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Praga en el corazón. Atenea Acevedo
Читать онлайн.Название Praga en el corazón
Год выпуска 0
isbn 9788418212413
Автор произведения Atenea Acevedo
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
Índice de contenido
Sinopsis
Praga en el corazón- Narra, desde la atalaya de la madurez, el viaje iniciático de una mexicana que transita de una dilatada adolescencia tardía a la juventud aventurera y sus desencantos. A lo largo de un recorrido tanto geográfico como emocional, y salpicado de glosas evocadoras de ventanas que resguardan al fantasma del recuerdo, el relato trasluce el impulso de una joven que igual salta al vacío que emprende el vuelo. Escrita desde la consciencia atemporal del ser mujer, Praga en el corazón dialoga de manera frontal con las jóvenes que persiguen la autonomía y la libertad, pero apela igualmente a quienes acarician con la memoria el azar y los impulsos que creen lejanos: esos bríos transformados en decisiones definitivas.
Praga en el corazón
© 2020, Atenea Acevedo
© 2020 , La Equilibrista
www.laequilibrista.es
Primera edición: 2020
Maquetación: La Equilibrista
Imprime: Ulzama Digital
ISBN: 9788418212406
ISBN Ebook: 9788418212413
Depósito legal: T 766-2020
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de: NOCTIVORA, S.L.
La memoria es
nuestra mejor
tejedora de ficciones.
Primera parte
∞
los filamentos de mis branquias
Múltiples identidades palpitan en mi interior.
Van y vienen, como el oleaje calmo, pareciendo una desde el exterior,
sabedoras de los dobleces de su esencia.
Los fluidos de mi cuerpo vibran como un llamado primitivo,
mi parte más animal y acuosa, instintiva, pulsante, latente y latiendo.
La sangre, las lágrimas, el sudor, el río corren entre mis piernas.
Todo me llama, me canta. Mi cuerpo conoce mi nombre, no el que me fue dado, sino el auténtico.
Nado hasta esa orilla, el acantilado de mi verdadero yo, y
descanso como una anfibia que ansía la tierra al tiempo que se sabe
incapaz de respirar lo suficiente lejos del mar.
Soy dos o cinco y una, arena y agua, tierra y cielo.
Esa franja que no divide el atardecer de la noche ni la noche del amanecer.
Todo respira en mí, a través de mí, para mí.
Nací en un mundo desgastado de intentos de cambio, nostálgico, levantado del polvo y arrasado por los tanques o las mentiras alegres, los flamantes electrodomésticos y los estertores de la psicodelia. Nací rodeada de sueños rotos y aspiraciones resignadas, de cuerpos mutilados o cómodamente instalados en privilegios recién planchados.
Por eso había querido escribir como si contara la historia de otra persona, ensayando si fuese más fácil. Más fácil y menos doloroso. Más fácil y menos comprometedor. Acaso prefiero hacerme la vida difícil, comprometerme y mostrar, orgullosa, ciertas cicatrices. Acaso elijo dibujar mis palabras, como dicen las rarámuri que hacemos las mestizas, para que otras sepan lo que he dicho. Acaso pretendo la purificación o el trasvase de mis emociones en el acto de ser leída.
Advierto una imagen llena de luz y, en el medio, una niña de seis o siete años, cabello castaño y lacio recogido en media cola, con ropa de verano y sandalias blancas. Camina desorientada por la banqueta de alguna ciudad extranjera, obligada a fingir el disfrute de las vacaciones. Anda deprisa: su madre y su hermana le llevan varios metros de ventaja. Imagino al camarógrafo que, armado con varios rollos súper 8, quiere registrar el paso taciturno de su pequeña, su cómplice. Se suceden ruidosamente las diapositivas de una adolescencia atribulada y fútil, plagada de lugares comunes. ¿Cuánto más tenía que caminar y por qué calles, hasta encontrar el color y el relieve?
Pospongo la intención adormilada de buscar el registro de aquellos años, cuando empecé a creer que los acontecimientos y su posibilidad de atravesar mis vivencias significaban algo real. Los diarios, las cartas nunca enviadas, los poemas como prueba de una entrega ingenua, perdida. Una audacia que desconozco me impulsa a asomarme a un texto inspirado en la descripción de un veneno contenido en el cuerpo de un hombre: líneas desdoblando rasgos físicos, muecas y manías que en cierta encrucijada encontré adorables. No es necesario buscar papeles amarillentos ocultos tras el archivo de documentos médicos y recibos vencidos al fondo de la última gaveta del estudio; cerrar los ojos basta para releer, letra por letra, el historial de su huella, hoy transformada en mero telón que da paso a la segunda parte de mi vida.
Me adentro en el recuerdo con paso firme; busco sílabas capaces de dotar de coherencia lo todavía ilegible. Mi mente dispone papel y lápiz, preparo el inventario de aquello que tantas veces creí que él, cabeza de pájaro, había depositado en mí como un regalo, y que varios hombres y sábanas después comprendí que era mío desde el primer sollozo de mis pulmones, pero que, en un descuido, él podría haberme arrebatado. Aquello que descubrí cuando sus ojos hicieron de antorcha para iluminarme por dentro y supuse irremisiblemente extraviado cuando él se fue con otra.
Abrí los ojos antes de la hora. Muy pronto, en un año o dos, me titularía y dejaría de levantarme temprano. Recordé cómo, de niña, más de una vez me había puesto el uniforme escolar para dormir y así disfrutar unos minutos más de sueño entre la tibieza de las cobijas. Me asustó pensar en el tiempo dedicado a correr para ir a ninguna parte. Era triste tener veintitrés años y advertir mi retraso frente a la velocidad de la historia, descubrirme parte de una juventud despojada de esencia contestataria, consumista compulsiva de chatarra.
Esa