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no está! ¡No están ni él, ni su tío, ni todas sus cosas!

      Su madre entró corriendo en el salón.

      —¿De qué estás hablando?

      Le contó lo sucedido. Ava agarró una chaqueta, la siguió hasta la puerta trasera y diez minutos después estaba viendo el interior de la casa vacío. Quince minutos más y la policía había llegado.

      Patience presenció todo el movimiento y escuchó la conversación. Nadie sabía lo que había pasado. Nadie había oído ni visto nada, pero todos coincidieron en que era muy extraño. Justice y su tío habían desaparecido. Era como si nunca hubieran estado allí.

      —Recórtame las cejas —dijo Alfred agitando sus blancas y pobladas cejas al hablar—. Quiero estar atractivo.

      Patience McGraw contuvo la sonrisa.

      —¿Tienes planeada una gran noche con tu señora?

      —Y tanto.

      Un concepto que resultaría romántico si Alfred y su encantadora esposa tuvieran menos de... pongamos... noventa y cinco. Patience tuvo que contenerse para no decirle que a su edad debían tener cuidado; suponía que la lección más importante que podía sacar era que el amor verdadero y la pasión podían durar toda una vida.

      —Estoy celosa —le dijo mientras le recortaba las cejas.

      —Elegiste a un hombre pésimo —le contestó Albert encogiéndose de hombros—. Con perdón.

      —No puedo quejarme porque me digas la verdad —dijo Patience, preguntándose cómo sería vivir en una ciudad más grande donde nadie supiera cada detalle de tu vida personal. Pero había nacido en Fool’s Gold y había crecido con la idea de que entre amigos y vecinos pocos secretos podía haber.

      Lo cual significaba que todo el pueblo sabía que se había quedado embarazada con dieciocho años y que «ese hombre pésimo», que era el padre de su hija, las había abandonado menos de un año después.

      —Ya encontrarás a alguien —le dijo Alfred dándole una palmadita en el brazo—. Una chica tan bonita como tú debería tenerlos haciendo cola —le guiñó un ojo.

      Pero a pesar de sus cumplidos, resultaba que estaba increíblemente libre de hombres. Por un lado, no es que en Fool’s Gold hubiera mucho donde elegir y, por otro, como madre divorciada, tenía que tener mucho cuidado. Además, estaba el hecho de que a la mayoría de los hombres que conocía no les apetecía tener que cargar con los hijos de otros.

      Mientras Patience elegía las tijeras adecuadas para librarse de un par de pelillos rebeldes, no dejaba de decirse que estaba muy a gusto con su vida. Si le dieran a elegir, preferiría poder abrir su propio negocio antes que enamorarse. Pero de vez en cuando se veía anhelando a alguien en quien apoyarse; un hombre al que amar, un hombre que estuviera a su lado.

      Dio un paso atrás y observó el reflejo de Albert.

      —Estás más guapo todavía que antes —le dijo soltando las tijeras y quitándole la capa.

      —Cuesta creerlo —contestó Albert con una sonrisa.

      Ella se rio.

      —¿Patience?

      Se giró sin reconocer la voz que la había llamado. En la puerta del establecimiento había un hombre.

      Su mente se percató de varias cosas a la vez. Albert era su último cliente del día. Si ese hombre estaba de paso por allí, no podía saber su nombre. Era alto, con el pelo rubio oscuro y los ojos de un azul intenso. Tenía los hombros anchos y un rostro que bien podía aparecer en una pantalla de cine. Sí, muy guapo, pero no tenía ni idea de quién era...

      Al instante, y cuando lo vio avanzar hacia ella, la capa se le cayó de las manos. Era más alto y mucho más musculoso, pero sus ojos... eran exactamente los mismos. ¡Hasta le salieron unas arruguitas cuando le sonrió!

      —Hola, Patience.

      De pronto, volvía a tener catorce años y estaba en aquella casa vacía, más asustada que en toda su vida. No habían obtenido respuestas, no desde aquel día, ni ninguna solución al misterio. Solo preguntas y la agobiante sensación de que algo terrible había sucedido.

      —¿Justice? —preguntó con voz débil—. ¿Justice?

      El hombre se encogió de hombros y ese gesto tan familiar le bastó para echar a correr. Se abalanzó sobre él, decidida a no dejarlo escapar en esta ocasión.

      Él la abrazó casi con la misma fuerza con la que ella se aferraba a él. Estaba ahí, era real. Patience apoyó la cabeza en su hombro e inhaló su aroma. Un aroma masculino a limpio que no tenía nada que ver con el aroma del chico que recordaba. No podía estar pasando, pensó aún aturdida. Era imposible que Justice hubiera vuelto.

      Y, sin embargo, ahí estaba. Pero ese hombre era muy distinto de aquel chico y enseguida la situación se volvió algo incómoda. Se apartó y se apoyó las manos en las caderas.

      —¿Qué te pasó? ¡Me dejaste! ¿Adónde demonios fuiste? Estaba aterrada. Todo el pueblo estaba preocupado. Llamé a la policía.

      Él miró a su alrededor y Patience no tuvo que seguirle la mirada para saber que eran el centro de atención. Ella estaba acostumbrada, pero Justice podía encontrarlo algo embarazoso.

      —¿Cuándo puedes tomarte un descanso?

      —En cinco minutos. Alfred es mi último cliente del día.

      —Te esperaré fuera.

      Se marchó antes de que pudiera detenerlo y lo hizo moviéndose con una combinación de determinación y energía. En cuanto la puerta se cerró tras él, las demás peluqueras y la mitad de las clientas se acercaron.

      —¿Quién es? —preguntó Julia, su jefa—. ¡Qué hombre más guapo!

      —Ya lo he visto antes por el pueblo —añadió otra mujer—. Con esa bailarina. Era su guardaespaldas.

      —¿Se ha mudado aquí?

      —¿Es un antiguo novio?

      Alfred carraspeó antes de decir:

      —Tranquilas, señoras. Dejadle a Patience algo de espacio para respirar.

      Patience le sonrió con gesto de gratitud. Él le pagó el corte de pelo y le dio cincuenta centavos de propina. «No me voy a hacer rica trabajando aquí», pensó al acompañar al anciano hasta la puerta y darle un beso en la mejilla.

      Después, fue a ordenar su puesto de trabajo bajo la atenta mirada de Julia.

      —¿Nos darás detalles mañana?

      —Por supuesto.

      Compartir lo que a uno le pasaba formaba parte de la cultura de Fool’s Gold, tanto como presentarte en una casa con una cacerola de comida recién hecha cuando se producía algún nacimiento, una muerte o una enfermedad grave. Por mucho que no quisiera revelar cada detalle de su inminente encuentro con un hombre de su pasado, sabía que esa decisión no estaba en sus manos.

      Paró brevemente en el lavabo para asegurarse de que no tenía manchada la camiseta negra, se soltó su larga melena castaña de la cola de caballo y por un momento se paró a pensar que debería haberse echado las mechas, haber llevado algo de maquillaje y haberse puesto una ropa algo más llamativa ese día. Pero qué más daba. Era como era, y nada, a excepción de una cirugía plástica o un cambio de imagen total, la cambiaría ya.

      Se puso un poco de brillo de labios y se estiró la parte delantera de su camiseta de «Chez Julia» una última vez. Dos minutos más tarde, ya tenía el bolso en la mano y estaba saliendo a la calle.

      Justice seguía allí, con su más de metro ochenta. Llevaba un traje oscuro, una camisa blanca e impoluta y una corbata gris humo.

      —Hace

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