Скачать книгу

tanto tiempo.

      –Nos vemos esta noche. Teniendo en cuenta lo que tienes planeado, procuraré aguantar la respiración para no quedarme sin aliento cuando te vea.

      Colgó mientras ella aún estaba riendo. Había logrado bromear un poco, pero empezaba a embargarle una profunda inquietud.

      Samantha frunció el ceño cuando se asomó a mirar por encima del hombro de Emily para ver lo que estaba haciendo en el ordenador, y vio que estaba reservando un billete de avión a Los Ángeles.

      –¿Te vas el domingo?

      –Sí, tengo una reunión en Los Ángeles el lunes por la tarde. Iré un poco justa de tiempo, estoy perdida si pierdo una sola conexión.

      –¿Y qué pasa con lo que le dijiste a Boone? Le prometiste que le darías una oportunidad a vuestra relación, Gabi y yo te oímos –comentó su hermana, antes de sentarse frente a ella en la mesa.

      –Sí, porque nos escuchasteis a hurtadillas. No es asunto vuestro.

      –Vale, olvida mi reacción. ¿Qué crees que va a pensar Boone?, ¿te lo has planteado?

      –Pues claro. Va a pensar que vamos a empezar con lo de la relación a distancia antes de lo planeado; al menos, eso espero.

      –Qué ingenua eres.

      Emily la fulminó con la mirada.

      –Gracias por el apoyo. Se supone que tienes que estar de mi lado, ¿no?

      –Lo estoy, por eso me mata ver cómo metes la pata tan pronto. Quieres estar con Boone, eso lo tengo claro, pero no estás dispuesta a darle ni la más mínima oportunidad a tu relación con él.

      Emily le explicó la propuesta que Sophia le había hecho aquella mañana, y acabó diciendo:

      –No se trata de que me vaya a toda prisa para ganar dinero, estamos hablando de un centro que lleva a cabo una tarea importante. Tengo la oportunidad de hacer algo para ayudar a gente que lo necesita de verdad, por fin he llegado a un punto en mi carrera en el que puedo darme el lujo de hacer un trabajo sin cobrar.

      –¿Habrías accedido si la tal Sophia no fuera una de tus mejores clientas?

      –Me gustaría pensar que sí. Ya sé que Gabi, la abuela y tú pensáis que me dedico a esto por el dinero y los clientes famosos que tengo, y puede que hasta ahora no me haya centrado en nada más. Este centro de acogida me da la oportunidad de contribuir a una buena causa, de encontrar un nivel de satisfacción profesional completamente nuevo.

      –Vale, entiendo que no pudieras decir que no –admitió Samantha al fin.

      –¿Crees que Boone va a entenderlo? –le preguntó, esperanzada.

      –Hay una única forma de averiguarlo, pero te compadezco por tener que decírselo.

      –Sí, no me apetece demasiado hacerlo. Espero distraerlo con un vestido bien escotado, para que ni siquiera se dé cuenta de lo que estoy diciéndole.

      –Es un ardid maquiavélico, pero que a veces resulta efectivo. Aunque no creo que te sirva de mucho cuando asimile tus palabras.

      –Podría proponerle que venga con B.J. a los Ángeles, el niño está deseando ir a Disneyland.

      Lo dijo esperanzada, pero Samantha se encargó de echar por tierra su idea al decir:

      –Boone quiere mantenerle al margen de vuestra relación de momento.

      A juzgar por aquellas palabras, estaba claro que sus dos hermanas habían estado escuchando con suma atención su conversación con Boone la noche anterior. A lo mejor hasta habían estado tomando apuntes.

      –¡Tengo que hacer algo para que se dé cuenta de que no estoy dejándole tirado! –exclamó con frustración.

      Como daba la impresión de que Samantha estaba dándole vueltas al tema, optó por esperar a ver si tenía alguna idea viable. A ella no se le había ocurrido nada que pudiera ser efectivo y su hermana tenía más experiencia en cuestión de hombres, a pesar de que en los últimos tiempos estaba libre y sin compromiso.

      –Pedirle que vaya contigo a la Costa Oeste cuando vuestra relación apenas acaba de empezar podría ser un error táctico –comentó Samantha al fin–. Puede que sea mejor que le digas el día concreto que piensas volver, o que le propongas quedar en un terreno más neutral. ¿Tienes que volver a ir a Aspen?

      –¡Qué buena idea! Pasar un par de días en Aspen sería de lo más romántico, como una especie de luna de miel –la abrazó antes de añadir–: A veces no eres tan inaguantable como parece.

      –¡Vaya!, ¡qué comentario tan halagador! Me parece que voy a ponerlo en mi currículum.

      Emily se echó a reír antes de aconsejarle:

      –Pídele a Gabi que te monte una campaña publicitaria, a eso se dedica. Bueno, tengo que irme ya. Voy a casa a arreglarme, hace bastante tiempo que no me pongo a punto para una cita.

      –¿Qué le decimos a la abuela si pregunta por qué te has largado justo antes de que la marabunta llegue a comer?

      –Que tengo una cita formal con Boone. Se pondrá tan contenta que es capaz de mandarme una peluquera y una manicura.

      –No lo dudes –comentó Samantha, con una carcajada–. Me parece que has encontrado la fórmula mágica para escaquearte del trabajo, Gabi y yo vamos a tener que buscar novio.

      –Ella dice que ya tiene uno.

      –Sí, y tanto tú como yo sabemos que está engañándose a sí misma. Solo espero que no sufra mucho cuando se dé cuenta.

      –Yo también –admitió Emily, pesarosa.

      Boone no recordaba haber visto nunca a Emily tan arreglada y sexy como cuando pasó a recogerla aquella tarde, y tuvo que tragar saliva y contener las ganas de quedarse mirándola boquiabierto como un tontorrón.

      –Estás muy guapa.

      Se había acostumbrado a verla con pantalones cortos y camiseta, y, aunque esa ropa dejaba bastante piel al descubierto, no podía compararse con el elegante y veraniego vestido que se había puesto, ya que se la veía muy femenina y sofisticada.

      También se había puesto unas sandalias de tacón sujetas con tiras que debían de costar más de lo que él ganaba a la semana; de hecho, estaba casi convencido de que había visto unas parecidas en la película de Sexo en Nueva York, que había ido a ver muy a su pesar en una de sus escasas y desastrosas citas.

      Emily sonrió al ver su reacción y, cuando lo miró con ojos chispeantes, Boone volvió a tener delante de repente a la mujer a la que conocía desde siempre.

      –Sabía que era un error comprarme los pantalones cortos –comentó ella, en tono de broma–. Si me hubiera vestido antes así, tú y yo nos habríamos acostado juntos hace días.

      –Yo prefiero creer que mi fuerza de voluntad habría resistido –afirmó, aunque no las tenía todas consigo. En ese momento, la idea de perder el tiempo cenando no le atraía lo más mínimo.

      Ella debió de leerle el pensamiento, porque le tomó del brazo antes de decir:

      –Vamos, me muero por ver tu restaurante. Ni pienses que voy a perder esta oportunidad.

      Él la miró de soslayo.

      –No me digas que no se te ha pasado por la cabeza la idea de pasar de la cena.

      –Claro que sí, pero el de la fuerza de voluntad férrea se supone que eres tú.

      A Boone le costó lo suyo mantener los ojos en la carretera, pero al menos lo intentó. A Emily parecía hacerle mucha gracia ver que la miraba de reojo cada dos por tres.

      –Esta noche se te ve distinta –comentó.

      –Es por el vestido y las sandalias, estás acostumbrado a que parezca recién salida

Скачать книгу