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dónde mejor que en Fool’s Gold?

      —No puede ser verdad. Parece cosa de película.

      —Fue real —dio un trago de café y pensó en su pasado.

      Rara vez hablaba del tema y ni siquiera sus amigos más íntimos estaban al tanto de los detalles.

      —Mi padre era un criminal reincidente —dijo lentamente—. Un hombre que se creía que el mundo le debía algo. Iba de crimen en crimen. Si hubiera puesto la mitad de esfuerzo en tener un trabajo estable, podría haber hecho una fortuna, pero eso a él no le iba.

      Patience seguía con los ojos de par en par mientras sostenía su taza.

      —Por favor, no me hagas llorar con tu historia.

      Él levantó un hombro.

      —Haré lo que pueda por ceñirme a los hechos.

      —¿Porque eso no me hará llorar? —respiró hondo y añadió—: De acuerdo, así que fue un mal padre. ¿Y después qué?

      —Cuando tenía diecisiete años, él y un par de colegas atracaron un supermercado. El dueño y un cajero murieron y fue mi padre el que apretó el gatillo. La policía pilló a sus amigos y ellos delataron a mi padre. Bart. Se llamaba Bart Hanson —al nacer, a él le habían puesto el nombre de Bart Hanson Junior, pero lo había rechazado hacía años y se lo había cambiado legalmente. No había querido nada que hubiera pertenecido a su padre—. Los SWAT fueron a buscarlo, pero mi padre no tenía intención de entregarse sin luchar. Lo había planeado todo y tenía pensado cargarse a tantos polis como pudiera. Yo descubrí lo que iba a hacer y salté sobre su espalda. Lo distraje lo suficiente para que la policía pudiera atraparlo y no le hizo ninguna gracia.

      Bueno... eso era decir poco. En realidad, su padre lo había maldecido, había jurado que lo castigaría costara lo que costara. Y todo aquel que había conocido a Bart Hanson sabía que era más que capaz de asesinar a su único hijo.

      —Es horrible. ¿Y dónde estaba tu madre?

      —Había muerto años antes. Un accidente de coche.

      No se molestó en mencionar que le habían cortado los frenos del coche. Las autoridades locales habían sospechado de Bart, pero no habían conseguido pruebas suficientes para poder condenarlo.

      —Cuando testifiqué contra mi padre, su rabia se volvió en ira. Y justo después de que lo condenaran, se escapó de la cárcel y fue a por mí. Me metieron en el programa de protección de testigos y me trajeron aquí. Y ahí es cuando nos conocimos.

      Ella sacudió la cabeza.

      —Es increíble y aterrador. No me puedo creer que hayas pasado por todo eso. Nunca dijiste... —se detuvo y lo miró—. ¿Diecisiete? ¿Tenías diecisiete años? Creía que tenías quince cuando llegaste aquí. Celebramos tu cumpleaños cuando cumpliste dieciséis.

      —Mentí.

      —¿Sobre tu edad?

      —Formaba parte del programa. Era dos años mayor de lo que pensabas. Y sigo siéndolo.

      Pudo ver que a ella no le hizo gracia el chiste.

      —Yo tenía catorce.

      —Lo sé. Por eso nunca... —agarró su café—. Bueno, el caso es que vieron a mi padre por la zona. En aquel momento, yo estaba viviendo con un federal del programa de protección e inmediatamente decidieron sacarme del pueblo. Quería decírtelo, Patience, pero no pude. Pasó mucho tiempo hasta que detuvieron a mi padre y lo encerraron, y, después, ya no estaba seguro de que fueras a acordarte de mí.

      O de que debiera ponerse en contacto con ella. Incluso ahora, mientras le contaba la versión saneada de su pasado, veía que estaba siendo demasiado para ella. Parecía impactada. Él mismo lo había vivido y aún le costaba creer lo sucedido.

      —¿Y qué pasó con tu padre? ¿Aún sigue entre rejas?

      —Está muerto. Murió en un incendio en la cárcel.

      «Murió y quedó irreconocible», pensó. Lo habían identificado mediante informes dentales. Pero Justice no sentía nada por ese hombre, lo único que sintió cuando murió fue alivio.

      Y la pregunta sobre cuánto había de su padre en él no era algo que quisiera discutir con ella. Patience no formaba parte de todo eso; era la luz para su oscuridad y no quería que eso cambiara.

      —La cabeza me da vueltas —admitió Patience y soltó el café—. ¿Sabes qué es lo más retorcido? Que lo que más me sorprende es que tuvieras dieciocho años cuando yo creía que tenías dieciséis; me sorprende más que el hecho de que estuvieras en un programa de protección de testigos porque tu padre te quería ver muerto. Creo que eso significa que algo no me funciona bien y me disculpo por ello.

      Él le sonrió.

      —Al menos tienes prioridades.

      Se quedó observándolo un segundo y después agachó la cabeza.

      —No puedo imaginarme todo por lo que has pasado. ¡Y yo aquí compadeciéndome de mí misma porque estaba loquita por ti! Quería contártelo. Es más, iba a contártelo aquel día, pero apareció Ford.

      Él se dijo que esa información era interesante, aunque no importante. Aun así, sintió cierta satisfacción seguida rápidamente por una sensación de pérdida. A menudo se había preguntado qué habría pasado si hubiera sido un chico normal que vivía en Fool’s Gold, pero, por desgracia, nunca había tenido tan buena suerte.

      Sabía que si fuera un tipo medianamente decente, se marcharía de inmediato. Que un hombre como él no tenía cabida en su vida. Pero no podía marcharse, al igual que no había sido capaz de olvidar.

      —Recuerdo aquel día —admitió—. Actuabas como si estuvieras pensando en algo.

      —Y así era. Pensaba en ti. Con catorce años, mi corazón de chiquilla temblaba cada vez que estabas cerca.

      Le gustó cómo sonó eso.

      —Qué mal, ¿eh?

      Ella asintió.

      —Me daba esperanzas que no parecieras interesado en nadie, pero me preocupaba que solo me vieras como amiga. Estaba decidida a contarte la verdad, aunque también estaba aterrorizada. ¿Y si yo no te gustaba?

      —Sí que me gustabas. Pero era demasiado mayor para ti.

      —Eso lo veo ahora –sonrió—. Dieciocho. ¿Cómo puede ser? Estoy totalmente alucinada. Me recuperaré, pero necesitaré un momento —su sonrisa se desvaneció—. Justice, cuando te marchaste... Bueno, todos te echamos de menos y nos preocupamos por ti.

      Él alargó la mano por encima de la mesa y le acarició el dorso de la mano.

      —Lo sé. Y lo siento.

      —Fue como si nunca hubieras estado allí. Solía pasar por tu casa esperando que aparecieras tan misteriosamente como te marchaste.

      Y él, por su parte, había esperado que ella lo hiciera. A menudo había pensado en Patience, se había preguntado si se acordaría de él. En algunos momentos, pensar en ella había sido lo que le había ayudado a seguir adelante.

      —¿De verdad estuviste aquí el otoño pasado?

      —Un poco. Tenía una clienta.

      —Dominique Guérin. Lo sé. Soy amiga de su hija —Patience ladeó la cabeza—. ¿Por qué no fuiste a buscarme?

      Antes de que él pudiera pensar en una excusa que sonara mejor que decir que había tenido miedo, una niña entró en el establecimiento. Debía de tener diez u once años, tenía el pelo largo y unos ojos marrones que le resultaban familiares. Miró a su alrededor y corrió hacia su mesa.

      —Hola, mamá.

      Patience se giró y sonrió.

      —Hola, cielo.

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