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completo, pero ella había tenido un miedo atroz a que su hermano muriera, a quedarse sola en el mundo con su padre.

      –Sí, estamos unidos –dijo ella–. Pero de un modo diferente. Hemos tenido que estar unidos para sobrevivir.

      –Eso lo entiendo. Lo entiendo mejor de lo que tú piensas.

      Entonces, fue ella quien lo miró, pero Lucas estaba concentrado en la conducción. Dio unos cuantos giros y terminó en una calle bien iluminada, de casas victorianas, bien cuidada y decorada con guirnaldas y luces de Navidad.

      Lucas se detuvo delante de una casa iluminada de arriba abajo. En la entrada había aparcados seis coches, y dos más en el césped, donde habían recortado la silueta de un reno. La calle también estaba llena de coches.

      –Dios Santo –dijo Molly.

      Lucas metió el coche entre el reno y los demás vehículos.

      –Las noches de partida familiar son muy concurridas.

      –¿Cuántos sois en tu familia? ¿Todo San Francisco?

      –No, pero sí somos muchos –dijo él, y la miró–. Tardo dos segundos, como mucho.

      El mensaje estaba claro: «Quédate aquí». Pero ella salió con él.

      Él hizo un mohín.

      –Mira, ya has oído a mi madre y a mi hermana por teléfono. Toda mi familia es así. Están locos de atar. Para mí ya no hay remedio, pero tú sálvate, espera aquí.

      –Ni hablar –dijo ella mientras él sacaba el juego del maletero.

      Se abrió la puerta principal y salió un montón de gente. Al frente del grupo había una mujer de unos cincuenta y tantos años, con el pelo y los ojos negros, muy parecida a Lucas. La acompañaban dos mujeres más jóvenes, con el mismo pelo y los mismos ojos.

      –Mi madre, mi hermana Laura y mi prima Sami –le dijo Lucas–. Prepárate.

      –¿Para qué…?

      Antes de que pudiera terminar lo que iba a decir, la madre de Lucas se había acercado y lo había abrazado. Las otras dos mujeres abrazaron a Molly una a una, sonriendo y diciendo lo mucho que se alegraban de conocerla.

      Entonces, las mujeres Knight cambiaron de puesto, y fue la madre de Lucas quien la abrazó mientras su prima y su hermana lo abrazaban a él.

      –Mamá, deja de invadir el espacio personal de mi compañera de trabajo.

      –Oh –dijo su madre y, con cara de decepción, se apartó de Molly–. Esperaba que fuera tu novia.

      Lucas soltó un resoplido, tomó de la mano a Molly y la rescató de su madre.

      –Trabajamos juntos.

      –¿Y hay alguna política en Investigaciones Hunt que prohíba salir con los compañeros de trabajo?

      –No respondas a eso –le dijo Lucas a Molly, cuando ella abrió la boca–. Hazme caso.

      –¡No la hay! –exclamó su madre con alegría.

      Laura y Sami se echaron a reír.

      –Es porque las dos estamos casadas, ¿sabes? –le dijo Laura a Molly–. Y yo le he dado un nieto, incluso. Ahora mi madre está concentrada en que Lucas le dé más nietos.

      –¿Te gustan los niños? –le preguntó la madre de Lucas a Molly–. ¿Estás soltera?

      –Ya hemos hablado de esto, mamá –dijo Lucas–. Ibas a dejar de acosar a las desconocidas y de intentar casarlas conmigo.

      –Bueno, Molly no es una desconocida, ¿no? Es tu compañera de trabajo –dijo su madre, y sonrió a Molly–. Estoy encantada de conocerte. Además, sé que eres la hermana de Joe, ¿verdad?

      –Sí –dijo Molly–. ¿Lo conoce?

      –Trátame de tú, querida. Lo conocí un momento, hace unos meses, porque obligué a Lucas a pasar por aquí y estaba con Joe. Cenaron aquí, y agradeció mi comida –dijo, y miró con desdén a Lucas–. Al contrario que otra gente.

      –Mamá, a mí me encanta tu comida y te lo agradezco mucho, tanto, que tengo que correr ocho kilómetros todas las mañanas.

      La señora Knight rodeó con un brazo a Molly y la dirigió hacia la puerta principal.

      –Estás helada. Ven conmigo, tengo…

      –Mamá –dijo Lucas–. Apártate de ella. Estamos trabajando.

      –Pero tenéis que cenar.

      –No tenemos hambre –respondió él. Le dio el juego a su madre y, después, la abrazó afectuosamente y le dio un beso en la sien–. Te quiero, alocada.

      Ella lo estrechó con fuerza.

      –Algún día me moriré y vas a lamentar haber sido tan malo conmigo.

      Lucas se echó a reír y volvió a darle un beso. Abrazó a Laura y a Sami y tomó a Molly de la mano.

      –Buenas noches –dijo con firmeza.

      Volvieron al coche. Molly iba pensativa. Su familia no se parecía en nada a la de Lucas, tan cariñosa y cálida. A Joe y a ella los había criado un padre viudo con síndrome de estrés postraumático. No podía conservar un trabajo durante mucho tiempo, y estaban siempre faltos de comida y de un hogar estable. No tenían mucha seguridad, así que ella había aprendido a depender solo de sí misma desde muy joven. Con aquella vida llena de golpes, se había formado un grueso muro alrededor de su corazón, y no había muchas cosas que pudieran atravesarlo.

      Pero Lucas, que también había sufrido, no tenía esa muralla de defensa y, al pensarlo, ella se sintió incómoda.

      Él puso en marcha el motor y la miró.

      –Has superado muy bien la prueba. Gracias por ser tan agradable.

      –Tu familia –dijo ella, que aún estaba un poco abrumada–. Son…

      –Están locas, ya lo sé.

      –No, no, son…

      –¿Entrometidas, manipuladoras, autoritarias?

      –Ya basta –dijo ella, riéndose. Sin embargo, pronto se le borró la sonrisa de los labios–. Tienes mucha suerte, Lucas.

      –Sí, ya lo sé –dijo él, igualmente serio–. Me parece que tú no, ¿verdad?

      –Sí, yo también tengo suerte –respondió Molly, pensando en lo mucho que significaban para ella Joe y su padre–. Solo que de un modo diferente.

      #BajoElMuérdago

      Molly observó el Pueblo de la Navidad mientras Lucas metía el coche en el aparcamiento. Estaba construido en una enorme parcela en el puerto deportivo, muy iluminado, con un ambiente anticuado. No estaba segura de si aquello era deliberado, pero daba la sensación de que los adornos y las luces tenían más de medio siglo.

      Lucas aparcó y se giró hacia ella.

      –Vamos a entrar como si fuéramos clientes. Somos una pareja que hemos salido a pasar un rato divertido –le dijo.

      Ella lo miró fijamente.

      –Deberías saber que yo solo acepto las órdenes de los machos alfa en la cama.

      Era un farol, pero, bueno, tal vez estuviera provocándolo para que volviera a besarla.

      –Molly –dijo él, respirando profundamente–. No puedes decir esas cosas. Me aprovecharé de ellas.

      –Promesas, promesas.

      Él cerró los ojos y gruñó.

      –Me vas a matar.

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