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su ira. Había sabido de antemano que era una locura dejar a B.J. en el Castle’s aquella tarde, ¿en qué había estado pensando?

      –En la clínica de Ethan Cole, en urgencias. La abuela le ha llamado para que viniera. Hay que coser la herida, y habrá que ponerle la inyección del tétano si no se la has puesto ya. Por eso te llamo, Ethan no quiere ponérsela si no hace falta.

      –Déjame hablar con Ethan –necesitaba que un experto le diera su opinión y le tranquilizara.

      –Ya te lo paso.

      –Hola, Boone. B.J. está bien –le aseguró Ethan, con una serenidad y una firmeza que eran de agradecer en un médico de urgencias–. No ha derramado ni una lágrima; de hecho, le encanta la idea de tener una cicatriz. Estoy anestesiando la zona para poder coserle la herida, estará como nuevo en un par de semanas.

      –Júrame que está bien.

      –Te lo juro. Para cuando llegaron a la clínica, Emily había conseguido detener la hemorragia. Se mantuvo serena en todo momento, y eso contribuyó a calmar a B.J.

      –¿Por qué demonios estaba jugando en el aparcamiento?, ¿de dónde ha salido ese tablón? Yo mismo dejé esa zona despejada.

      –Estás preguntándole a la persona equivocada; si quieres mi opinión, puede que la marea lo arrastrara hasta la carretera esta noche y que alguien lo tirara al aparcamiento. ¿Qué importancia tiene eso?

      Boone suspiró y admitió:

      –Ninguna, supongo. Sabía que no tenía que darle permiso para quedarse hoy en el Castle’s, se suponía que Emily iba a vigilarle.

      –Por lo que tengo entendido, Cora Jane y ella estaban con él cuando se ha caído. Ha sido un accidente. Estas cosas pasan, sobre todo a niños que no piensan en los peligros que pueden acechar después de una tormenta.

      –¡Yo le advertí que tuviera cuidado! –exclamó Boone con frustración.

      Ethan se echó a reír.

      –¿Se te ha olvidado que los niños de ocho años casi nunca prestan atención a las advertencias? Ni te imaginas a cuántos pacientes he tratado esta semana por accidentes como este. ¿Está vacunado del tétano?

      –Sí, tiene todas las vacunas al día.

      –Perfecto, estará listo para marcharse en media hora.

      –Voy para allá.

      –¿Por qué no vas a buscarle a casa de Cora Jane, tal y como habíais planeado? Así tendrás tiempo para que ese geniecito tuyo se calme. Ya sé que quieres echarle las culpas a alguien, pero te aseguro que es un accidente que podría haberle pasado a cualquiera. No culpes a Emily; si lo haces, Cora Jane también se sentirá culpable, y ya se ha llevado un disgusto enorme.

      –Sí, supongo que tienes razón –vaciló antes de preguntar–: ¿Cómo se te da lo de poner puntos de sutura? Mi hijo no va a quedar como si le hubiera cosido un carnicero, ¿verdad?

      Ethan se echó a reír de nuevo.

      –Oye, acuérdate de que no hace mucho estaba en Afganistán, cosiendo a los soldados en el campo de batalla. El ejército de los Estados Unidos confió en mi profesionalidad. Le quedará una cicatriz monísima, te lo prometo.

      Aquello consiguió arrancarle una pequeña carcajada a Boone.

      –Vale, vale, ya sé que estoy exagerando. Gracias, Ethan.

      –Aquí estoy para lo que necesites. Ya nos veremos. Ah, tendré que quitarle los puntos a B.J. en un par de semanas. Ven en horario de oficina o, si no te va bien, llámame y pasaré por tu casa.

      –De acuerdo, entonces ya saldaremos cuentas cuando le quites los puntos.

      –Me conformo con que me invites la próxima vez que hagas carne asada, hace bastante que no nos vemos.

      –Eso está hecho.

      Lo cierto era que ya casi nunca disfrutaba de una velada entre amigos, y le vendría de maravilla tener una. Sí, sería fantástico liberarse por una noche de las complicaciones que parecían ir amontonándose en su vida últimamente.

      Cuando terminó la llamada, respiró hondo y rezó una breve oración para agradecerle a Dios que B.J. no estuviera herido de gravedad. Era consciente de que los accidentes podían suceder en cualquier momento y lugar, que podían pasarle a cualquiera, pero se trataba de su niñito y lo había dejado al cuidado de Emily. No sabía si iba a ser capaz de perdonarla, aunque la lógica dictaba que no hacía falta perdón alguno.

      Mientras volvían del hospital en coche con Emily al volante, rumbo a casa de Cora Jane, B.J. las miró y comentó, mohíno:

      –Papá va a enfadarse un montón.

      –Está preocupado, eso es todo.

      Aunque dijo aquello para tranquilizar al niño, Emily había notado por teléfono que Boone estaba enfadado; con un poco de suerte, había sido una primera reacción fruto del miedo y se había calmado al hablar con Ethan, porque al niño y a Cora Jane no iba a ayudarles en nada que irrumpiera en la casa hecho una furia.

      Instantes después de que enfilaran por el camino de entrada de la casa, Boone apareció tras ellos en su coche, se detuvo con un frenazo, y salió del vehículo antes de que el motor acabara de pararse. Abrió con brusquedad la puerta trasera del coche de alquiler de Emily, y su expresión no se relajó hasta que vio por sí mismo que B.J. estaba vivito y coleando.

      El niño le mostró su brazo vendado y le explicó con entusiasmo:

      –El doctor Cole dice que me va a quedar una cicatriz. Me han puesto puntos, pero no he llorado.

      –Ha sido increíblemente valiente –confirmó Cora Jane, mientras le lanzaba a Boone una mirada de advertencia.

      Él hizo un esfuerzo y chocó la mano de su hijo en un gesto de felicitación, aunque saltaba a la vista que estaba conteniendo las lágrimas.

      –No vas a castigarme ni a gritarle a nadie ni a prohibirme que vaya al Castle’s, ¿verdad? –le preguntó el pequeño con preocupación.

      –Puede que tengas que tomarte un par de días de descanso hasta que se te cure el brazo, pero no, no voy a castigarte.

      –¿Y vas a gritarle a alguien? –le preguntó Emily en voz baja–. Supongo que te gustaría decirme un par de palabritas.

      Boone la miró con ojos llenos de emoción. Dio la impresión de que estaba deseando decirle un montón de cosas, pero consiguió contenerse.

      Cora Jane debió de darse cuenta de que tenían que hablar en privado, porque rodeó los hombros de B.J. con el brazo y le dijo:

      –Ven, vamos a por la leche y las galletas que te he prometido. Apuesto a que Samantha ya las tiene esperándonos en la mesa.

      –¡Vale! –exclamó el niño, antes de echar a correr hacia la casa.

      Boone sacudió la cabeza mientras le seguía con la mirada.

      –Nunca se queda quieto, seguro que por eso se ha caído en el aparcamiento.

      –Sí. Lo siento mucho, Boone –se disculpó Emily.

      –Desde un punto de vista racional, sé que tú no has tenido la culpa –le dijo él, antes de llevarse un puño al pecho–. Pero mi corazón hace que quiera echarle la culpa a alguien.

      –Lo entiendo. Se ha caído estando bajo mi supervisión, justo después de que te asegurara que iba a estar a salvo conmigo.

      –Y yo estoy aquí, pero acaba de atravesar corriendo el jardín sin prestar atención a las ramas con las que podría tropezar. Es un niño muy revoltoso.

      –Da la impresión de que estás exonerándome de toda culpa.

      –Estoy intentándolo –admitió él, sonriente–. Ethan me ha dado un sermón que también me ha

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