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el consejo sin más.

      –Bueno, ¿qué vas a hacer? –insistió Ethan–. ¿Vas a ir a buscarla?, ¿sí o no?

      –¿Ahora mismo?

      –¡No hay que perder el tiempo, amigo mío! No sabemos cuánto tiempo piensa quedarse ella aquí. A lo mejor lo que quieres es que se vaya, para que la decisión no esté en tus manos. Así podrás quedarte aquí, lloriqueando por haberla perdido y diciéndote a ti mismo que has hecho todo lo que has podido.

      Boone no pudo por menos que admitir que su amigo podía tener razón en eso, y también en algo más: A lo mejor tenía razón al decir que era tonto de remate.

      –¿Te quedas aquí con B.J.?

      –Claro –la sonrisa de Ethan se ensanchó aún más, y añadió–: Puedo quedarme a pasar la noche, si las cosas te salen bien.

      –No creo que haga falta –le contestó, a pesar de que la mera idea hizo que se le acelerara el corazón.

      –En cualquier caso, la oferta sigue en pie. Un tipo inteligente aprovecharía la ocasión.

      Boone deseó estar tan convencido como él de que todo iba a salir bien, pero tenía la sensación de que un tipo realmente inteligente no volvería a poner en juego su corazón por Emily; en cualquier caso, solo había una forma de averiguarlo.

      Emily se dio una larga ducha bien caliente cuando llegó de casa de Boone. Sin molestarse en secarse el pelo, se puso unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas y salió a reunirse con sus hermanas en el porche. Cora Jane, por su parte, había ido al cine con Jerry.

      Se sentó en la tumbona con uno de los sofisticados cócteles de ron que había preparado Samantha, que parecía tener un inesperado interés por aprender el oficio de barman.

      –¿Has hecho las paces con Boone? –le preguntó Gabi.

      –Me he disculpado. Supongo que podría decirse que estamos en paz, aunque no se ha alegrado demasiado cuando le he dicho que me marcho dentro de poco –como no quería que empezaran a sermonearla sobre su inminente marcha, se apresuró a añadir–: ¿Y vosotras qué?, ¿cuándo pensáis iros? El restaurante ya ha vuelto a la normalidad.

      –Yo tengo pensado irme este domingo –admitió Gabi–. Me he enterado de que Samantha, mi jefa, no está nada contenta al ver que tardo tanto en volver. No le parece suficiente tenerme a su disposición a todas horas por teléfono, fax y correo electrónico.

      –¿Has recibido alguna queja de tu novio? –le preguntó Emily.

      Gabi la miró ceñuda, y le contestó con firmeza:

      –Se va a alegrar mucho de que vuelva, por supuesto.

      –Sí, por supuesto –repitió Emily con sequedad.

      –Deja el tema –le aconsejó Samantha–. Ni tú ni yo entendemos cómo es posible que ese tipo no haya dado señales de vida mientras ella está aquí, pero parece que a Gabi no le molesta, y eso es lo único que importa.

      Emily dejó el tema a regañadientes, y le preguntó a Samantha:

      –¿Piensas volver ya a Nueva York?

      –No, aún no. Mi agente me llamará si surge algo, y de momento no hago falta en el restaurante donde echo una mano de vez en cuando. En Nueva York apenas hay movimiento en agosto, todo el que puede aprovecha este mes para tomar vacaciones. Voy a quedarme aquí un poco más.

      –La abuela va a llevarse una alegría. Ándate con cuidado, a lo mejor consigue convencerte de que te quedes aquí de forma definitiva.

      Samantha sonrió al contestar:

      –Lo dudo mucho. No me salen demasiados trabajos, pero los pocos que hay están en Nueva York. Lo que no entiendo es por qué tú estás decidida a marcharte cuanto antes, si aún no has resuelto las cosas con Boone.

      –¿Qué es lo que queda por resolver? Él vive aquí, y yo en la Costa Oeste. ¿Cómo vamos a encontrar un punto medio?, ¿nos vamos a vivir juntos a Kansas?

      –Me parece que podríais encontrar alguna alternativa mejor –comentó Gabi, con una carcajada, antes de añadir con diplomacia–: Aunque Kansas no tiene nada de malo, si el hombre al que amas está dispuesto a llegar a un arreglo.

      –Dudo mucho que Boone esté interesado en llegar a un arreglo.

      –¿Y tú lo estás? –insistió Gabi.

      Emily estuvo a punto de contestar con algún comentario superficial, pero lo que acababa de plantear su hermana merecía ser tomado en serio. Se preguntó si sería posible llegar a un arreglo con Boone, si lo que sentía por él seguía siendo lo bastante fuerte como para que valiera la pena intentar ver adónde conducía. ¿Cómo demonios iba a averiguarlo, si se empeñaba en seguir huyendo? Partir en pos de una elusiva meta cuando una tenía veintiún años era muy distinto a hacerlo diez años después; a aquellas alturas, ya debería ser lo bastante madura para darse cuenta de que tener éxito en su profesión no era tan gratificante como ella había creído. Ya debería saber que quizás había otras cosas en la vida que podían hacer que se sintiera plena y realizada.

      Aún estaba dándole vueltas al asunto cuando oyó que un coche se acercaba y acababa por detenerse; poco después, Boone dobló la esquina de la casa y se acercó a ellas.

      –Eh… si alguien me necesita, estoy dentro –murmuró Samantha.

      –Lo mismo digo –se apresuró a decir Gabi, antes de ponerse en pie con una agilidad que sorprendía un poco, teniendo en cuenta los dos fuertes cócteles que acababa de tomar–. Adiós, Boone.

      Él se detuvo a los pies de los escalones mientras las dos hermanas entraban a toda prisa en la casa, y le preguntó a Emily:

      –¿Tú también vas a huir?

      –No, ya he sido bastante grosera por hoy –le contestó ella, con una pequeña sonrisa–. Además, esta es mi casa. Nadie va a echarme de aquí.

      –Muy bien, ¿puedo quedarme un rato?

      –Como quieras. ¿Te apetece una bebida? –alzó su vaso, que ya estaba medio vacío, y comentó–: No sé qué es lo que ha puesto Samantha en este cóctel, pero a mí me está ayudando a relajarme.

      –No, gracias. Creo que será mejor que tenga esta conversación con la cabeza despejada –contestó él, antes de sentarse en el balancín que había en la esquina del porche.

      Emily empezó a marearse un poco al ver cómo se mecía, y miró ceñuda su vaso.

      –¿Qué demonios habrá puesto Samantha en esta cosa?

      Él se echó a reír y le preguntó:

      –¿Quieres que prepare café?

      –Sí, puede que sea buena idea, sobre todo si piensas decirme algo que no quieras que se me olvide.

      –Enseguida vuelvo. Anda, dame ese vaso. Será mejor que no bebas más.

      –Sí, es verdad –le dio el vaso, aunque un poco a regañadientes.

      Boone no tardó mucho en volver, lo justo para que Emily empezara a ponerse nerviosa pensando en las posibles explicaciones que podía tener su inesperada llegada. Cuando volvió con dos tazas de café, dejó una junto a la mesa que había junto a ella y se sentó de nuevo en el balancín antes de decir:

      –Será mejor que dejes que se enfríe un poco.

      –Me sorprende que hayas venido. Ethan iba a ir a cenar a tu casa, ¿no? –le preguntó ella.

      –Sí, y está allí en este momento. Una de las consecuencias que tiene contar con un muy buen amigo, un amigo que te conoce desde siempre, es que por regla general hay que prestar atención cuando te dice ciertas cosas.

      –¿Qué clase

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