con los aportes de las migraciones que pasaron por allí de tiempo atrás. Así, por ejemplo, la pequeña colonia cubana que se estableció

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