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target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_c0eb6b43-a2d1-5615-acfd-ec29a2cf7f29">[3] Del lat. symphonia, y este del gr. συμφωνία, de σύμφωνος, “que une su voz, acorde, unánime. f. Conjunto de voces, de instrumentos, o de ambas cosas, que suenan acordes a la vez” (DRAE).

      [4] Carl Schmitt und Álvaro d’Ors. Briefwechsel, ed. de Montserrat HERRERO, Duncker & Humblot, Berlín, 2004.

      CURRICULUM VITAE

      En este curriculum se omiten muchos datos significativos y da la sensación de que, en la parte final, se centra en campos de actividad más que en hechos relevantes. Por otra parte, debido a la fecha en la que está redactado, no se recogen otras ocupaciones de Álvaro d’Ors durante su época de Pamplona, al servicio de la Universidad de Navarra, así como algunos de sus trabajos en torno al Derecho Foral navarro. Tampoco se reseñan los premios y distinciones que obtuvo después de 1987.

      A pesar de estas carencias, parece un buen modo de comenzar esta biografía presentar una visión de conjunto del personaje, de sus rasgos más relevantes y redactada por él mismo.

      Nació el 14.4.1915, como tercer hijo de Eugenio d’Ors Rovira y María Pérez Peix, en Barcelona, en la conocida Casa de las Punxas de la Avenida Diagonal. Fue bautizado con los nombres de Álvaro (como su abuelo materno) y Jordi. En Barcelona había de vivir la familia hasta 1922.

      Por su obstinada resistencia a frecuentar la escuela, no empieza sus estudios regulares hasta los 8 años (cuando la familia vive ya en Madrid), en el Instituto-Escuela, donde, tras dos años de preparatorio, cursa el Bachillerato entre 1925 y 1932. Hubo de ser su madre quien le enseñara a leer y escribir cuando tenía ya 6 años.

      Su inclinación hacia las letras se manifestó desde los primeros años de estudio. Sin embargo, suele decir que, para su formación intelectual, aparte el trabajo de traducción, lo más decisivo fue el aprendizaje de la cerámica, dibujar mapas y coleccionar insectos.

      A los años de su juventud corresponden los viajes familiares por toda Europa, que le habían de facilitar en su madurez sus relaciones académicas internacionales.

      En las vacaciones estivales de 1931 estuvo en Londres para practicar la lengua inglesa. En aquel momento se sentía especialmente atraído por el estudio de la Literatura inglesa, en especial por autores como Keats, Shelley y otros poetas románticos. Pero, en Londres, las visitas diarias al Museo Británico lo convirtieron al mundo clásico. Durante el último curso del Bachillerato solo estudió griego y latín.

      Comenzada la carrera de Derecho en el curso 1932-1933, su interés por el mundo clásico le llevó irresistiblemente a intensificar el estudio del Derecho Romano, a consecuencia de lo cual, el catedrático José Castillejo se interesó por él, hasta el punto de que le animó a seguir estudiando Derecho Romano, y, desde el curso 1934-1935, a explicar un cursillo libre sobre partes del Programa de la asignatura. Le animó asimismo a ampliar los estudios de latín y griego, y por ello se matriculó desde 1933-1934 en la Facultad de Filosofía y Letras; cuyo plan, obra de García Morente, su Decano, daba gran libertad para escoger las asignaturas a gusto de cada estudiante.

      Habiéndole sorprendido el Alzamiento militar de 1936 cuando se hallaba en Barcelona de paso para pasar las vacaciones en Heidelberg, hubo de refugiarse en un lugar del campo hasta que consiguió evadirse atravesando el Pirineo. Sirvió luego en el Ejército Nacional, principalmente en los Tercios de Requetés Burgos-Sangüesa y Navarra y desde entonces se ha mantenido unido al Tradicionalismo. En 1938 se hizo alférez provisional.

      A pesar de haber seguido los cursos de Filología Clásica hasta el extremo de tener ya un primer borrador para su tesis doctoral cuyo tema era la comedia togada de Afranio, la Guerra Española vino a interrumpir esos estudios, y tras los tres años de interrupción bélica, aunque se licenció en Derecho no llegó a licenciarse en Letras.

      Ya desde el mismo año 1939, una vez licenciado del servicio militar, asumió parte de la docencia de Derecho Romano en la Universidad Central, de cuya cátedra se había encargado el ya catedrático (excedente de Murcia) Ursicino Álvarez, que había de acceder a la titularidad de Madrid en 1943.

      Empezó a trabajar entonces en el Centro de Estudios Históricos, donde el profesor italiano Giuliano Bonfante se había encargado de promover los estudios clásicos. Ese profesor, cuyos cursos de latín y griego impartidos en aquel centro siguió, le encargó, ya en ese momento en que todavía era estudiante, de hacer una edición anotada del discurso ciceroniano «Pro Caecina» (para la colección de Clásicos Emerita) que solo años más tarde pudo realizar.

      Asimismo trabaja en el Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, y especialmente en la redacción del Anuario de Historia del Derecho, de cuyo consejo directivo formó parte hasta 1984. Tanto en uno como en el otro de estos dos centros de Madrid tomó parte muy activa en la formación de sus respectivas bibliotecas.

      Durante estos años de docencia en Madrid trabaja asiduamente en el Instituto Nebrija de Estudios Clásicos, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y concretamente en la redacción de la revista Emerita, en cuyo consejo de dirección sigue figurando. En estos años, y estimulado por el tema de su tesis doctoral, se dedicó con interés a la Papirología, en la que es reconocido como un precursor dentro del ámbito español. Con ocasión de poder estudiar y publicar los nuevos fragmentos de El Rubio, de la Ley colonial de Osuna, se adentró en el campo de la Epigrafía.

      En 1940 se trasladó a Roma para ampliar estudios de Derecho Romano bajo la dirección de Emilio Albertario. Allí elaboró en gran parte la tesis doctoral sobre la Constitutio Antoniniana que fue presentada en Madrid en 1941, cuando había reanudado su labor docente en aquella Universidad. Obtuvo entonces el premio extraordinario del Doctorado en unión de Amadeo de Fuenmayor, Hernández Gil y Fenech, todos ellos profesores de la Facultad, que habían de ser catedráticos poco después.

      En diciembre de 1943 ganó por oposición la cátedra de Derecho Romano de Granada, pero ya en el verano de 1944 se trasladó por permuta a la de Santiago de Compostela.

      En Santiago vivió los diecisiete años centrales de su vida. Allí contrajo matrimonio con Palmira Lois, en 1945, de cuyo matrimonio nacieron once hijos.

      En los veinte años siguientes, su vinculación a aquella Universidad habría de seguir, incluso después del traslado a Pamplona, y por ello leyó allí, el 12 de abril de 1985, su última lección oficial.

      A los cursos ordinarios de Derecho Romano se unieron de 1947 a 1952 los de una de las cátedras de Derecho Civil, y en los dos cursos siguientes los de la cátedra de Historia del Derecho. Al mismo tiempo tuvo a su cargo la dirección de la Biblioteca de la Facultad de Derecho.

      Desde Santiago acudió regularmente, hasta 1948, a la Universidad de Coímbra, para impartir allí seminarios romanísticos con el fin de suscitar la vocación de un romanista que la Facultad de Derecho de Coímbra deseaba conseguir. Esa fue, en efecto, la de su discípulo Sebastián Cruz, luego catedrático de Derecho Romano de aquella Facultad. Esta reiterada colaboración con la Universidad portuguesa culminó años más tarde con el doctorado honoris causa, poco después de que igual distinción le hubiera sido concedida por la Universidad de Toulouse.

      La mencionada docencia en Historia del Derecho le impulsó al estudio de las fuentes jurídicas visigóticas, que concluyó con su libro, en 1960, sobre El Código de Eurico.

      Desde 1953 en que se creó el Istituto Giuridico Spagnolo en la Delegación romana

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