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Navidad. Iré.

      –Y a la Nochebuena, que es dos semanas después. Y el día de Navidad, también, porque…

      –Mamá…

      –No me digas que vas a trabajar ese día. Si me lo dices, llamo personalmente a tu jefe. No creas que no lo voy a hacer.

      Él se imaginó a su madre llamando a Archer para echarle una bronca y sonrió.

      –Allí estaré.

      –Muy bien, hijo –respondió su madre, en un tono más cálido, lo cual era lógico, porque había conseguido lo que quería desde el principio–. Y trae a una novia a la fiesta…

      –Lo siento –dijo él–. No te oigo bien, hay interferencias…

      –¡Lucas!

      –Voy a entrar a un túnel –añadió él, e imitó el sonido de las interferencias antes de colgar.

      –Necesitas un poco más de flema en esos ruidos –dijo Molly con cara de diversión–. ¿Siempre le dices mentiras a tu madre?

      –Cuando puedo librarme de una buena ––dijo él. Apartó el ordenador portátil y la miró–. ¿Acaso tú nunca les dices alguna mentira a tus padres para conservar la cordura?

      –No.

      –Vamos –dijo él con incredulidad–. ¿Nunca?

      –Bueno, es que a mi padre no se le puede mentir. Tiene un detector de mentiras interno –dijo ella, tocándose la sien con un dedo–. Y mi madre… murió hace mucho tiempo.

      Él cabeceó.

      –Lo siento. Soy idiota.

      –No lo sabías.

      –No, no lo sabía. Pero, de todos modos, lo siento.

      Ella se encogió de hombros y se dio la vuelta.

      –Molly…

      –Apaga la luz cuando termines aquí –dijo ella–. Hoy voy a cerrar pronto.

      –Molly.

      Entonces, ella se giró hacia él.

      –¿Fueron a verte los elfos? –le preguntó Lucas.

      Ella vaciló.

      –Sí.

      –¿Y qué les dijiste?

      –Que iba a ayudarles –respondió Molly, como si él fuera corto de entendederas.

      Se marchó de la sala, y él respiró profundamente. Su madre era entrometida, mandona y manipuladora, y no podía dejar de meterse en su vida, pero también era cariñosa y protectora, y estaba dispuesta a luchar con su vida por la gente a la que consideraba suya. Él no podía imaginarse un mundo sin su madre.

      Pero Molly no tenía nada de eso, porque su madre había muerto.

      No era la primera vez que maldecía a Joe porque, a pesar de que fuera tan buen amigo suyo, casi nunca hablaba de su vida privada, y menos, de su familia. Ojalá pudiera dar marcha atrás y borrar los últimos minutos. En realidad, ojalá pudiera rebobinar los últimos días y llegar al momento en que había mezclado un chupito de bourbon con los analgésicos y, después, se había acostado con Molly.

      Aunque, si recordara la parte en la que se había acostado con Molly, no querría borrar los recuerdos…

      Apagó las luces y recorrió el pasillo.

      Archer estaba apoyado en el mostrador de Molly, leyendo un expediente. Joe y Reyes estaban cerca de la puerta principal, charlando.

      –¿Te vas? –le preguntó Archer a Lucas.

      –No, todavía no. Voy a terminar el informe.

      Reyes lo miró.

      –No has contado con qué chavala terminaste la otra noche.

      Lucas se quedó petrificado.

      –A que lo adivino –prosiguió Reyes–. Con la morena del final de la barra, ¿no? Es nueva, no la había visto nunca.

      Lucas tuvo que hacer un esfuerzo por acordarse de la chica morena. No era Molly; ella miró, y se dio cuenta de que ella lo estaba observando fijamente.

      –A lo mejor fue la pelirroja de la mesa de billar. Está buenísima –comentó Joe.

      –Sí –dijo Lucas–, claro.

      –Sí, claro, ¿cuál? –inquirió Reyes–. ¿La morena de la barra o la pelirroja de la mesa de billar?

      Molly los miró como si estuviera viendo el programa de televisión más fascinante de la historia.

      –¿Con las dos? –preguntó Joe, esperanzadamente.

      –Cerdo –le dijo Molly a su hermano, que se encogió de hombros.

      –Él está soltero –respondió Joe–. Así que, ahora, yo tengo que vivir a través de su experiencia.

      –Ya se lo diré yo a Kylie –respondió Molly–. Además, la pelirroja de la mesa de billar que está buenísima tiene un nombre. Se llama Ivy, y es genial.

      –Sí –dijo Reyes, señalando a Molly–. Es la chica de la furgoneta de tacos que está aparcada en la esquina. La comida que hace está increíblemente buena.

      Nadie respondió, porque todo el mundo estaba mirando a Lucas y esperando su respuesta.

      –No es asunto vuestro –les dijo él.

      Archer se echó a reír y se apartó del mostrador de recepción. Se dirigió hacia su despacho.

      –Elle dice que terminaste solo.

      Lucas abrió la boca, pero se topó con la mirada de Molly y volvió a cerrarla. Elle iba a tener que pensar que él era un perdedor que se inventaba sus aventuras, y no sería porque Joe y Archer fueran a matarlo si supieran la verdad, sino porque él jamás delataría a Molly.

      Joe y Reyes se despidieron y se marcharon. Entonces, Molly se puso de pie y tomó su bolso, como si, de repente, tuviera mucha prisa.

      Seguramente, tenía prisa por evitarlo a él.

      –Buenas noches –dijo.

      –Puedes correr, pero no puedes esconderte –respondió Lucas en voz baja.

      Ella se echó a reír, pero se marchó de todos modos. Cuando salió por la puerta, Lucas dio un paso para seguirla, y se dio cuenta de que alguien lo estaba observando.

      Archer había vuelto y estaba apoyado en el quicio de la puerta.

      –Bueno, y… ¿cómo han ido las cosas?

      Lucas suspiró.

      –No estoy seguro de poder convencer a Molly de que no acepte el caso del Santa Claus malvado. Las ancianitas la han convencido primero.

      –¿Me estás diciendo que un par de ancianas son mejores que tú?

      –No, claro que no.

      –Bueno –dijo Archer–, porque tengo un nuevo trabajo para ti.

      –¿Y por qué será que no me emociona mucho oírtelo decir? –murmuró Lucas.

      –Si ella se mete en el caso de los elfos sin pedirnos ayuda a Joe ni a mí…

      –¿Lo dices en broma? –preguntó Lucas–. Ella no os va a pedir ayuda. Nunca le pide ayuda a nadie, y lo sabes.

      –Sí, lo sé –dijo Archer–. Así que tú te vas a ofrecer para ayudarla y, de paso, protegerla. Y, como valoro mucho mi vida, no vas a decirle que fui yo el que te hizo este encargo.

      –Entonces, si se entera… ¿soy yo el único que va a morir?

      –Exacto.

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