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una buena sacudida a Boone; no, para eso iba a necesitar un plan muy distinto, así que iba a tener que pensar en ello con mayor detenimiento. Porque Boone había acertado en algo: no estaba dispuesta a cumplir su promesa de portarse bien.

      Cora Jane se apartó a toda prisa de Jerry cuando Boone y Emily entraron en la cocina, y se ruborizó avergonzada. No habría sabido decir por qué le causaba pudor mostrar la estrecha relación que había surgido entre los dos, ni por qué sentía la necesidad de ocultarle a sus nietas lo que sentía. A lo mejor era una anticuada que pensaba que tener un romance a aquellas alturas de la vida era inapropiado, que nadie iba a entenderlo.

      A Jerry le hizo gracia su reacción, ya que la miró sonriente y le preguntó:

      –¿Crees que no se han dado cuenta ya de que hay algo entre nosotros?

      –Puede que sí, pero no hace falta que confirmemos sus sospechas –le contestó ella en voz baja–. Prefiero vivir sin aguantar sus bromitas.

      Él se mostró comprensivo y se limitó a decir:

      –Como quieras.

      A diferencia de Boone, que parecía no haber notado nada raro, Emily estaba observándoles con suspicacia y preguntó:

      –¿Hemos interrumpido algo?

      –Para nada –le contestó Cora Jane, con toda naturalidad–. Jerry me ha pedido que pruebe la sopa de cangrejo para ver si está demasiado fuerte.

      El aludido le siguió la corriente y preguntó:

      –¿Cuál es el veredicto?

      –Está perfecta –le aseguró ella, antes de volverse hacia Boone–. ¿Qué tal va Wade con el mueble?

      –Tiene varias sugerencias, está hablándolo con Gabi.

      –¿Ah, sí?

      A Cora Jane le parecía que un hombre tranquilo y centrado como Wade sería perfecto para Gabriella, pero estaba convencida de que su nieta no iba a darse cuenta si no recibía un pequeño empujoncito en la dirección adecuada, ya que tenía tendencia a gravitar hacia profesionales estirados igualitos a su bendito padre.

      Por mucho que Sam fuera su hijo, Cora Jane era consciente de sus defectos y le parecía increíble que hubiera logrado mantener a flote su matrimonio durante tanto tiempo; en su opinión, la madre de sus nietas había sido una santa por aguantar que su marido llegara tarde casi a diario y sus frecuentes ausencias.

      –Abuela, creo detectar cierto brillo de casamentera en tus ojos –comentó Emily.

      –No sé a qué viene eso. Fue Boone quien le pidió a Wade que viniera, no yo.

      –Empiezo a plantearme si hice bien –murmuró él–, me da la impresión de que se están urdiendo un montón de planes malvados.

      Emily se echó a reír.

      –Solo son unos cuantos, y creo que la abuela y yo coincidimos en uno de ellos.

      –Tú también te has dado cuenta, ¿verdad? –le preguntó Cora Jane, encantada de tener una aliada.

      Jerry lanzó una mirada llena de conmiseración a Boone.

      –¿Crees que tendríamos que poner sobre aviso a Wade?

      –Ni se os ocurra –les advirtió Cora Jane–. Es un adulto, puede cuidarse solito.

      –¿Avisamos a Gabi para que esté alerta? –propuso Boone.

      –Os aconsejo que no os metáis en esto –insistió ella.

      Boone alzó las manos en un gesto de rendición.

      –Vale, vale. Me largo a territorio más seguro.

      Jerry asintió.

      –Te entiendo, ojalá pudiera irme contigo.

      –Si te cansas de estar aquí, puedes marcharte cuando quieras –le espetó Cora Jane con sequedad.

      Él la alzó en volandas y le plantó un besazo en los labios.

      –Nunca me canso de ti, a estas alturas ya tendrías que saberlo.

      –¡Ahora sí que la has hecho buena! –murmuró ella, ruborizada.

      Él se echó a reír.

      –Tú eras la única que pensaba que las muchachas no nos habían descubierto.

      –Jerry tiene razón, abuela –afirmó Emily–. Aunque no sepamos a ciencia cierta lo que está pasando, tienes la aprobación de las tres.

      Cora Jane soltó un bufido de indignación.

      –¿Os la he pedido?

      –Dale las gracias, Cora Jane. Sabes tan bien como yo que querías tener la aprobación de las tres –le dijo Jerry.

      –Puede que la quisiera, pero no me hacía falta –refunfuñó ella, antes de mirar a Emily con ojos brillantes–. Vale, está bien. Gracias.

      Emily la abrazó con fuerza y besó a Jerry en la mejilla antes de decir, sonriente:

      –Me alegro mucho de que os tengáis el uno al otro.

      Cora Jane sintió que los ojos se le inundaban de lágrimas; a pesar de sus protestas, aquello era justo lo que ansiaba oír. A lo mejor resultaba que lo que sentía por Jeremiah no era tan descabellado como ella había creído en un principio.

      –Lo que has hecho en la cocina ha estado muy bien –le dijo Boone a Emily, cuando salieron juntos a la terraza.

      –¿El qué?

      –Darle tu bendición a Cora Jane, me parece que estaba muerta de miedo pensando que ni tus hermanas ni tú ibais a aprobar su relación con Jerry.

      –Ella tenía razón al decir que nosotras no tenemos derecho a aprobar o desaprobar lo que haga.

      –Pero vuestra aprobación es importante para ella, le preocupaba mucho que pensarais que estaba comportándose como una vieja tonta.

      –¿Habló contigo del tema?

      –Sí, me lo mencionó.

      –Entonces, tú sabías que había algo entre ellos dos, ¿no?

      –Sí, cualquiera que pase con ellos más de un par de segundos se daría cuenta.

      Ella se puso a la defensiva de inmediato.

      –¿Estás criticándonos a mis hermanas y a mí por no venir más a verla?

      –Tómatelo como quieras. La cuestión es que creo que Jerry llevaba años enamorado de tu abuela, pero lo ocultó mientras tu abuelo estaba con vida. Caleb y él eran amigos, es un hombre de honor y nunca habría traicionado esa amistad.

      –Supongo que nunca me pregunté por qué no había ninguna mujer en su vida. Siempre fue como un miembro más de la familia, como una especie de tío solterón que guarda con celo su vida privada.

      –¿Creías que era gay?

      Ella se echó a reír.

      –¡Claro que no!, ¡ni por asomo! Alguna que otra vez le pillé mirando a las clientas. A lo mejor salía con una mujer distinta cada noche, pero con mucha discreción.

      –Yo creo que salía lo justo para que tus abuelos no sospecharan lo que sentía. Una vez yo estaba ayudando en la cocina y oí a tu abuela intentando convencerle de que saliera con una amiga suya. Él se negó en redondo, dijo que la situación sería muy incómoda si la cosa no iba bien. Está claro que no podía admitir que la amiga no tenía ninguna oportunidad comparada con Cora Jane –la observó con atención por unos segundos antes de preguntar–: ¿Seguro que no te molesta que estén juntos?

      –Seguro. Estaba pensando que, en cierto sentido, es muy dulce que todos esos años de amor no correspondido estén dando sus frutos ahora.

      –Sí, resulta reconfortante.

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