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sería como darle demasiada importancia al asunto... y tal vez, solo tal vez, quería que sucediera algo porque él era Tucker y ella no había podido olvidarlo del todo.

      Respiró hondo.

      –¿Qué has hecho esta noche?

      –He cenado pronto y después he visto una película.

      –¿Te sigue gustando el pueblo?

      –Claro. Todo el mundo es muy simpático. Todos saben quién soy, lo cual asusta un poco, pero lo llevo bien.

      Ella sonrió.

      –¿Algún encuentro más con las señoritas?

      –No. Eres una protección excelente y esa es la razón por la que hoy yo invito a las copas.

      El bar del vestíbulo del Ronan solo estaba medio lleno y se sentaron en un pequeño banco en una esquina al fondo donde pidieron dos copas de coñac.

      –¿A todo el mundo le ha caído bien Max?

      Ella asintió.

      –Es el jefe de Montana, así que no es que sea un extraño. Es básicamente un buen tipo. Por lo que sé, conoció a mi madre cuando eran adolescentes y fue un romance muy ardiente. Después mi madre conoció a mi padre y supo que era el hombre de su vida. Así que Max se marchó del pueblo.

      –¿Y no luchó por la chica?

      –Supongo que sabía que iba a perder. Dakota ha hablado con mamá de ello y le dijo que Max no estaba preparado para echar raíces y asentarse, pero que mamá quería un marido y una familia.

      –Ha pasado mucho tiempo desde que tu padre murió, así que me alegro de que haya encontrado a alguien.

      –Yo también. Siempre que no tenga que volver a presenciar una escenita de sexo ardiente.

      El coñac llegó y ella dio un sorbo que fue quemándole la garganta.

      –Sube a la habitación conmigo.

      Las palabras la pillaron desprevenida y miró a Tucker aunque no supo qué decir. Comenzaron a temblarle las manos y por eso las metió debajo de la mesa.

      –Tucker, yo...

      Apretó los labios, más que nada para controlarse y no acceder a su petición. Sabía lo que significaba subir a su habitación: que se acariciarían y acabarían haciendo el amor. Que sentiría su terso cuerpo contra el suyo, sus manos dándole placer. Quería saber cómo sería tenerlo dentro esta vez, cuando ella estaba preparada y deseosa.

      Los oscuros ojos de Tucker ardían de pasión y ella estaba segura de que los suyos reflejaban lo mismo.

      –Te deseo –murmuró él antes de acariciarle la cara.

      Sus dedos eran cálidos y ella ya estaba derritiéndose por dentro, así que qué pasaría si se entregaba a él.

      –Me gusta mucho mi trabajo –le susurró.

      –Esto no tiene nada que ver con eso.

      Sabía lo que quería decir, que entregarse al momento o negarse no afectaría en nada a su empleo. Tucker no iba a despedirla por decirle que no, pero hacer el amor con él lo cambiaría todo.

      Se acercó para besarla, y ella se esperó un intenso, sensual y apasionado beso. Por el contrario, Tucker apenas le rozó los labios, pero el ligero roce de esa sensible piel contra la de su temblorosa boca la excitó más que nada que pudiera imaginar. Sus pechos ansiaban sus caricias y entre sus muslos ya estaba preparada. Y solo intentar no pensar en cómo sería que la tocara hacía que la imagen quedara incluso más clara.

      Quería entregarse, ceder.

      –No puedo –susurró contra su boca antes de levantarse del banco–. No puedo.

      Se quedó junto a la mesa, frustrada, al borde de las lágrimas y, aun así, decidida.

      –Esto tiene que limitarse estrictamente al trabajo.

      –Ya es demasiado tarde.

      Tal vez, pero por el momento podía fingir. Abrió la boca, la cerró, se giró y salió corriendo del bar. Llegó a casa sin mirar atrás, sin admitir que esperaba que él la siguiera, pero no lo hizo. Cuando llegó a su casa, lo hizo sola y, así, se vio ante una cama muy fría y muy vacía.

      A Tucker no le gustaba perder ni en el trabajo ni en su vida personal. Había pasado una noche terriblemente larga deseando lo que no podía tener. Estaba enfadado y no le importaba que Nevada hubiera tomado la decisión correcta y la más sensata.

      Lo que había comenzado provocado por tener algo que demostrar se había convertido en algo más, algo más importante, y eso no ayudaba a que el dolor y el deseo cesaran. A veces la vida era una mierda.

      Fue a su tráiler pensando que el café le animaría, y al entrar no solo se encontró con una cafetera vacía, sino con una mujer de cabello blanco y bien vestida sentada en la silla que había junto a su escritorio.

      –Señor Janack –dijo levantándose–. Soy la alcaldesa Marsha Tilson.

      –Alcaldesa Tilson –le estrechó la mano.

      –Llámame «alcaldesa Marsha». Casi todo el mundo lo hace.

      –De acuerdo, alcaldesa Marsha. ¿En qué puedo ayudarla?

      –Quería hablar con usted sobre el proyecto, sobre lo que están haciendo y cómo está yendo.

      Las visitas oficiales no solían llevar buenas noticias, pensó. Fue hacia la cafetera, cambió el filtro, la cargó de café y la encendió antes de girarse hacia la mujer.

      –Vamos dentro de la agenda programada, aunque, claro, eso podría cambiar esta misma tarde. Tenemos todos los permisos en regla y empezaremos a excavar para meter el alcantarillado y las tuberías en una semana o dos.

      Se apoyó contra la encimera y se cruzó de brazos. Ahora era la mujer la que tenía que hablar.

      La alcaldesa se levantó y se acercó. Su traje azul claro y la recargada blusa quedaban fuera de contexto dentro del tráiler de construcción, pero lo raro era que ella no resultaba fuera de lugar. Había conocido a gente como ella, gente que encajaba en cualquier lugar y ese era un importante don, sobre todo tratándose de un político.

      –El pueblo está muy feliz con su trabajo. Prestan atención a las normativas locales y trabajan de manera óptima sin hacer recortes de calidad. Además, sus obreros son respetuosos –sonrió–. Y también dejan propinas muy generosas.

      Él enarcó una ceja.

      –Un dato interesante a tener en cuenta.

      –Este es mi pueblo y me importa lo que pase aquí y pasa muy poco de lo que yo no me entere.

      Se preguntó si iba a intentar recriminarlo por haber intentado acostarse con Nevada, aunque si fuera un hombre en lugar de una mujer que ya era abuela, estaría felicitándolo por su buen gusto y deseándole suerte.

      –Agradecemos lo que el hotel traerá a Fool’s Gold. Trabajo, turistas, negocios... Habrá complicaciones, claro, ya que algo de semejante tamaño necesitará de tiempo para asentarse, pero lo superaremos como siempre hacemos.

      Él sentía que había algo más y esperó.

      –Su empresa no dirigirá el hotel.

      No estaba preguntando, pero él respondió de todos modos.

      –No.

      –Pero ustedes tienen algo que decir en cuanto a quién se contratará. Construcciones Janack es propietario de una parte.

      –Aportaremos algo. ¿Por qué? ¿Es que tiene algún sobrino a quien quiera recomendar?

      Ella sonrió.

      –No, pero me gustaría que se me consultara cuando se tomaran las decisiones de dirección. La gente que vaya a trabajar aquí tiene que

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