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cintura para que no se le cayera. El calzado era el mismo, el de ella, el más cómodo de los que tenía, por lo cual se sintió agradecida de haberlos tenido puestos en el momento de adrenalina cuando le propusieron de manera tempestiva viajar.

      La combinación de todo su atuendo era extraña y a simple vista no había que ser un entendido para darse cuenta de que todo lo que llevaba puesto nada tenía que ver con la combinación de una prenda con la otra y mucho menos con su talla. Siendo una gran conocedora de estilo y extrañamente huyendo de lo que era, justamente intentaba alejarse de la belleza, esa que dejó en Buenos Aires, decidió olvidar que era una popular modelo embarcándose en la cotidianidad de cualquier mujer, si bien sabía que abusaba de su mal vestir. El sentir que lo que llevaba puesto no le marcaría la silueta, ni le sería juzgado por nadie, esa idea le hizo sentirse de manera libre y feliz.

      Siguió los pasos del escocés que iba un metro por delante, Johan espiaba con disimulo cada vez que el viento golpeaba la majestuosa falda de aquel hombre de gran porte contra esas fuertes y gruesas piernas que llamaron su atención desde el primer momento que pisó las tierras verdes.

      Se alejaban cada vez más de la gran ciudad, iban en un bus de doble altura tan aseado y nuevo que asombró de gran manera a la joven, nunca había visto en Buenos Aires algo tan pulcro y de buen diseño, tenía la impresión de que ese era el primer viaje que hacía el bus en su inauguración, aunque sabía que eso no era así.

      — Igualito que en casa— dijo por primera vez en su idioma natal, lo cual no permitió a Duncan comprender y este la miró extrañado.

      — ¿Cómo dices?— le preguntó en inglés el escocés mientras ella se sonrojaba por su pinchado comentario.

      — Perdón, evitaré usar el español— le contestó Johanna en inglés mientras rogaba para sus adentros que el rubor que sentía en ese momento no se estuviera viendo, bien sabía que su tez blanca la ponía en evidencia mostrando otro color cada vez que se sonrojaba.

      Siguieron platicando las horas que tenían de viaje en inglés y así lo harían hasta el último día. Comenzaron con banalidades del clima, ella se arrepintió de haberse puesto ese suéter de lana tan grueso cada vez que la potente voz del escocés se hacía sentir con viriles vibraciones en el aire imponiendo su masculinidad.

      — Creo que voy a estar mejor sin él— dijo Johanna mientras se sacaba el suéter.

      Se quedó con una remera negra de algodón manga tres cuartos que también le era grande, Duncan de reojo observó el cuello en escote en V profundo que marcaba el contorno de su cuello dejándolo libre, miró sus pequeñas y delgadas muñecas y sin que la ropa le ajustara al cuerpo supo que la muchacha debajo de todo lo que traía tenía un llamativo cuerpo. Se estremeció un poco porque sin saber por qué por un instante intentó imaginarla desnuda, Johan percibió algo en el aire quedando un instante en silencio pensativa, mientras él algo avergonzado por dentro por ese extraño impulso volvió la cabeza al otro lado mirando el paisaje.

      Johan se preguntó si lo que percibió era cierto, «¿por qué me miró así? ¿Acaso podría desearme con el abandonado aspecto que traigo?», «no, de ninguna manera, esas cosas no suceden en la realidad», pensó por dentro. Ella sabía muy bien por su marido Dick que era deseable cuando estaba arreglada, así al menos le gustaba siempre a él. Dick jamás la miraría con deseo como vestía en ese preciso momento, estaba convencida de que si él estuviese sentado en ese momento junto a ella le diría como ya había hecho en varas oportunidades:

      — Mírate, Johan, estás lamentable, esa ropa que llevas, das... lástima.

      El recuerdo del comentario de Dick la hirió de nuevo, aunque solo se trataba de eso, un recuerdo, e intentó salir de esa evocación para que no le volviera a pesar el alma, como el día anterior le pesó cuando se topó con Lidia y decidió subir a su auto envuelta en tristeza.

      Miró al escocés forzando una sonrisa para disimular, él la percibió y volteando la mirada a ella por un instante, le devolvió lo mismo, pero con un comentario que la dejó descolocada y pensante hasta que finalizó el viaje.

      — Te sienta muy bonito... el marrón es mi favorito— dijo Duncan en tono sincero mientras devolvió una sonrisa con un guiño de ojo amistoso.

      Ese hombre parecía observar más allá de lo que el exterior mostraba y eso la alertó.

       6

      El viaje avanzó junto a una larga caminata a pie dando con un gran prado, el día era soleado, eso llamó la atención de Johanna, «¿acaso las cientos de novelas que leí con mi grupo de lectura estaban en lo errado cuando decían que en Escocia hacía un frío que helaba los huesos?», pensó Johan, miró a Duncan con su kilt danzando de un lado al otro con los movimientos masculinos al andar, sin mencionar que llevaba manga corta, «increíble» pensó, pero claro, cualquier escocés soporta el crudo frío, ese clima de no pocos grados sería como el Caribe para ellos.

      — ¿Por qué está tolerable el frío? ¿No se supone que deberíamos morir de frío?— preguntó desconcertada Johan.

      — A decir verdad, Johan, este es un día atípico, no suele verse el cielo despejado ni tan soleado en invierno, parece que su llegada trajo los buenos tiempos— dijo Duncan mientras le clavaba la mirada a Johanna con respeto, pero como hombre—. Casi estamos llegando, ¿trajiste algo para tomar notas?, mira que Heilin no es muy conversador, cada palabra que apuntes puede significar algo más, por lo cual pensándolo con calma puede servirte después.

      — Sí, claro que traje, ¿acaso crees que soy una novata?— dijo Johanna lanzando así su segunda mentira.

      A lo lejos se veía una pequeña casa, en realidad no era pequeña, pero al encontrarse en el inmenso verde que la rodeaba se perdía pareciendo más chica de lo que en verdad era. En su cercanía no se distinguía ninguna otra vivienda, como si esa fuese la única casa del prado, al menos así lo era hasta unos cuantos kilómetros.

      No bien estuvieron a unos pasos de llegar a la antigua casa de madera blanca, salió de su interior el dueño del lugar para reunirse con ellos. El Sr. Heilin era un hombre robusto, su contextura física infundía temor a pesar de que su altura era diminuta; Duncan extendió la mano para saludarlo, ambos se tomaron de sus antebrazos con fuerzas para acercarse y chocar sus torsos en un saludo amistoso que lindaba con lo épico.

      El hombre llevaba su kilt con los colores azules y pequeñas rayas amarillas, aparentaba unos setenta años, se preguntó cuál de los personajes de sus novelas tendría aquel tartán, sintió un profundo deseo de telefonear a sus amigas del club de lectura para que fueran a revisar los libros y pasar esa información.

      Recordar el teléfono la alertó que no había llamado a Lidia no bien llegó, pensó que estaría preocupada o quizá hasta enojada, pero al visualizar la imagen de su regordeta vecina se enterneció restándole importancia, al fin y al cabo, esa adorable mujer no parecía tener el tipo de carácter para temer si se molestaba. Johan estaba convencida de que Lidia estaría en tranquilidad aguardando el llamado, entendería que lleva un tiempo acomodarse, conocer el lugar... aunque también acudió a la mente de Johan el momento en que Lidia le había recordado, en el aeropuerto antes de embarcar, al menos unos cientos de veces, que la llamara apenas la recogiera el escocés, así podía guiarla con su investigación, indicarle qué preguntar, qué detalles buscar.

      Johanna, recordando todo eso, levantó los hombros respondiendo a sus propios pensamientos, restando importancia, «podrá esperar otro poco más», se dijo por dentro con segura armonía y terminando así su pensamiento en Lidia. Se acercó a Heilin que la observó sin disimulo de arriba abajo inspeccionándola con algo de duda en la mirada, mientras ella paseaba la mirada algo indiscreta en el gran porte de Duncan.

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