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gran jardín trasero. Dado el estado de Ava, había sido un añadido necesario.

      Cuando Patience tenía trece años a su madre le habían diagnosticado esclerosis múltiple. Y si había un tipo «bueno», ese era el que padecía Ava. La enfermedad avanzaba lentamente, y aún podía moverse, aunque tenía días complicados en los que subir escaleras se había vuelto demasiado difícil. Con el dormitorio adicional en la planta baja, se ahorraba ese problema.

      —Abuela, abuela, ¿a que no sabes a quién he conocido hoy? —le preguntó Lillie al entrar corriendo en la casa.

      Ava estaba en su despacho; un espacio abierto con un escritorio, tres monitores de ordenador y tres teclados. Una maravilla tecnológica que podría ser objeto de envidia para la NASA. Al parecer, los genios de la informática se saltaban una generación en su familia porque mientras que Lillie podía hacerlo casi todo con un ordenador, Patience tenía problemas para usar su smartphone.

      —¿A quién has conocido? —preguntó Ava extendiendo los brazos.

      Lillie corrió hacia ella y le dio su abrazo de la tarde. Se quedaron así varios segundos; era un ritual diario que Patience siempre encontraba gratificante.

      —A Justice Garrett —respondió Patience junto a la puerta de su despacho.

      Su madre se la quedó mirando.

      —¿El chaval que desapareció?

      —El mismo. Ha vuelto al pueblo y ya no es ningún chaval.

      Ava sonrió.

      —No me esperaba otra cosa. Pues va a tener que dar muchas explicaciones. ¿Qué pasó? ¿Te ha dicho dónde ha estado?

      —Formaba parte del programa de protección de testigos.

      Ava abrió los ojos de par en par.

      —¿En serio?

      Patience miró a Lillie, señal de que no quería entrar en detalles en ese momento. No era necesario que su hija de diez años supiera que había padres tan horribles como para querer matar a sus propios hijos.

      —Lo hemos invitado a cenar —dijo Lillie—. Ha dicho que sí y le he dicho que tenemos lasaña.

      —¡Por supuesto! ¿Quién podría resistirse a una lasaña?

      Lillie se rio.

      —Llegará a las seis —Patience miró el reloj. Tenía tiempo de sobra para ducharse, maquillarse un poco y volverse loca pensando en qué ponerse.

      Ava la miró con un pícaro brillo en la mirada.

      —Imagino que querrás prepararte.

      —He pensado que debería cambiarme de ropa, aunque tampoco es para tanto.

      —Claro que no.

      —No es más que un viejo amigo.

      —Sí, eso es.

      Patience sonrió.

      —No saques cosas de donde no las hay.

      —¿Crees que yo haría eso?

      —Sin dudarlo.

      A las seis menos veinte, Patience estaba en su dormitorio. Se había duchado, se había secado su larga y ondulada melena hasta dejarla lisa, se había cambiado la camiseta del trabajo por un conjunto de camiseta y rebeca de punto fino en verde claro y los vaqueros negros por un par azul y ajustado. Después se había puesto un vestido, seguido por una camisa y una blusa antes de probarse unos vaqueros con una camiseta de manga larga que la proclamaba la reina de todo. Era la madre divorciada de una niña de diez años que, además, vivía en la misma casa donde había crecido y con su madre. No había prenda en el mundo que pudiera ocultar esa verdad. Y no es que quisiera cambiar nada de su vida, ni disculparse por ella. Había forjado una buena vida para su hija y para ella. El problema era que pensar en Justice la ponía nerviosa, aunque, por otro lado, si él no respetaba sus elecciones, ya fueran buenas o malas, más valía que se marchara.

      Bajó y encontró a su madre y a Lillie en la cocina. La mesa estaba puesta. Habían cortado los últimos tulipanes del jardín y los habían metido en un jarrón de cristal. El olor a lasaña y a ajo llenaba la casa.

      —Relájate —le dijo su madre.

      —Estoy relajada. Alerta y relajada. Es una buena combinación.

      Ava sonrió con gesto de diversión.

      —Bueno, ¿y Justice va a venir solo?

      —Sí. Ha dicho que no estaba casado.

      —Y no tiene hijos —añadió Lillie—. Debería tener una familia.

      Patience se giró hacia su madre.

      —No empieces...

      —¿Yo? Estoy contenta de recibir en casa a uno de tus amigos del colegio. Nada más.

      —Vale. Pues que siga así.

      —Sin embargo, siento curiosidad por su pasado.

      Patience contuvo un gruñido.

      —Por favor, mamá, no.

      —Yo soy la madre —le recordó Ava guiñándole un ojo—. Puedo hacer prácticamente todo lo que quiera.

      Justice estaba en la acera mirando la casa. Muy poco había cambiado. El color, tal vez el jardín, pero nada más. A un lado podía ver una rampa para silla de ruedas, pero conducía a la puerta trasera más que a la principal. Supuso que era para Ava.

      Al subir los escalones, se preparó para lo que se podía encontrar. La madre de Patience siempre lo había recibido muy bien en su casa y se había mostrado muy amable y maternal. Como niño que había crecido rodeado de mucho miedo, había absorbido al máximo el afecto que la mujer le había brindado; había sido para él como un refugio emocional y la había echado de menos casi tanto como había echado de menos a Patience.

      No sabía mucho sobre su enfermedad, pero sí que sabía que era implacable y cruel. Se recordó que había visto cosas mucho peores, que su trabajo le había enseñado a no reaccionar ante nada, y después llamó al timbre.

      A los pocos segundos Lillie abrió y le sonrió.

      —¡Hola! —le dijo alegremente—. Me alegro de que estés aquí. Me muero de hambre y el pan de ajo huele genial —dio un paso atrás para dejarle pasar y se giró para gritar—: ¡Mamá, el señor Garrett está aquí!

      Patience entró en el salón.

      —Nada de gritar, ¿recuerdas? —lo miró—. Hola.

      —Hola. Gracias por invitarme a cenar.

      Estaba guapa. Tenía una melena larga y lisa con un brillo de esos que le hacían a uno querer acariciarla. Llevaba unos vaqueros y una camiseta con una chica dibujada con una corona. Reina de todo estaba escrito debajo. Patience era muy curvilínea y, cada vez que sonreía, él se sentía como si le hubieran dado una patada en la tripa. La Patience de catorce años había hecho que se le quebrara la voz, pero la Patience madura era físicamente bella, emocionalmente dulce e intelectualmente desafiante. Una combinación letal.

      Siempre había intentando no ser como su padre y, ante la duda, siempre pensaba en lo que Bart haría y entonces optaba por hacer lo contrario. Ahora se daba cuenta de que lo correcto sería alejarse..., aunque no quería hacerlo.

      —De nada. Será divertido charlar y ponernos al día de nuestras vidas.

      Le entregó la botella de vino que había llevado. Un buen Cabernet de California que, según el dependiente, iría muy bien con la pasta. Sus dedos se rozaron y sintió una sacudida de atracción. Maldiciendo para sí, dio un paso atrás. No, imposible. Con Patience, no. Se negaba a fastidiar uno de los pocos buenos recuerdos que tenía en toda su vida. Era su amiga, nada más.

      —¡Vaya, mírate! Ya eres un chico mayor.

      Se

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