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      Un alumno le preguntó al rebe:

      −¿Qué es eso de la teoría de la relatividad? ¿Es tan difícil de estudiar como la Toire?

      −No, hijito −le contestó el profesor−. Es muy sencillo de entender: si yo pongo mi dedo en tu boca, ambos tenemos un dedo en la boca: tú tienes un dedo en la boca y yo tengo un dedo en la boca. Eso es la relatividad.

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      Se acercaba Péisaj y un ama de casa se sentía agobiada por todo el trabajo que tenía que hacer previo a la celebración. Simplemente no sabía por dónde empezar: si limpiar la casa, sacar el jómetz, cocinar, preparar la ropa del marido y los hijos... Desesperada, fue a buscar al rabino para que la ayudara a decidir con qué labor iniciar sus preparativos. El religioso tranquilizó a la mujer diciéndole:

      −No te angusties, habrá tiempo para todo. Vuelve a casa y cuando llegues comienza por lo primero que veas y se te ocurra.

      Más calmada, regresó la señora y al abrir la puerta de su pequeño patio vio al ganso. Acto seguido lo atrapó y se sentó a desplumarlo para rellenar cojines.

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      En cierta ocasión, un comerciante resentido y envidioso propagó un chisme sobre otro mercader. Al darse cuenta de la magnitud del daño que había causado, se arrepintió y pidió consejo al rabino sobre cómo poner fin a la malintencionada habladuría. El estudioso le preguntó:

      −¿Tienes un cojín de plumas?

      −Sí.

      −Pues vete a tu casa, saca el cojín a la calle, ábrelo y esparce las plumas al viento.

      Una vez hecho lo anterior, el hombre regresó con el rabino:

      −Ya seguí su consejo. ¿Ahora qué hago?

      −Ve, recoge las plumas y vuelve a llenar el cojín −le recomendó el religioso.

      −¡Pero eso es imposible! −replicó el negociante.

      −Lo mismo sucede con los chismes que diseminaste −concluyó el rabino.

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      El rebe Zusha de Hanipol solía decir:

      −Cuando tenga que despedirme de este mundo y llegue a la Corte Celestial, no me preocupa que me pregunten por qué no fui justo como Abraham Avinu o Moshé, ya que yo no soy Abraham ni Moshé y Dios no espera que sea como ellos. Pero me preocupa que me pregunten:

      −Zusha, ¿por qué no fuiste como Zusha? ¿Por qué no alcanzaste tu máximo potencial?

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      El rabino de una pequeña ciudad envió a sus dos hijos, cada uno por separado, a ver la metrópoli para saber su opinión. Uno de ellos regresó y comentó:

      −No entendí por qué me mandaste a un lugar lleno de malvivientes, gente mala, con calles peligrosas y sucias.

      En cambio, el otro muchacho regresó feliz.

      −Gracias, padre −dijo−, por darme la oportunidad de visitar esa gran urbe llena de cultura, yeshives (centro de estudios de la Toire y del Talmud), parques y cosas hermosas.

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      El rabino Bunam solía contar la historia del rabino Eisik, hijo del rabino Yekel, en Cracovia, a los jóvenes que acudían por primera vez a él. La historia es la siguiente:

      Después de muchos años de una gran pobreza, que nunca socavaron su fe en Dios, el rabino Eisik soñó que alguien le ordenaba buscar un tesoro oculto bajo el puente que conduce al Palacio Real de Praga. Cuando el sueño se repitió por tercera vez, viajó hacia esa ciudad, pero el puente estaba custodiado día y noche y no se atrevió a empezar a cavar. No obstante, siguió yendo al puente cada mañana y allí se quedaba merodeando hasta el anochecer. Finalmente, el capitán de la guardia, que lo había estado observando, le preguntó cortésmente si estaba buscando algo o esperaba a alguien. El rabino Eisik le contó el sueño que lo había hecho venir desde un país tan lejano. El capitán sonrió.

      −¡Y para satisfacer el sueño gastaste tus zapatos viniendo aquí! −dijo−. Te compadezco. Por lo que respecta a creer en los sueños, si yo creyera en ellos ¡habría tenido que ir a Cracovia y buscar un tesoro oculto bajo un hornillo en la habitación de un judío, Eisik, hijo de Yekel! Eso fue lo que me reveló el sueño. ¡Imagínate lo que hubiera sido: allí la mitad de los judíos se llaman Eisik y la otra mitad Yekel!

      Y se rio de nuevo.

      El rabino Eisik se despidió, volvió a casa, y efectivamente encontró el tesoro debajo de su hornillo y construyó la casa de oración conocida como la sinagoga del rabino Eisik. El rabino Bunam solía añadir: “Guarda esta historia en tu corazón y haz tuyo lo que dice. Hay algo que no podrás encontrar en ninguna parte del mundo, tendrás que buscarlo y encontrarlo dentro de ti mismo”.

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      En una ocasión falleció un judío que era violento, usurero y soplón. El día del entierro, el rabino no tenía nada bueno que decir acerca de este hombre vil, pero tres hijos del difunto lo amenazaron:

      −Si no habla bien de nuestro padre, le daremos una paliza.

      Al momento del discurso, el rabino lanzó un suspiro y empezó:

      −Aquí yace un hombre que era un tzádik (justo, sabio)… en comparación con sus tres hijos.

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      Un jósid (seguidor del jasidismo) fue a ver a su rebe para decirle:

      −¡Rebe, tuve un sueño en el que yo era el líder de trescientos jasidim!

      −Bien −contestó el rebe−, vuelve cuando trescientos jasidim sueñen que tú eres su líder.

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      Un estudiante de yeshive se acercó a un eminente talmudista y comenzó a llenarle los oídos con sus propias –y poco originales– interpretaciones de los profetas. Al fin agotó la paciencia del sabio, quien le dijo:

      −¡Es una lástima que no hayas vivido en los días de Rámbam!

      −Muchas gracias, rabino, muchas gracias −repuso el estudiante, feliz con el halago−. Pero dígame, por favor, ¿qué habría sucedido si me hubiera conocido el Rámbam?

      −Pues que lo habrías fastidiado a él y no a mí.

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      Dos amigos de distintos pueblos hablaban de sus respectivos rabinos.

      −El mío es tan inteligente −dijo uno de ellos− que puede hablar durante una hora de cualquier tema.

      −Eso no es nada −dijo el otro−. El mío puede hablar durante dos horas de absolutamente nada.

      Hílel es uno de los personajes más destacados de la historia judía. Vivió en Éretz Isróel en el siglo i antes de nuestra era. Fue presidente del sanhedrin (asamblea de ancianos) y director de la yeshive también llamada la Casa de Hílel. Sus enseñanzas son la base de la Mishne y la Guemore (el código legal y el comentario que constituyen el Talmud), y su doctrina moral, el fundamento de la ética religiosa judía. Es recordado por su modestia y paciencia.

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      En una ocasión se presentó ante el rabino Shamai un gentil (persona no judía) y le dijo:

      −Quiero convertirme al judaísmo, pero con una condición: me tiene que enseñar toda la ley judía mientras yo me sostengo en un solo pie.

      Furioso, el sabio se negó ante tal pretensión. Entonces el gentil acudió a la Casa de Hílel,

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