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      Ciencia de la ?*&%!

      Ciencia de la ?*&%! (2021) Luis Javier Plata Rosas

      Editorial Lectorum

      D. R. © Editorial Lectorum, S. A. de C. V., 2011

      Batalla de Casa Blanca Manzana 143-3 Lote 1621

      Col. Leyes de Reforma, 3a. Sección

      C. P. 09310, México, D. F.

      Tel. 5581 3202

      www.lectorum.com.mx

      [email protected]

      Imagen de portada: Shutterstock

      Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

      Introducción: Sobre palabrotas, jerga, pseudociencia y ficción

      Zoofarmacognosia, qué duda cabe, es una palabrota. Xenotrasplante, también. Ya no digamos ictioalienotoxismo, porque corremos el riesgo de que una palabra más y el lector curioso no lo sea en grado suficiente como para seguir leyendo este libro.

      No sólo por su extensión, los términos que forman parte del lenguaje técnico de especialidades diversas de la ciencia vienen siendo para quienes no formamos parte del mismo gremio, jerigonza tan entendible como el poema Jabberwocky de “Alicia a través del espejo”. No obstante, y aunque parezca lo contrario, los científicos usan palabras como éstas para comunicarse de una manera más breve y precisa.

      Cada tecnicismo permite que un astrónomo o un oceanólogo, un físico o un biólogo, cuando están hablando entre colegas, consiga comunicar en pocas palabras (o, en todo caso y al escribir un artículo científico, con el menor número posible de ellas) y con la menor ambigüedad posible qué fue lo que se hizo y, tan importante como esto (a veces más), cómo se hizo.

      La jerga de cada especialidad es, por consiguiente, no sólo inevitable para los científicos, sino completamente deseable, entendible (entre colegas) y hasta querida en grado tal que, en ocasiones, pedir que se explique algo con un mínimo de ella es casi equivalente a un acto de traición académica, cuando no un simple sinsentido.

      Y, sin embargo, ese es uno de los propósitos de este libro: conseguir que, en lugar de que el lector de a pie exclame ¡?*&%! con la ciencia!, disfrute de los temas aquí expuestos y desmantelados en lo posible de tecnicismos tan útiles e indispensables en ciencia como indeseables en exceso en divulgación para hablar de lo que en las investigaciones recientes se ha escrito sobre lo que encierran palabras pequeñas, pero vitales en sentido estricto para nuestra especie, como el amor y los celos. O de palabras mayores, como el envenenamiento y los transplantes de cerebro (o, pero, de cabeza). O, para que vean que el título del libro no son palabras al aire -aunque, eso sí, sí muy ociosas-, sobre las malas palabras.

      Que la jerigonza científica puede dar un aire de respetabilidad a lo que no es más que palabrería, sin ninguna relación con los rigurosos métodos de los que se vale la ciencia para validar o rechazar explicaciones, es algo bien sabido por todo charlatán que se parapeta detrás de esta pseudociencia para vendernos sus productos: terapias que curan padecimientos disímiles con el poder del amor o el roce de un delfín, máquinas que hacen lo mismo con su simple toque (eléctrico), métodos de lectura que nos permiten leer este libro en minutos y nos evitan comprarlo, técnicas de aprendizaje para niños con conexión a internet y desconexión de maestros y adultos… Como, por desgracia, a palabras como cosmograma, auriculoterapia y ciberconsciencia no se las lleva el viento, espero que estas páginas –y una buena dosis de sarcasmo- ayuden a exponerlas como lo que son: palabras huecas disfrazadas del argot de la ciencia.

      Espero que las palabrotas científicas presentes en este libro dejen de serlo cuando el lector termine de leerlo, que se convenza de que los casos de pseudociencia presentados no son más que malas palabras (o, siendo estrictos, tergiversaciones o interpretaciones libres y erróneas de términos científicos) y que se regocije con cada una de las palabrotas no científicas incluidas en estas páginas.

      Pero, por supuesto, sobre todo esto es el lector quien tiene la última palabra.

      Luis Javier Plata Rosas

      Sobre celos, encelos y recelos: Una autopsia al monstruo de los ojos verdes

       Yago: “¡Oh, mi señor, cuidado con los celos! Es el monstruo de ojos verdes, que se divierte con la vianda que le nutre…”

      William Shakespeare, “Otelo”

      “El apego a los celos conduce, la negra sombra de la codicia es”. Maestro Yoda, “Episodio III: La venganza de los Sith” (George Lucas, 2005)

      Ni Shakespeare ni el Maestro Yoda se equivocan al advertirnos de los abominables celos, esa emoción que acompaña muy de cerca a nuestro amor por alguien y que y comúnmente tachamos de negativa, una especie de “Lado Oscuro” de nuestras relaciones personales que nos lleva en más ocasiones que las que desearíamos y de manera en apariencia paradójica, a acosar, avergonzar y lastimar a quienes queremos y que etiquetamos como “propiedad exclusiva”, sobre todo cuando de relaciones románticas se trata.

      Los celos son reprochables; en eso concuerdan escritores y filósofos, pero no los científicos. O, en todo caso y de acuerdo con numerosas investigaciones: si bien los celos pueden ser percibidos como reprobables, su existencia es igualmente explicable y, aunque con riesgos de muy diversa magnitud (preguntemos, si no, a Desdémona, una de sus más famosas víctimas en la ficción literaria), su efecto puede ser principalmente benéfico no sólo para la supervivencia de nuestra especie, sino también para muchas otras más, incluyendo a los perros (de los gatos, por el momento y hasta que no haya evidencia a su favor, mejor ni hablemos).

       Celos rabiosos

      “La rabia de los celos es tan fuerte que fuerza a hacer cualquier desatino” Miguel de Cervantes Saavedra

      Entre los estudiosos del comportamiento humano –psicólogos incluidos, por supuesto, pero también antropólogos, sociólogos y biólogos- los celos son considerados como una mezcla compleja e involuntaria de pensamientos, emociones y acciones que nace en el celoso cuando éste percibe –acertadamente o no- que la calidad de su relación con otra persona está amenazada por la presencia de alguien más. No necesariamente debe haber una relación romántica para que alguien sufra de celos y alguien más sufra, muchísimo más y hasta físicamente, por culpa de ellos, como puede atestiguar el triángulo bíblico amoroso que se dio entre Dios, Caín y Abel. Bíblicos o no, los celos están asociados con sentimientos de pérdida de afecto, rechazo, sospecha, inseguridad y ansiedad.

      Los dos hermanos más famosos de La Biblia también nos permiten ejemplificar cómo, si bien los celos pueden experimentarse internamente como un amasijo compuesto, en mayor o menor proporción, de ira, miedo y tristeza, es su expresión externa -que incluye llorar como Magdalena, acosar al objeto de nuestro afecto y tomar represalias que, en el extremo, pueden llegar a casos como el de Caín- la que debe preocupar a quienes rodean al celoso, si no quieren ser víctima de sus celos, como el pobre de Abel.

      Aunque la naturaleza destructiva de los celos es de todos conocida, y aunque la mayoría de las investigaciones en ciencia se han enfocado al estudio de los celos como parte de las relaciones románticas –sexuales o no-, diversos trabajos han mostrado que esta emoción está involucrada en un rango bastante amplio de relaciones interpersonales y que no son menores los posibles beneficios que puede obtener quien los experimenta.

      Los psicólogos evolutivos, que intentan explicar el por qué nos comportamos de cierta manera apoyados en la teoría de la selección natural de Darwin, consideran que los celos existen en nuestra especie porque, precisamente, nos ayudan a sobrevivir, ya que es gracias a ellos que hacemos lo que consideramos necesario para proteger aquella relación que tenemos con alguno de nuestros congéneres y que puede proveernos de importantes beneficios, tanto emocionales como materiales.

      Los

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