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Además, se les había acabado la comida hacía unas horas.

      Él tenía la misión de vigilar y recabar cualquier prueba, pero había recibido órdenes tajantes de mantenerse al margen de cualquier acción. Joe estaba allí para cubrirle las espaldas si las cosas se complicaban.

      Y él sentía un gran agradecimiento por tener aquel trabajo, por muy insignificante que fuera.

      –Solo era por decir algo –repitió Joe.

      –¿Qué es lo que has dicho?

      Joe le echó una mirada torva.

      –¿Por qué no me has escuchado?

      «Porque estoy teniendo fantasías sexuales con tu hermana, que está desnuda debajo de mí, diciendo mi nombre entre gemidos…».

      –Esto no va a ocurrir hoy –dijo Joe, mientras se quitaba los auriculares–. La información estaba equivocada.

      La información sobre la que se basaba la vigilancia de aquel día la había recopilado Molly, y él la había revisado con minuciosidad.

      –El instinto me dice otra cosa.

      Y su instinto casi siempre acertaba. Lo había refinado mucho en la Agencia Antidroga, donde había trabajado cinco años de agente encubierto. En varios de sus casos había tenido que investigar grandes fraudes a compañías de seguros, y uno de esos casos había sido el que le había costado el amor de su vida, aunque fuera de manera indirecta.

      No iba a pensar en eso.

      De cualquier modo, aquella misión iba a ir según lo previsto. Su cliente, un fabricante de automóviles muy importante, tenía un problema. Algunos de sus empleados estaban haciendo horas extra cuando se había resbalado el eje de un camión, que había caído al suelo. Siete de los empleados habían declarado heridas de diferente gravedad, aunque ninguno de ellos hubiera recibido un golpe. Tres de los empleados habían vuelto a sus puestos de trabajo, pero los otros cuatro seguían de baja y habían presentado una demanda contra el fabricante.

      Lucas había investigado con ayuda de Molly, ya había descubierto que los cuatro empleados eran amigos de toda la vida, tanto, que hasta iban juntos de vacaciones. Todos tenían la baja médica, pero Molly había encontrado registros de sus tarjetas de crédito que los situaban tres fines de semana seguidos en el circuito de carreras de coches de Sonoma, el Sonoma Raceway.

      Estaban tomando clases de conducción de coches de carreras.

      –Puede que tengas razón –le dijo Joe, al ver que entraban dos coches al aparcamiento.

      De cada uno de los vehículos salieron dos hombres. Por las fotografías y las descripciones que tenían de ellos, Lucas y Joe supieron al instante que se trataba de los trabajadores supuestamente heridos en el accidente laboral.

      –Demonios –murmuró Joe, mientras hacía fotografías de los hombres–. ¿Lo tienes?

      –Sí –dijo Lucas, sin dejar de grabar en vídeo la entrada de los empleados al circuito–. ¿Todavía quieres marcharte?

      –Cállate.

      Cuando los hombres hubieron entrado en el circuito, Lucas y Joe salieron de la furgoneta para conseguir más pruebas, y para asegurarse de que los empleados subían de verdad a los coches de carreras.

      –Siempre se me olvida lo buena que es –murmuró Joe, mientras ocupaban su sitio de espectadores en las gradas– Molly.

      Lucas no respondió. Porque él nunca olvidaba lo buena que era Molly.

      Salvo por lo de la otra noche…

      #BahPatrañas

      Lucas y Joe no pudieron enseñarle la grabación de los empleados conduciendo coches de carreras a todo el mundo hasta el día siguiente, después del mediodía. El equipo se había reunido en la sala de juntas para poner en común información sobre una operación que acababan de terminar. Archer, Joe, Lucas, Max, Reyes y Porter, además de Carl, el dóberman de cuarenta y cinco kilos de Max. Todos iban vestidos todavía con la ropa de su última misión, y eso significaba que todavía estaban llenos de adrenalina después de haber terminado una peligrosa operación con éxito.

      Lucas no había tomado parte de la acción, pero había estado otra vez ocupándose de la vigilancia, en la furgoneta, lo cual era un asco. Sin embargo, Archer se había negado a permitirle que hiciera algo más hasta que su médico le hubiera dado el alta, algo que no iba a suceder hasta después de una semana más.

      Lucas pensó en pedirle a Molly que llamara a su médico y le dijera que él había estado a la altura de la acción unas noches antes, pero, con su suerte, seguro que ella le diría que esa acción no había merecido tanto la pena.

      En aquel momento, estaban dando un informe oral de la misión.

      –Buen trabajo –les dijo Archer, después de haber oído todo lo que habían hecho–. No podríamos haber resuelto este caso tan rápidamente sin tu ayuda.

      Lucas abrió la boca para darle las gracias, pero se dio cuenta de que Archer estaba hablando con Molly.

      Ella sonrió al oír aquel cumplido, poco frecuente en su jefe, y Lucas cabeceó ligeramente, pensando que Archer y Joe se equivocaban al intentar cortarle las alas.

      Cuando terminó la reunión, todo el mundo se marchó de la sala. Lucas permaneció allí sentado y abrió el ordenador portátil, porque uno de sus cometidos era escribir el informe. Otro motivo para odiar a su jefe.

      Su madre lo llamó por teléfono y él puso la llamada en altavoz para poder seguir tecleando.

      –Lucas Allen Knight –dijo.

      Llevaba cuarenta años en los Estados Unidos, pero todavía tenía un ligero acento de su país natal, Brasil, y el sonido de su voz siempre le hacía sonreír.

      Bueno, normalmente.

      –Me has estado ignorando –le reprochó a su hijo.

      Él exhaló un suspiro.

      –Hola, mamá. No, no te he ignorado, lo que pasa es que he tenido mucho trabajo…

      –Cariño, no te esfuerces. Sé que este trabajo, al contrario que el anterior, no te exige que estés desaparecido durante semanas.

      Era cierto y, en parte, el motivo por el que volvía a tener una vida, aunque no estaba seguro de merecérselo.

      –Bueno, y ¿qué tal estás, cariño?

      Él no le había contado que le habían disparado, ni que estuviera de baja médica. Si se lo hubiera contado, tanto ella como Laura, su hermana mayor, se habrían lanzado sobre él como perros hacia un hueso. Unos perros dulces y cariñosos, pero, de todos modos…

      –Estoy muy bien, te lo prometo. Te llamo este fin de semana para contarte mi vida.

      –Querrás decir que vas a venir a verme este fin de semana.

      Oyó un resoplido y se dio la vuelta. Vio que Molly estaba allí, escuchando la conversación sin ningún reparo.

      –Mamá –dijo él–. Tengo mucho trabajo. ¿Por qué no eres más comprensiva?

      –Soy muy comprensiva. Con todas las madres cuyos hijos no van a visitarlas. ¿Sabías que el hijo de Margaret Ann Wessler sí viene a visitarla. Y el hijo de Sally Bennett, también.

      –Voy a ir a verte –dijo él, por fin.

      –Y vas a venir a la fiesta familiar de Navidad el fin de semana que viene.

      –Mamá…

      –Va a venir todo el mundo, Lucas. Incluso mi exmarido.

      –¿Te refieres a mi padre? –le preguntó él, con ironía. Sus padres llevaban divorciados veinte años, y eran amigos.

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