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son relatos sobre lo que ha ocurrido a lo largo de este tiempo, reflejan lo que somos y el país en el que estamos.

      El título seleccionado obedece a una reflexión hecha en una columna relativamente reciente a propósito de la manida frase que se esgrime para castrar cualquier indicio de discusión: “¡Respeta mis ideas!” se le grita al contrario.

      El filósofo español Fernando Savater arguye en contravía: expresa que las ideas tienen su razón de ser en la medida en que puedan ser debatidas, modificadas, cambiadas; por lo que confrontarlas, deliberarlas, es un imperativo de la inteligencia.

      Solo al fanático le cabe en la cabeza que las ideas son inmutables. Hay aquí un tono contestatario, un llevar la contraria que, a mi juicio, es una necesidad.

      He planteado que en el mundo de hoy nos hemos embarcado en una carrera loca hacia ninguna parte, en una urgencia inducida para arrebatarnos el derecho de pensar. El resultado es evidente. Nos hemos transfigurado en seres simples. En la simplicidad descansa nuestro sometimiento. Es una estrategia tan perversa, tan inteligente, que ha logrado que los sometidos pensemos que somos libres.

      Tal vez uno de los filósofos que más ha aportado al esclarecimiento de este absurdo es Byung-Chul Han, quien explica la manera como los seres humanos contemporáneos hemos cedido nuestra soberanía y nuestra libertad, a cambio de lo que él denomina “el parecer”.

      Es una conspiración que nos impulsa a decir solo lo que está “bien”, lo que todo el mundo acepta y cree, no te puedes salir de la fila. Nos han obligado a rechazar lo intrincado, lo complejo, lo que te exige reflexión. Aceptar a ciegas la información que se te entrega.

      Estrangularon esa vocación sublime que tiene el niño por el conocimiento cuando agota a sus mayores preguntando “¿Por qué?”

      Ya no existe el “¿por qué?” en nuestro pensamiento. Somos incapaces de hacer o de hacernos preguntas.

      ¿El resultado? Una levedad insoportable que se constituye en caldo de cultivo para todas las manipulaciones.

      La idea es contribuir a salirnos de la fila, a llevar la contraria.

       Mi revólver es más largo que el tuyo

      Así tituló el intelectual y crítico de cine Alberto Duque López una de sus novelas antológicas. La frase encaja además con el abordaje de la violencia que sacude a Medellín, un problema verdaderamente grave y que no es ni nuevo, ni solamente nuestro.

      De hecho, una nota periodística destaca recientemente que, de las cincuenta ciudades con mayor cantidad de asesinatos en el mundo, cuarenta y tres eran de América Latina, y Colombia aporta tres a ese tenebroso listado.

      La violencia urbana ha sido analizada desde todos los flancos. Abundan los estudios y las variables de solución: desde la denominada teoría de “La desorganización social”, pasando por la represión extrema, toma de zonas específicas identificadas como particularmente violentas, que llamaríamos la teoría de la “Orionización”, hasta las alianzas entre los gobernantes, los sectores empresariales y las comunidades para buscar, experimentar, sistematizar y descubrir nuevos enfoques.

      Se lee recurrentemente en los documentos de análisis que hay unas “condiciones estructurales” que exacerban la violencia y mencionan temas tales como “penurias económicas”, “inestabilidad residencial”, “desintegración del núcleo familiar”, “cultura de la ilegalidad”, “impunidad”, “consumo de drogas y alcohol”, en fin. Todas esas condiciones las tenemos.

      Evidentemente la actual administración de Medellín [del Alcalde Federico Gutiérrez] ha escogido la solución de la fuerza que es, tal vez, la más primitiva e ineficaz de las soluciones con las que se ha experimentado en el mundo y a lo largo de la historia.

      Hay, por el contrario, experiencias que enseñan cómo abordajes cimentados en la cultura ciudadana, en la construcción de nuevos espacios públicos, en la instalación de observatorios, en la educación y en la realización de inversiones sociales y políticas públicas basadas en comunidad, enseñan –digo– que se pueden generar transformaciones prodigiosas y de enorme éxito.

      Los críticos del Alcalde arguyen que ese enfoque policivo está mediado por su obsesión con la buena imagen que quiere proyectar. Sostienen estos críticos que como quiera que le reditúa tanto la noticia sobre este o aquel delincuente detenido, que lo beneficia tanto su presencia en la zona de conflicto, y que lo evalúan tan bien por la inmediatez de su respuesta a la denuncia que se hace en redes por algún hecho delictivo, entonces que el hombre se siente en su salsa, ejerciendo como “padre protector” de la ciudadanía.

      Creo que el problema tiene aristas más delicadas. Su manera de enfrentar el problema es también una manera de ver el mundo: toda solución de fuerza excluye la razón.

      Hace cerca de quince años el filósofo español Fernando Savater narraba aquí, en Medellín, una historia que aún hoy me estremece. Hacía referencia a una discusión célebre entre Sócrates y Caliclés. Hay un momento en el que este último decide guardar silencio. Sócrates concluye entonces: “¿Aceptas lo que te estoy diciendo?” y Caliclés le responde: “Me da igual lo que digas, yo tengo la espada, tengo la fuerza y me da igual que tengas razón o no [Resaltado extra texto], me da igual que seas tú el que ha encontrado el argumento justo, no utilizo la razón más que para imponer mi criterio, no admito la razón como algo que va a dirimir disputas entre tú y yo, a mí solo me sirve la razón para decir lo que yo quiero decir y para ordenar lo que yo quiero ordenar y no me interesa lo que tu vayas a decir”.

      El tema de la fuerza, en una perspectiva ética, explica la razón por la cual la violencia solo puede engendrar violencia, porque –también lo dice Savater– “la ética no está basada en el respeto por la vida, sino en el reconocimiento de la vida”, y concluye: “al desesperado por la muerte no se le ocurre nunca ninguna virtud, organiza la vida sólo desde el manto de la muerte y por lo tanto tiene que detestar, ansiar, vivir en la zozobra…”

      Savater, refiriéndose a Spinoza, también destaca lo que representa estar intoxicado de tristeza y de muerte, porque sus comportamientos vienen producidos por la intoxicación de la tristeza y la muerte.

      Es muy deprimente todo esto, pues va uno a ver, y es la zozobra la que se está imponiendo por aquí…

      3 de mayo de 2018, periódico El Mundo

      Mire los efectos colaterales que desencadena el dengue: Tirado en la cama este martes como a las cuatro de la tarde, me encontré en la televisión a la muy querida Lucía González en compañía de Alberto Correa, hablando de la cultura en Medellín.

      Y entonces aprendí que el acto creativo aún camina por las calles de las barriadas populares, expresándose en música, en teatro, en artes plásticas. Y supe que los nuevos espacios de las bibliotecas se llenan todos los días de público popular dispuesto a nutrirse de las más diversas manifestaciones del arte. Y que los auditorios de las conferencias también se llenan, y que quienes visitan los museos hoy son visitantes de los sectores populares, y que lo que los pelados están haciendo en las comunas es francamente formidable.

      Que hay allí, en esas calles, un reverberar creativo, una revolución estética, una explosión de colores y de formas, que nadie se alcanza a imaginar. Bueno, “nadie” es un decir. Allá en la barriada todo el mundo lo sabe y lo vive. Los que no lo sabemos somos los del otro lado.

      Lucía confesaba, con una especie de sentimiento encontrado (entre la emoción y el desencanto), que la época en la que la cultura era un disfrute y un ejercicio de las élites ha desaparecido.

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