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podemos.

      Ella cerró los ojos y se apartó. Se dio la vuelta.

      –Claro que no. Sería una estupidez. No sé en qué estaba pensando. No estaba pensando, en realidad.

      Tomó el bolso y se dirigió directamente hacia la puerta.

      Lucas la agarró de la mano y tiró de ella.

      –No te atrevas a decir que lo sientes por mí –rugió Molly.

      Él le acarició la sien con un dedo y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja.

      –No, no lo siento por ti. Siento lo que me estoy perdiendo.

      –Bueno, yo, también –respondió ella, zafándose–. Porque te habría vuelto loco. Ahora tengo que irme a resolver mi caso.

      Cerró la puerta antes de que él pudiera decir algo más, y lo dejó impresionado. No había mucha gente que pudiera hacerle sentir como un estúpido, y ella lo había conseguido sin esfuerzo.

      La alcanzó en el ascensor, y no se le escapó que tenía una expresión dolida. Cuando ella alzó la mirada y lo sorprendió observándola, él sacó suavemente su teléfono móvil y se puso a mirar la pantalla.

      –No tienes por qué fingir que no te das cuenta –dijo ella, cuando las puertas del ascensor se abrían al patio del edificio.

      Hacía una noche muy fría, pero Molly salió sin detenerse y aminoró el paso cuando llegó a la altura del callejón del viejo Eddie, que estaba sentado en su caja. En aquella ocasión no estaba con Caleb, sino con una mujer, algo que era una novedad. Ella tenía el pelo plateado y la piel sonrosada, y Eddie y ella se estaban riendo de algo.

      –Os presento a Virginia –dijo Eddie–. Es mi novia. Nos hemos conocido porque ella ha venido a buscar un poco de mi muérdago especial.

      Lo más probable era que aquel muérdago especial fuera marihuana, y si Archer le pillaba vendiéndolo de nuevo, Spence y él tendrían que intervenir, como ocurría todos los años.

      –Creía que te habías comprometido a no volver a vender más… muérdago –comentó Lucas.

      Virginia sonrió a Eddie.

      –No me va a cobrar. Hoy celebramos una semana juntos.

      Eddie le guiñó un ojo.

      –Pues espera, porque estoy reservando lo mejor para la segunda semana –dijo. Miró a Molly y señaló a Lucas–. ¿Te trata bien?

      Molly miró a Lucas.

      –Oh. No, no es nada de eso.

      –Ah –dijo Eddie, y miró con decepción a Lucas–. Creía que eras más habilidoso.

      Virginia se echó a reír.

      –¿Habilidoso? Cariño, anoche me besaste y te tiraste un pedo a la vez.

      –Fue por los tacos de la furgoneta. Los tacos dan gases a todo el mundo. Pero, eh, todavía sé besar, ¿no?

      Molly se echó a reír y siguió caminando. Lucas la siguió. Un instante después, se detuvieron delante de la fuente del patio. Llevaba allí desde mediados del siglo xix, cuando realmente había vacas en Cow Hollow. El edificio se había construido alrededor de la fuente, y la leyenda decía que, si uno se detenía ante el agua y deseaba el amor verdadero con sinceridad, lo conseguiría.

      Aquel mito se había perpetuado porque había varias parejas que vivían o trabajaban en aquel edificio y que aseguraban que a ellos les había funcionado. Por ese motivo, él prefería rodear a buena distancia la fuente.

      Pero, claro, Molly se había detenido delante.

      Ella miró el agua durante un minuto, con las manos metidas en los bolsillos, y él oyó el tintineo de unas monedas. ¿Iba a pedir el amor verdadero? Él esperaba que no. Y algo de todo eso debió de reflejársele en la cara, porque ella enarcó una ceja.

      –¿Nervioso?

      –No, claro que no.

      –¿Has estado enamorado alguna vez?

      Él se quedó callado, porque no quería hablar de ese tema. Sin embargo, ella se merecía que respondiera con franqueza.

      –Sí –dijo.

      Por su reacción, Lucas se dio cuenta de que Molly no esperaba aquella respuesta.

      –Te has quedado sorprendida –dijo.

      –Sí.

      –¿No crees que yo tengo emociones?

      –Lo que creo es que no admites a menudo que las tienes.

      –Es verdad –dijo él, encogiéndose de hombros–. Pero eso no significa que no las tenga.

      Ella lo miró y ladeó la cabeza.

      –Entonces, has estado enamorado. ¿Qué fue lo que salió mal?

      –Ella murió en un accidente de tráfico.

      –Oh, Dios mío… Lo siento muchísimo. ¿Cuándo ocurrió?

      –Hace ocho años.

      Molly asintió, y dio un paso hacia él.

      –¿Por eso ahora ya no tienes relaciones serias?

      Lucas se encogió de hombros.

      –He sufrido algunas pérdidas, pero también he decepcionado a gente que me importa. No me gusta ese sentimiento, así que supongo que me he condicionado a mí mismo para no implicarme emocionalmente a partir de ciertos límites. Como tú.

      –¿Cómo sabes lo que hago o no hago yo? –preguntó ella.

      –Llevamos dos años trabajando juntos –dijo él–. Nunca te he visto implicarte seriamente en una relación. ¿Me equivoco?

      –No. No te equivocas.

      –¡Molly!

      Los dos se dieron la vuelta y vieron a las amigas de Molly saliendo de la cafetería.

      –Vaya –dijo Sadie, mientras se acercaban, al verle la cara a Molly–. Te brilla la cara.

      Entonces, miró a Lucas con curiosidad. A Sadie no se le escapaba una. De repente, en sus ojos apareció algo así como una advertencia que él entendió perfectamente.

      «Si le haces daño, morirás lentamente y con dolor».

      Él lo entendió, pero Sadie no sabía que había gente que ya estaba dispuesta a matarlo si le hacía daño a Molly, que tendría que ponerse a la cola de Archer y Joe.

      Molly se había puesto las manos en las mejillas.

      –No me brilla la cara. Eso sería raro.

      –No, no es raro –dijo Haley–. Estás muy guapa. Pero también estás… diferente. Hacía mucho tiempo que no te veía tan resplandeciente.

      –Es por el viento frío.

      –Pues a mí no me importaría que me hiciera el mismo efecto –dijo Haley con melancolía.

      –Vamos a cenar –dijo Pru, acariciándose la tripa de embarazada–. ¿Queréis venir?

      –Yo todavía tengo que trabajar –dijo Molly.

      Sadie sonrió y le apretó la mano.

      –Tómatelo con calma, ¿eh?

      –No os preocupéis, estoy bien –dijo Molly.

      Entonces, las dos mujeres se miraron.

      Lucas intentó descifrar aquella mirada, pero no lo consiguió. Sabía que, algunas veces, la gente veía a Molly como una delicada florecilla, pero él, no. Para él era delicada como una… bomba.

      –Esta mañana he hecho

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